La Fundación Maeght celebra 60 años de arte contemporáneo con un canto a la amistad entre Bonnard y Matisse
La institución privada, ubicada en la Costa Azul francesa, acaba de inaugurar una extensión del espacio expositivo para su colección, una de las más importantes de Europa. Una selección de las más de 200 obras de Miró que atesora puede verse en el Museo La Banque de Hyères
El matrimonio formado por los Maeght, Aimé y Marguerite, consiguió situarse entre los nombres mayúsculos del comercio de arte del siglo XX. Dirigieron galerías de arte en París, Nueva York, Zúrich y Barcelona, estuvieron entre los primeros editores de libros de arte del mundo y, en 1964, decididos a expandir sus horizontes y crear un lugar de encuentro para las artes, la arquitectura y la naturaleza tras el mazazo de la muerte de su segundo hijo, inauguraron en el idílico enclave de origen medieval de Saint-Paul-de-Vence, al sureste de Francia, la Fundación Maeght, un modelo institucional privado e independiente que importaron a Europa desde Estados Unidos.
Además de comerciantes, los Maeght ejercieron de mecenas y confidentes. Fueron estupendos amigos de sus amigos, muchos de los cuales se revelaron protagonistas de la historia del arte contemporáneo y contribuyeron a levantar el deslumbrante complejo de la Fundación, que alberga la no menos impresionante colección reunida por la pareja, posicionada entre las más importantes de Europa y compuesta por más de 13.000 obras. Joan Miró, quien les presentó al arquitecto Josep Lluís Sert, encargado de diseñar el edificio, realizó un deslumbrante jardín-laberinto con 20 esculturas; Marc Chagall, residente en el mismo pueblo, recreó a la pareja de benefactores en un mosaico; Georges Braque, que pasaba en Vence todos los meses de enero y febrero, realizó una de sus últimas obras en el fondo que decora un estanque del recinto; Alberto Giacometti, a quien le rechazaron algunas de sus espectrales esculturas en Estados Unidos, las recolocó en el patio…
Continente y contenido, todo se antoja apabullante en este conjunto que inauguró el pasado 29 de junio una extensión de su espacio expositivo diseñada por el arquitecto italiano Silvio d’Ascia respetando la manera de Sert. Como celebración de su 60 aniversario, la Fundación ha programado una serie de conciertos, espectáculos de danza, lecturas y talleres en paralelo a una gran exposición dedicada, precisamente, a una amistad: la de Pierre Bonnard y Henri Matisse, unidos entre ellos y también, como no podría ser de otro modo, a los Maeght. La muestra, que permanecerá abierta hasta el 6 de octubre, pone frente a frente a dos artistas únicos e incomparables que, no obstante, encuentran ciertas concomitancias temáticas y formales para despertar interpretaciones inéditas a sus respectivas aportaciones a la modernidad.
Aimé Maeght y Pierre Bonnard se conocieron en Cannes en 1936 y unos años más tarde, en 1943, Bonnard presentó a Maeght y Matisse en Vence. Fruto de ese vínculo cristalizó en 1945 el proyecto de la galería Maeght en París, la primera de las que regentaron, que abrió, con gran éxito, con una exposición del ya entonces reputado Matisse. La relación entre este pintor y el marchante desembocó a su vez en una serie de retratos que el artista realizó de Marguerite Maeght (era capaz de diseñar hasta 20 o 30 en una sola jornada), cuyo proceso grabó en vídeo el hijo de la pareja, Adrien, dejando sin entonces saberlo un testimonio histórico del método de trabajo del mítico pintor, grabador y escultor. Con esos dibujos —los más antiguos, profusos; y los posteriores, mucho más esquemáticos, testimonio del uso magistral de la línea por parte de Matisse— arranca un recorrido que revela primero los vínculos comunes entre los Maeght, Matisse y Bonnard para adentrarse después en la confrontación de los trabajos de ambos pintores.
Bonnard fue impulsor del movimiento nabi y a Matisse se le considera el máximo representante del fauvismo, dos estilos caracterizados por una actitud rompedora con respecto al uso pictórico del color. No es casualidad que ambos residieran en el sur de Francia, territorio impregnado de la característica luz mediterránea. Pero los dos pintaron también París, la fascinante metrópolis gris y marrón, del mismo modo en que coincidieron en representar a sus esposas en la intimidad del hogar, desnudas, en la más estrecha de las relaciones entre el pintor y su modelo.
Más espacios de roce: sus retratos, bodegones, sus paisajes de colores brillantes. Cada cual, a su manera. Matisse, creando rostros de rasgos sintéticos que devienen máscaras; Bonnard, empeñado en composiciones etéreas que recreaba de memoria a partir de las fotos que tomaba. Al final, una sala recupera la vertiente espiritual de ambos creadores. Junto al último cuadro que pintó en su vida Bonnard, un árbol al que regresaba cada primavera para observar su cíclico renacimiento, se exhiben algunas piezas religiosas del nada religioso Matisse: un retrato de una monja o una casulla sacerdotal.
De uno a otro extremo de la Costa Azul
En el extremo opuesto de la Costa Azul, en la ciudad vacacional de Hyères, considerada la puerta de acceso occidental a la Riviera francesa, la Fundación Maeght ha depositado este verano parte de su nutrida colección de obras de Joan Miró en el Museo La Banque, donde permanecerán desplegadas hasta el 24 de noviembre. Miró entró en contacto con los Maeght en 1947 a través del poeta dadaísta Tristan Tzara y, en 1948, expuso por primera vez en su galería parisiense. A partir de ahí se forjó una amistad que duraría hasta el final de sus días, y que daría lugar a la fabulosa colaboración del artista en el jardín-laberinto de la Fundación Maeght, con piezas como un arco monumental del que se exhiben dos maquetas en esta muestra de La Banque.
Con 74 obras de las más de 200 que atesora la Maeght, entre ellas esculturas, dibujos, maquetas, pinturas, cerámicas y más, la muestra ofrece un vistazo privilegiado a los años de madurez creativa del artista barcelonés, el periodo entre 1956 y 1977. Instalado desde 1954 en Palma, Miró trabajó en ese tiempo en el taller que le construyó su amigo Josep Lluís Sert inspirado por tres grandes líneas: el retorno a los orígenes, en especial a la cueva de Altamira; la fascinación por el nuevo expresionismo abstracto estadounidense de Jackson Pollock, Arshile Gorky y Mark Rothko; y el recuerdo de un viaje a Japón donde abrazó la filosofía y la estética zen. Todas ellas se van revelando al ojo atento a lo largo del recorrido.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.