Alemania conmemora con sentido y sensibilidad el bicentenario del estreno de la ‘Novena sinfonía’ de Beethoven
La Beethoven-Haus de Bonn se erige en la gran catalizadora de una ambiciosa celebración teórica y práctica que culmina con una cuidada reconstrucción de la primera interpretación vienesa de la obra en la Historische Stadthalle de Wuppertal
Desde que decidió trasladarse a estudiar y vivir a Viena en 1792, Beethoven no regresó nunca a su siempre añorada Bonn, donde vivió los primeros 21 años de su vida. La casa en que nació en la otrora capital de la República Federal Alemana es un centro de peregrinaje visitado a diario por personas llegadas de todo el mundo, pero, además de un museo, la Beethoven-Haus es asimismo depositaria de la mayor colección de memorabilia relacionada con el compositor (cartas, borradores, manuscritos, cuadernos de conversación, objetos personales, instrumentos, retratos, primeras ediciones…), además de un centro de investigación puntero y un activo impulsor de iniciativas editoriales, con el aliciente añadido de acoger en el edificio contiguo de la Bonngasse una pequeña sala de conciertos con una oferta constante de música en vivo. Nada relacionado con Beethoven le es ajeno, como demostró en 2020, el año en que se conmemoraba el 250º aniversario del nacimiento del hijo más ilustre de la ciudad, cuando ofreció la integral de su música de cámara en 16 conciertos, organizó a renglón seguido un gran congreso internacional y colaboró decisivamente en la mayor exposición dedicada jamás al autor de Fidelio, inaugurada en la Bundeskunsthalle, el único museo estatal de Alemania, el día de su cumpleaños en 2019 y visitada masivamente hasta la llegada del confinamiento generalizado a mediados de marzo de aquel annus horribilis.
Por eso ahora no podía tampoco dar la espalda a otra gran efeméride de naturaleza muy diferente: el estreno hace justo dos siglos de la última sinfonía de Beethoven, la Novena, un ordinal que, si no se dan más detalles, parece patrimonio exclusivo del músico alemán. Aquella primera interpretación tuvo como escenario el Kärntnertortheater (Teatro de la Puerta Carintia) de Viena, por lo que la capital austríaca, su ciudad adoptiva, está también recordando estos días aquella histórica Akademie celebrada el 7 de mayo de 1824. Pero frente a las celebraciones un tanto convencionales de las que acaba de dar cuenta Pablo L. Rodríguez desde Viena, la Beethoven-Haus ha querido ir más allá y lo que ha decidido impulsar es una fiel reproducción (si es que es posible, por decirlo a la manera proustiana, recobrar o recuperar un tiempo inevitablemente pasado o perdido) de aquella academia vienesa: el mismo programa, idéntico número de instrumentistas y cantantes, instrumentos y criterios interpretativos similares, pareja ubicación sobre el escenario. Y hacerlo, incluso, con una formación vienesa, si bien con el compositor presente esta vez tan solo en espíritu, por supuesto.
La Beethoven-Haus empezó a calentar motores desde varios días antes, tanto de puertas afuera como de puertas adentro. Así, y al igual que hizo en 2020, ha vuelto a convocar a partir del sábado a varias de las luminarias de la mejor investigación beethoveniana actual en un congreso de tres días de duración que ha girado tanto en torno a la propia Novena Sinfonía como al programa en que se dio a conocer por primera vez, en el que se interpretaron previamente la obertura La consagración del hogar y tres de las cinco secciones (Kyrie, Credo y Agnus Dei) de la Missa solemnis, es decir, las obras publicadas consecutivamente como opp. 123, 124 y 125, con profundas interconexiones de todo tipo entre ellas, en la antesala misma de los cinco últimos cuartetos de cuerda de Beethoven y de la muerte del compositor en 1827.
Antes aún, el pasado jueves, se inauguró, con la presencia de su hija Jamie, una exposición temporal en uno de los espacios expositivos del museo titulada El Beethoven de Bernstein: la contemplación de una sola de las vitrinas, de uno solo de sus objetos, o la lectura de cualquiera de los manuscritos, resultaba más interesante y significativa que el metraje completo de la tediosa película Maestro: las imitaciones de los grandes genios suelen acabar en parodia, y si son tan excesivos como Bernstein, en una burda caricatura. Desde los guiones de los Conciertos para Jóvenes dedicados a Beethoven por Bernstein en los años sesenta hasta las históricas interpretaciones de la Novena que ofreció al frente de una orquesta internacional en la Philharmonie (Berlín Oeste) y la Konzerthaus (entonces Schauspielhaus, Berlín Este) pocas semanas después de la caída del Muro, en los que la palabra Freude (alegría) se sustituyó por Freiheit (libertad) el 23 y el 25 de diciembre de 1989, la exposición constata la omnipresencia del músico alemán en su larga carrera como director, pianista e, incluso, como compositor, ya que la segunda Meditación de su Misa cita la música que imaginó Beethoven para el último verso de la oda de Schiller que utilizó en el último movimiento de su Novena Sinfonía.
Bernstein visitó Bonn pocas semanas antes, en septiembre de ese mismo año, con motivo de la Beethovenfest, para dirigir varias sinfonías del músico de Bonn y asistió en la Beethovenhalle a una exposición de cuadros de Andy Warhol realizados a partir del famoso retrato de Beethoven de Joseph Karl Stieler que se conserva en la Beethoven-Haus. Y en el cartel anunciador, debajo de una reproducción de la firma manuscrita de Ludwig van Beethoven, Bernstein escribió: “Leonard van Bernstein”. En la parte de atrás de un sobre que también se exhibe, el autor de West Side Story anotó en un pentagrama manuscrito, sin embargo, en esas mismas fechas (”principios de otoño ‘89″, puede leerse) un pequeño fragmento de su propia música que firmó simplemente como “LB”, añadiendo debajo entre paréntesis “(leider nicht van)”, es decir, “(sin van, desgraciadamente)”. También se exponen numerosas fotografías y documentos relacionados con sus interpretaciones de Beethoven, un poema manuscrito firmado el 24 de diciembre de 1989 (“se permite besar lo que antes se temía”; “y aquello que separaba un muro es todo y uno”, concluye), así como un pequeño trozo del Muro de Berlín firmado en rojo con su nombre en mayúsculas (“LENNY”), junto con la piqueta y el cortafrío con que él mismo lo desgajó.
Se los prestó entonces un niño, Franz Kranke, que se afanaba, provisto de unas grandes gafas para protegerle los ojos de los cascotes, por arrancar, golpe a golpe, un pedazo de aquel muro interminable. Y, 35 años después, Kranke ha venido a Bonn para rememorar aquel encuentro casual con el genio y estuvo presente asimismo en otra primicia ofrecida el pasado viernes: la primera proyección europea del documental Beethoven’s Nine – Ode to Humanity, del cineasta canadiense Larry Weinstein, que, muy emocionado, conversó después en público con Malte Boecker, el actual director de la Beethoven-Haus y una persona muy cercana a Bernstein a finales de los años ochenta (varios objetos expuestos en la muestra pertenecen, de hecho, a su colección personal). Weinstein monta un curioso rompecabezas a partir de elementos en apariencia totalmente heterogéneos: un concierto en Varsovia de la llamada Orquesta de la Libertad Ucraniana en el que tocan la Novena de Beethoven con el texto del último movimiento cantado en su lengua y sustituyendo esta vez Freude (alegría) por Slava (gloria); declaraciones del psicólogo cognitivo Steven Pinker y de su mujer, la filósofa Rebecca Goldstein, en su casa de Cape Cod; observaciones y reacciones espontáneas de Monika Brodka, una célebre cantante pop polaca; fragmentos de la vida cotidiana de Gabriela Lena Frank, una compositora y pianista sorda estadounidense; una visita al museo del historietista, y beethoveniano confeso, Charles M. Schulz, el creador de Snoopy y Charlie Brown, en Santa Rosa (California); escenas del ataque terrorista perpetrado por Hamás en territorio israelí el pasado 7 de octubre, en el que acabría perdiendo la vida Judih Weinstein, hermana del director; e incluso una breve secuencia del famoso flashmob de la Orquestra Simfònica del Vallés en el que un puñado de instrumentistas y cantantes interpretan un fragmento del último movimiento de la Novena en la plaça de Sant Roc de Sabadell.
También hay imágenes, claro, del histórico segundo concierto que dirigió Leonard Bernstein en Berlín el día de Navidad de 1989, que recuerda in situ su entonces asistente, Craig Urquhart, y de su visita al muro, que es cuando el pequeño y sonriente Franz Kranke prestó al músico su martillo y su cortafrío. Tantos años después, uno y otro estaban presentes en la sala de conciertos de la Beethoven-Haus, al igual que Jamie Bernstein, y el documental, cuya intensidad no cesa de aumentar hasta que termina confirmándose el trágico sino de la hermana del director y su marido, desató una extraña corriente de emoción colectiva entre todos los asistentes. Weinstein no acusa a nadie y deplora todas las guerras por igual. El rótulo final del documental, dedicado “a todas las personas asesinadas por la guerra y el odio”, expresa su deseo de que aún podamos llegar a vivir “una nueva Edad de la Ilustración”, la época que vio nacer a Beethoven, glosada en muchas de sus declaraciones por Rebecca Goldstein. Tras esta primicia europea, el documental de Larry Weinstein puede verse ya, con subtítulos en español, en la emisora francoalemana ARTE.
En la llamada cámara del tesoro de la Beethoven-Haus (que lleva el nombre de su principal donante de documentos, Hans Conrad Bodmer, cuyo legado le hizo triplicar sus fondos tras su muerte en 1956), un pequeño espacio expositivo subterráneo y en penumbra, acaba de inaugurarse también otra exposición temporal con manuscritos beethovenianos e impresos históricos relacionados con las tres obras estrenadas en la Akademie del 7 de mayo de 1824, objeto a su vez de escrutinio desde casi todos los puntos de vista imaginables en el congreso internacional que se ha celebrado en la Beethoven-Haus desde el sábado haste el lunes y titulado con una frase extraída de una reseña de aquella histórica velada publicada en la Allgemeine musikalische Zeitung de Leipzig el 1 de julio de 1824: “Secretos milagrosos jamás oídos, jamás presagiados, del sagrado arte”.
Dos siglos después, siguen vigentes varios misterios, probablemente irresolubles, pero es también muchísimo lo que se ha avanzado, tanto en relación con los preparativos de la academia en que se estrenó la Novena (que pueden documentarse casi paso a paso durante las semanas previas en los cuadernos de conversación que el compositor utilizaba para comunicarse con sus visitas) como con el propio proceso de composición. Por Bonn han pasado estos días muchos de los grandes nombres de la investigación beethoveniana, como su biógrafo William Kinderman, que centró su ponencia en la “mirada hacia lo alto” del último movimiento de la Novena, recordando la anotación de Beethoven en uno de esos cuadernos de conversación (a comienzos de 1820, en plena composición del Gloria de la Missa solemnis): “La ley moral dentro de nosotros y el cielo estrellado encima de nosotros. ¡¡¡Kant!!!”. Curiosamente, es más que probable que Beethoven no tomara la cita directamente del filósofo, sino de un artículo coetáneo del astrónomo Joseph Littrow sobre “observaciones cosmológicas” en el que citaba a Kant, en cuya Crítica de la razón práctica aparecían los términos invertidos y en singular: “El cielo estrellado encima de mí y la ley moral dentro de mí” y que eran para él “dos cosas que llenan la mente con una admiración y un sobrecogimiento cada vez mayores con cuanta más frecuencia y persistencia pienso en ellos”. Las conexiones con el texto de Friedrich Schiller que eligió Beethoven para el final de la Novena son evidentes.
Otro grande de la musicología actual, Hans-Joachim Hinrichsen, habló sobre el uso de los timbales en las tres obras que se tocaron en la academia vienesa, una manera de aproximarse a las partituras, como él afirma, “sub specie tympanorum”. Otro nombre de referencia, Birgit Lodes (coorganizadora del congreso), sacó todo el partido posible de una medalla, una litografía y un poema impreso del italiano Calisto Bassi, los tres relacionados con el estreno de la Novena. El veterano David Wyn Jones, una autoridad en el Clasicismo musical, apuntó la posibilidad de que la academia pudiera llegar a concebirse en algún momento como un concert spirituel, a la manera de los que se habían celebrado en Viena dedicados a Haydn, Mozart y Beethoven en los meses de marzo y abril de 1824. Daniel Chua, uno de esos pocos estudiosos que es capaz de bucear en las cuestiones más profundas derrochando humor e ironía, tan ausentes normalmente en estos foros académicos, profundizó con un absoluto dominio de la oratoria en el concepto de “alegría”, el tema central de la oda de Schiller, y defendió que obertura, misa y sinfonía formaban en realidad “una serie de consagraciones”, mientras que Christine Siegert, la otra coorganizadora, profundizó en el programa de la segunda academia celebrada en aquel mes de mayo (el día 23), en la que se incluyeron varias arias italianas y sólo se interpretó el Kyrie de la Missa solemnis como obras previas a la segunda interpretación de la Novena. Lástima que no pudiera viajar a Bonn, como estaba anunciado, Theodore Albrecht, autor de una recientísima monografía sobre aquel estreno y un escrutador y traductor minucioso de todas las fuentes primarias desde hace años. Su repaso de los instrumentistas en activo en Viena en mayo de 1824 dio paso al debate más encendido de estos días: ¿cuántos instrumentistas integraron exactamente la orquesta del estreno? Cabe apuntar conjeturas muy diversas, pero es imposible demostrar documentalmente una cifra exacta. En la última jornada del lunes por la tarde se abordaron cuestiones interesantísimas sobre la recepción de la Novena en –literalmente– los cinco continentes.
Especialmente interesante y esclarecedora ha sido la proyección de un documental de la WDR, titulado La Novena de Beethoven y el Kärntnertortheater, en el que observamos cómo el arquitecto y experto en acústica teatral Stefan Weinzierl reconstruye virtualmente con su equipo paso a paso no solo el espacio, sino también las condiciones acústicas, simulando incluso sus materiales originales, de aquel Teatro de la Puerta Carintia, ya desaparecido, que ocupaba el mismo solar en el que se levanta actualmente el Hotel Sacher. Al final del congreso se proyectó un tercer documental, Siguiendo la Novena, auspiciado por la asociación cívica Bürger für Beethoven (Ciudadanos por Beethoven), responsable asimismo de un festivo Día Beethoven con multitud de actuaciones y entrevistas en directo el sábado por la tarde en un escenario levantado en la Marktplatz, junto al antiguo ayuntamiento. En este caso, el realizador es el estadounidense Kerry Candaele y es la primera entrega de una trilogía titulada Héroe Beethoven. La segunda, Amor y justicia, está dedicada a la ópera Fidelio y la tercera, a punto de ver la luz, se centra en los cuartetos de cuerda opp. 127-135 y lleva por título Última voluntad y testamento.
El documental, que se proyectó el lunes por la tarde como colofón del congreso, está dividido en los mismos cuatro movimientos de la sinfonía y sigue la suerte de la Novena en el Chile anterior y posterior al golpe de Pinochet, en la China de las manifestaciones estudiantiles finalmente aplastadas en la plaza de Tiananmén, en el Japón que todos los meses de diciembre se llena de interpretaciones mastodónticas de la Novena (y en el que padeció el terrible terremoto del 11 de marzo de 2011) y en una antigua habitante de Berlín Este, Lene Ford, que nos cuenta en primera persona su vida en la República Democrática Alemana y en la para ella inconcebible repentina caída del muro, donde tantos habían muerto al intentar cruzarlo, con un nuevo recuerdo obligado para Leonard Bernstein y sus históricos conciertos libertarios berlineses. Candaele también estuvo presente en la sala y protagonizó un interesantísimo debate después de la proyección. Para él, la Novena ha sido históricamente una herramienta para luchar por la libertad, la supervivencia y la sanación. No posee quizá la potencia emocional y la inmediatez del documental de Larry Weinstein, pero es, también, absolutamente recomendable y, gracias a su excepcional uso de la música y a su excelente montaje, da una muy buena medida la capacidad de la Novena de Beethoven para provocar catarsis colectivas y generar solidaridades entre seres humanos en cualesquiera países y culturas.
A falta de Kärntnetortheater, la Beethoven-Haus decidió trasladar su reconstrucción real ─que no virtual─ de la legendaria academia del 7 de mayo de 1824 a la Historische Stadthalle de Wuppertal, construida en 1900, de planta rectangular y con una acústica perfecta para esta música. Además, Wuppertal, la ciudad que Pina Bausch puso en el mapa cultural internacional (con el refuerzo invaluable del extraordinario Museo Von der Heydt), se encuentra a una hora escasa de viaje desde Bonn. Tampoco pueden ponerse peros a la elección de orquesta (la Wiener Akademie) y al director (Martin Haselböck), que llevan ya cuatro décadas tocando el repertorio clásico con instrumentos y criterios interpretativos de época. Nada más comenzar el ensayo general el martes por la mañana, flotaba en el ambiente la sensación de estar haciéndose historia, ya que era la primera vez que se reconstruía el programa exacto del estreno (¿quién se atrevería hoy a ofrecer la Missa solemnis despojada de dos de sus secciones, Gloria y Sanctus/Benedictus?) con una perspectiva estilística globalizadora, que ha incluido la ubicación del coro delante de la orquesta, no detrás, como se hizo en su día. No se trata, por supuesto, de reproducir una interpretación que tuvo, sin duda, numerosísimas lacras (si las obras plantean inmensas dificultades aún hoy, imaginemos lo que debía de comportar tocarlas y cantarlas hace dos siglos: un Everest). Tampoco cabe esgrimir maximalismos, presentando esta emulación, hasta donde resulta humanamente posible, como un ideal al que aspirar. Lo que se ha visto y oído en Wuppertal es más bien un acto de audacia, una reparación histórica, un triunfo de la musicología, un experimento sustentado en muy sólidos fundamentos, una revelación.
La edición de la Novena utilizada ha sido la de Beate Angelika Kraus para Henle Verlag (2020), si bien despojándola de todos los cambios que introdujo Beethoven con posterioridad al estreno y antes de la primera edición de Schott. Con una sección de cuerda conjeturalmente muy cercana a la original (12/12/8/6/6), instrumentos de viento históricos (sin llaves ni válvulas, con flautas de madera y parches de piel en los timbales) y un coro relativamente reducido (44 voces, en este caso el Coro de la WDR, dirigido desde la primera fila del patio de butacas por Nicolas Fink, del mismo modo que Michael Umlauf dirigió el del estreno de 1824, mientras que Ignaz Schuppanzigh se encargó de conducir a la orquesta; Beethoven miraba, sin oír nada, imaginándolo), cualesquiera parecidos con las versiones habituales en las salas de concierto de la obertura de La consagración del hogar, la Missa Solemnis o la Novena Sinfonía eran puramente coyunturales, al tiempo que todo encajaba mucho mejor que en las típicas versiones con orquestas modernas. Sin maneras ni gestos de gran maestro, Haselböck concierta lo justo (sin batuta, por supuesto), se decanta por los tempi vivos (vivísimos en el famoso recitativo de violonchelos y contrabajos del último movimiento de la Novena) que se corresponden con las indicaciones metronómicas de Beethoven, deja tocar y parece primar la sobriedad y la claridad (y las tres obras contienen vastas y grandiosas fugas que exigen transparencia) por encima de la emoción: ni una sola concesión a los habituales desmanes y excesos románticos, pero sí una cuidadísima y permanente atención a timbres, dinámicas y articulaciones. Entre los solistas vocales, dos veteranos (Michael Schade y Florian Boesch) y dos cantantes más jóvenes (Chen Reiss y Sara Fulgoni), todos implicadísimos y con perfecta sintonía con la filosofía interpretativa del proyecto. Lo único que rechinó fueron las intervenciones del presentador, Nicolas Tribes, que podría haberse reservado únicamente para la transmisión radiofónica y el streaming, sin una presencia física sobre el escenario que deslució la trascendencia que llevaba aparejada el concierto, concebido desde un principio con el nombre de Resound Beethoven 9, esto es, una recreación de aquello que debió de sonar hace 200 años. Pero las maneras demasiado contemporáneas de Tribes rechinaron más de la cuenta y se condijeron mal con el fabuloso programa de mano, un auténtico libro de más de un centenar de páginas, admirable y muy seriamente concebido, redactado e ilustrado.
Quienes hayan entendido la ambiciosa propuesta de la Beethoven-Haus (que transmitió en directo en streaming la WDR y cuya grabación podrá verse de nuevo por televisión el 12 de mayo) habrán comprendido que la ocasión ─la efeméride, el experimento, el homenaje, la celebración, el desafío: ponga cada uno el sustantivo que mejor le cuadre─ requería oír el concierto con un oído real en Wuppertal en 2024 y otro imaginario en Viena exactamente dos siglos antes. Y, a tenor del éxito conseguido el martes por la noche en una propuesta larga y exigentísima para todos, debieron de ser muchos quienes lograron operar el milagro de saber abrirse con naturalidad y sin prejuicios a esta suerte de bilocación espaciotemporal de los sentidos. Beethoven puede con todo.
Babelia
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