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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Eran mucho más que tiendas de discos

Tras unos años catastróficos, asistimos al resurgimiento de los establecimientos que venden música en soportes físicos

Discos en la tienda Radio City, de Madrid.
Discos en la tienda Radio City, de Madrid.LUIS SEVILLANO
Diego A. Manrique

Cada vez que cierra una librería, oímos rasgar las vestiduras. Se recogen las palabras fúnebres del librero, hablan los consternados clientes, se lamenta la perdida para el ecosistema literario. Y me parece correcta esa reacción. Molesta, sin embargo, que apenas se recogieran las clausuras de tiendas de discos, verdadera epidemia cuando irrumpieron el top manta y el MP3.

Tal silencio puede atribuirse a la incapacidad de nuestra intelligentsia para asumir que el disco es un producto artístico autónomo, tan distinto de la música en directo como el cine respecto al teatro. Y lo inconfesable: el secreto deleite ante la catástrofe, al identificar esas tiendas con las estigmatizadas discográficas o incluso con la detestada SGAE. No consuela saber que aquellos apóstoles del cínico “la música debe ser gratis” sufrieran luego un verdadero viacrucis al ver asediados sus medios por la digitalización.

Ellos van a seguir con su cerrazón, nosotros podemos consolarnos con iniciativas como Plásticos, lanzamiento editorial del portal LaFonoteca. El tomo celebra la centralidad cultural de las tiendas de discos con un matiz ingenioso: en vez de buscar fotos de aquellos abigarrados comercios, se recurre a algo más intemporal, las bolsas de plástico con las que los clientes se llevaban sus compras. A partir de la colección de Manuel Celso Puñonrostro, han recopilado unas 200 bolsas. Y no solo de las ciudades en las que están pensando, con gran actividad musical: también encontramos representación de Ávila, Ferrol, Palencia, Sant Cugat o Alcalá de Henares.

Es cierto que, como sentencia Bratto, las tiendas de discos encarnan “el cotolengo del comercio minorista”. Habla por experiencia propia: fue uno de los dos fundadores de Raunch & Cheezy, en Oviedo. A ver: los márgenes eran apretados y las multinacionales, insensibles ante la necesidad de generar afición, limitaban su generosidad a las grandes cadenas. Sin olvidar las peculiaridades de muchos de sus empleados, desde el activamente antipático —figura endulzada por Jack Black en la versión cinematográfica de Alta fidelidad— al altivo aspirante a sumo sacerdote, dispuesto a humillar al ingenuo parroquiano que no llegue a su nivel.

Los contribuidores al libro menosprecian a esos cardos, equivalentes menores de las pruebas de Hércules. Lo importante es que, como manifiesta Eric Jiménez, una tienda como Discos Melody, funcionó como “universidad de la escena granadina”. Carlos Galán recuerda que Pepe Ugena, “al que jamás vi sonreír o tener una actitud mínimamente cariñosa”, utilizó su Record Runner —en la galería comercial de San Bernardo, en Madrid— como plataforma para editar discos o promover conciertos de artistas de su cuerda. La zaragozana Plasticland Discos —fundada por Sergio Algora y Pedro Vizcaíno— fue el criadero del grupo El Niño Gusano y la disquera Grabaciones en el Mar.

Una de las bolsas que aparecen en el libro 'Plásticos', de Javier Aramburu.
Una de las bolsas que aparecen en el libro 'Plásticos', de Javier Aramburu.

Lo genial de Plásticos reside en que no se queda en la sentida elegía: muchos de los establecimientos reseñados están activos, aunque ahora sean comercios mixtos —Molar Discos & Libros, junto a El Rastro— o tengan peculiaridades horarias, como Ultra-Local Records, en el Poblenou barcelonés. Y no se pierdan la jerga: “carretear” en el sentido de exhibir la bolsa con las adquisiciones podría entrar en el DRAE pero lo tienen más difícil “cubetear” o el anglicismo “diguear”, verbos para el sublime vicio de indagar en las estanterías de discos.

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