Josep Pla sin máscara
La gigantesca biografía de Josep Pla escrita por Xavier Pla admite múltiples vías de entrada, y dos son las que escoge Jordi Amat: el desvelamiento y desmentido de la autoimagen que Pla quiso proyectar desde muy temprano, quizá porque su celebridad suscitó ataques furiosos muy pronto, pero también la intimidad ausente en su obra y hoy documentada abrumadoramente por ‘Un cor furtiu’.
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En junio de 1927, al cabo de pocas semanas de haber cumplido los treinta, Josep Pla hizo algo más bien anómalo: se autoentrevistó. Fue un primer ejemplo de su voluntad de controlar su imagen. Esa “Mitja hora amb Josep Pla”, publicada en la Revista de Catalunya, era un autorretrato y a la vez una carta de presentación tras un largo período de ausencia durante el que había contado en la prensa y en libro algunos momentos estelares de la década de los veinte en Europa: la crisis de la inflación alemana, el ascenso del fascismo en Italia, el cambio de política económica de la Unión Soviética. Había regresado para ser escritor, con un manuscrito bajo el brazo: Vida de Manolo. “Se trata de un libro de memorias, no de un libro sobre el artista”. Lo había escrito esa primavera aún en Francia, en Prats de Molló, como contó en una postal dirigida a sus padres. “Mientras no acabe el libro que estoy escribiendo, no me iré de aquí. Tengo más de la mitad y llegará a 250 páginas. Trabajo como un poseso”. Como todas las misivas que les envió, estas palabras tampoco las habríamos podido leer hasta la publicación de la monumental Un corazón furtivo de Xavier Pla recientemente.
La materia prima de Josep Pla para componer aquella biografía de Manolo Hugué no habían sido los documentos. Tampoco los artículos publicados sobre el escultor y su obra. Fueron únicamente las conversaciones que mantuvieron durante esas tres semanas. Pero el lector del libro no leerá tan solo la transcripción de unas entrevistas. Tras una introducción que describe su llegada al pueblo de montaña donde tiene lugar el encuentro, lo que leerá es un monólogo de Hugué. La decisión de usar el punto de vista de la primera persona es una estrategia retórica que persigue y consigue su propósito. Como ocurre con la picaresca, aumenta la sensación de autenticidad del relato. Al escuchar a Hugué contando su experiencia de la lucha por la vida, y de vivirla al margen de la convencionalidad, le concedemos legitimidad al narrador como moralista para que hable como un maestro de vida, más por lo que ha vivido y sufrido, que por lo que ha leído. Esta poética de la biografía, la que elaboraba el relato a partir de lo hablado con el biografiado fue la preferida de Pla.
Al poco de publicar Vida de Manolo, en 1928, los planes profesionales de Pla cambiaron. Escribirá, pero la literatura no será lo fundamental. El escritor cosmopolita que parecía llamado a liderar la prosa literaria catalana -había publicado ya Coses vistes, Llanterna màgica o Relacions- aceptó el proyecto que le hizo el intelectual orgánico y gestor cultural Joan Estelrich: escribir la biografía de Francesc Cambó. Se publicó en 1928. Desde ese instante, se entregó al periodismo político y de partido al servicio, en primera instancia, del millonario Cambó y la Lliga. Ese período de frenesí, que desde el 14 de abril de 1931 vivió en el Madrid republicano, debía culminar el 1 de abril de 1936. Aquel día regresó de la capital a la casa familiar de Llofriu con su mujer Adi Enberg. Volvió al lugar al que siempre deseó para ser el escritor literario que había soñado desde que era un adolescente.
En las semanas previas al estallido de la Guerra Civil, instalado en la masía de sus ancestros donde se guardaban todos sus papeles, ahora sabemos que Pla trabajó en dos manuscritos: Noves cartes de lluny, que en la posguerra se metamorfoseó en la obra maestra menor Viaje en autobús, y las memorias de juventud ficticias que son Girona, un llibre de records, que acabaría publicándose en 1952. Pero en julio de 1936 tuvo que abandonar ambos proyectos. Otra vez los planes trastocados. El día 1 de aquel mes apareció un artículo en catalán sobre otro maestro de vida: L’Hermós, aquel pescador en quien vio encarnado “el ideal de vida libre”. Deberán pasar diez años para que vuelva a poder publicar en su lengua. La guerra, como un remolino, se lo llevará del Empordà y durante tres años lo escupe por media Europa, como Un corazón furtivo detalla casi día por día, dejando en esta parte que los documentos de diversos archivos maticen o acaben con bulos, rumores y leyendas.
Cuando en 1940 se distribuyó su primer libro de posguerra -el primer volumen de la contrarrevolucionaria Historia de la Segunda República ya publicada por la editorial Destino-, Pla se autoentrevistó otra vez. Entre esa y otra autoentrevista de 1967 aparecieron un total de 12 en el semanario Destino, según el estudio de la profesora Blanca Ripoll. Era una forma de promoción, de acuerdo, pero no solo. No se me ocurre mejor ejemplo que esta falsificación del género para evidenciar la voluntad constante del escritor de imponer cuál era el personaje que quería proyectar. O, tal vez, sí exista otro ejemplo de esa meticulosidad profesional con la que Pla pretendió controlar su imagen: él mismo intentó tutelar el proceso de escritura de su biografía. Tampoco lo sabíamos.
La decisión de buscarse un biógrafo se produjo cuando por fin había logrado ser el escritor que siempre había deseado. A finales de la década de los cuarenta, a pesar de la dictadura, Josep Pla empezó a publicar con La Selecta. No es casualidad que Un corazón furtivo dediqué tanto espacio a contarnos cuál fue la relación de Pla con sus editores. Siempre entendió que su proyecto vital, que era ser escritor, pasaba por contar con la máxima complicidad de un editor profesional. Y Cruzet, como sabemos por su epistolario cruzado, lo fue. Y Pla logró lo que se había propuesto. No tardó en reconquistar la centralidad en el campo cultural catalán que había abandonado. Dedicaría lo mejor de su vida a mantener esa posición, que en buena medida sigue ocupando hoy.
Josep Pla aprendió pronto que un escritor de la modernidad necesita acumular capital en el campo cultural para triunfar. ¿Cómo obtenerlo? No solo fueron las solapas de los libros que escribió. Estaba pendiente del proceso de edición o de las fotografías que se distribuyen sobre él. Y redactó esas autoentrevistas. Porque, además de la obra, se necesita elaborar una buena máscara: un personaje reconocible y seductor. La máscara, de atractiva singularidad, funciona cuando no solo oculta y confunde, sino que consigue sobreponerse a la persona. Pla, por ejemplo, construyó el personaje de Hugué para que fuese percibido como esa figura más bien extravagante y la máscara construida en Vida de Manolo es la que se ha permanecido. Y Pla, desde mediados de la década de las cincuenta, desde que el centro del campo cultural era suyo, quiso fijar su propia máscara también a través de la biografía.
El personaje y su máscara
No sería una autoentrevista, pero casi. Xavier Pla explica que Pla buscó “alguien que fuese lo bastante maleable como para que Pla pudiese contar aquello que deseaba mostrar de su vida”. El escritor debía imaginar algo parecido a Vida de Manolo, en este caso con él como protagonista: un relato construido a partir de las conversaciones y cuyo resultado podría controlar. Lo intentó diversas veces. Nunca funcionó. Pero, a pesar de ello, su personaje de madurez tendría un éxito indiscutible. Encarnaba y no ha dejado de encarnar otro tipo de maestro de vida, una variante de sus Hugué, Rusiñol o L’Hermós o, en un sentido paralelo, a Eugeni Xammar como Pla lo caracterizó en su autoentrevista de 1927: “me ha enseñado más que todos los libros juntos. Es el hombre más inteligente que conozco”. Así ha sido percibido Pla. El personaje con su máscara de payés socarrón -el que realizó su última función en la famosa entrevista del programa A fondo de Joaquín Soler Serrano- había acabado por sustituir a la persona. El proceso de deconstrucción de este personaje para redescubrir a la persona -este es el principal propósito de toda biografía- ha tardado cuarenta años en producirse.
Para llegar hasta aquí debían pasar dos cosas: leerlo con mayor precisión y obtener mucha documentación. Por una parte, se necesitaba establecer cuáles fueron los múltiples procesos de convertir en ficción su propia vida que Pla utilizó en su obra gigantesca. Era una labor básica para reconsiderar el pacto autobiográfico con sus lectores que Pla parecía dar por sentado en muchos de sus artículos y de libros. Por otra parte, para redescubrir a la persona ocultada por el personaje, debía accederse a material de archivo para, poco a poco, contrastar lo dicho o lo silenciado con lo que revelaba la documentación. A mediados de los ochenta Josep Vergés -el editor de Destino, el segundo ideólogo de la Obra Completa- fue quien rompió el precinto. Montó su Imatge de Josep Pla, que incluía parte de la correspondencia que le envío el autor estrella de su revista, editó Un amor de Josep Pla al Canadell y se publicó el primer Notes per a un diari. Desde entonces la bibliografía y la investigación filológica de calidad ha ido aumentando. Se ha construido, además, una estructura institucional -primero la Fundació Josep Pla primero y luego la Càtedra Josep Pla- que ha permitido impulsar acciones para obtener nuevos documentos, sistematizar la información disponible, editar materiales inéditos y ganar la complicidad de los herederos para que facilitasen el acceso a la documentación privada.
Toda esta labor colectiva ha culminado, por ahora, con Un corazón furtivo. No es un libro más. Es un punto de inflexión. En cada uno de los capítulos, que casi siempre pueden leerse autónomamente, se descubren aspectos ignorados hasta hoy. Hay desde esbozos de novela de juventud hasta un informe en defensa de la cultura catalana redactado en 1951 y desconocido hasta ahora. Hay documentación que permite confirmar el compromiso de Pla con el espionaje franquista (carnet incluido) y, después, sustanciar la hipótesis del espionaje a favor de los aliados en el tramo final de la Segunda Guerra Mundial. Desde la óptica de la historia literaria, la principal aportación es lo que se descubre sobre el proceso de creación de muchos de sus libros (de los primeros intentos hasta los homenots).
Pero esto, que adensa el conocimiento sobre el Pla escritor y su figura pública, no es lo fundamental. Lo esencial, lo auténticamente nuevo, es el Pla íntimo. Ahora Josep Pla ya no lleva ni podrá llevar la máscara que él mismo construyo.
En la última pregunta de la autoentrevista de 1927, Pla anunciaba a los lectores de la Revista de Catalunya que había terminado al manuscrito de Vida de Manolo. En la pregunta anterior pretendió desmentir un equívoco. La leyenda sobre él, cuando tenía treinta años, lo caracterizaba en negativo como un escritor inmoral. Pero en su respuesta argumentaba la que la inmoralidad era un ingrediente básico de la literatura, en especial de la novela moderna, porque era el territorio donde el ser relevaba el hombre en su naturaleza contradictoria. Lo acababa de afirmar Gide y Pla lo asumía sin escandalizarse. ¿Fue así su obra? No lo tengo tan claro. La cuestión es si Pla, en una obra que se ahijaba a conciencia a la tradición del moralismo humanista de Montaigne y su descendencia de maestros de vida, fue un auténtico inmoralista en el sentido más noble de la expresión o más bien fue un antimoderno en la línea del Maurras a quién mismo citaba en esa misma respuesta. Tal vez la máscara nos confundió. Dicho con otras palabras, ¿podía Pla ser un (in)moralista con una literatura presuntamente autobiográfica si excluyó de ella, de una manera sistemática y consciente, el abordaje del problema de la intimidad?
Esta cuestión capital de alguna manera la resuelve Un corazón furtivo. ¿Quién es la persona que descubrimos? No exactamente a un solitario. Tampoco a un cínico. Es otra cosa. No importan los nombres, como en 1927 dijo Pla con sagacidad. La mayoría ya eran conocidos. No importa. Lo que cuenta es saber la conexión real de esos hombres, sobre todo de esas mujeres, con Pla. Las cartas, como en toda biografía clásica, son la principal fuente y el motor que pone el libro en movimiento: los documentos que permiten imaginar la intimidad del biografiado porque son la base para levantar la narración biográfica.
Así, al acceder a su intimidad y contemplarlo desde dentro, sobre todo perseguimos a un hombre dominado por el sensualismo que desconcertaba al escapar de esa felicidad, a un sentimental que se refugiaba en la bebida que lo aislaba, a un hombre que pagó el precio moral de saberse poseído por “la diabólica manía de escribir”, para decirlo con la expresión de El cuaderno gris y que Xavier Pla eligió para titular la exposición que comisarió con motivo del centenario. Si en aquella muestra el centro irradiador fueron sus cuadernos originales de 1918 y 1919 -la primera piedra de su obra maestra-, aquí la clave es la correspondencia con sus parejas: después de saber cómo lo vieron, y como lo quisieron, Adi Enberg y Aurora Perea, el Pla moralista de verdad es el de la tensión entre su vida y su obra. Ahora, a través del espejo que son los ojos de ellas, vemos a un Pla humano, demasiado humano.
Babelia
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