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Empieza el año Beethoven: un aniversario heroico

La Bundeskunsthalle de Bonn dedica una exposición al compositor alemán que sirve de arranque simbólico de la avalancha de celebraciones con motivo del 250º aniversario de su nacimiento

Retrato de Beethoven con el manuscrito de la 'Missa solemnis' (1820), de Joseph Karl Stieler.
Retrato de Beethoven con el manuscrito de la 'Missa solemnis' (1820), de Joseph Karl Stieler.
Luis Gago

"¡Pero ahora me aferra el destino! ¡Que no me hunda en el polvo, inactivo y sin gloria, sino que concluya antes algo grande, de lo que habrán de oír también las generaciones futuras!”. Beethoven copió, escandidos, estos versos que Homero pone en boca de Héctor en la Ilíada (traducidos al alemán por Johann Heinrich Voss) en una suerte de diario o memorando que escribió de forma intermitente entre 1812 y 1818. Se identificaba, sin duda, con el príncipe troyano y la escansión denota que se planteó poner música a sus palabras: también él quería ser un héroe cuyas proezas fueran cantadas por la posteridad. El manuscrito original del diario se ha perdido, y por eso no puede formar parte de la gran exposición de Bonn, pero se conservan cuatro copias —una de ellas realizada por Anton Gräffer pocas semanas después de la muerte del músico— que nos permiten conocer el contenido de sus 171 entradas, que van de lo banal a lo trascendente, de citas de sus escritores más admirados a reflexiones de carácter filosófico, religioso o musical.

Los deseos de Beethoven han acabado cumpliéndose con creces, no solo porque su música pervive, se conoce, se admira y se interpreta más quizá que la de ningún otro compositor, sino también porque la posteridad decidió adornarlo desde muy pronto con ribetes heroicos. Él puso las simientes, desde luego: una sinfonía que la primera edición calificaba de Heroica, músicas incidentales inspiradas por héroes clásicos (Prometeo) o modernos (Egmont), una pareja (Leonora y Florestán) que lucha valientemente contra el opresor en su única ópera (Fidelio) u obras, como la Quinta Sinfonía, sin programa ni alusiones extramusicales, que pueden reducirse en esencia a una secuencia de adversidad, lucha y triunfo.

Trompetilla construida por Johann Nepomuk Mälzel para Beethoven en 1813.
Trompetilla construida por Johann Nepomuk Mälzel para Beethoven en 1813.Beethoven-Haus Bonn

Pero Beethoven no fue un héroe teórico en medio de la nada: fue un espectador en primera línea de las convulsiones de su tiempo, zarandeado por guerras incesantes, desde la privilegiada atalaya de Viena y sus vivencias dejaron una huella inesquivable en sus obras. Quizá por ello la exposición que inició el domingo su andadura en la Bundeskunsthalle, el gran museo federal de Bonn que se yergue en una larga avenida que va rebautizándose sucesivamente con cuatro nombres que compendian la reciente historia alemana (Friedrich Ebert, Konrad Adenauer, Willy Brandt y Helmut Kohl), se titula simplemente con el apellido del compositor seguido de tres sustantivos: mundo, ciudadano y música. Beethoven está muy lejos de ser un notario de su época, pero parte de su música sí que es hija de aquella Europa convulsa marcada por la Revolución Francesa, las guerras napoleónicas y el Congreso de Viena y sus secuelas ideológicas y políticas. De todo ello encontramos reflejos, más o menos explícitos, en el catálogo beethoveniano.

Apoyada en el piano, la trompetilla le ayudaba al transmitir las vibraciones del instrumento

El comisariado de la exposición ha corrido a cargo de una historiadora del arte (Agnieszka Lulińska) y una musicóloga (Julia Ronge), ambas conservadoras en la Bundeskunsthalle y la Beethoven-Haus, lo que ha garantizado un equilibrio entre los contenidos artísticos, sociológicos y estrictamente musicales. Muy cerca de los objetos expuestos que guardan relación con Egmont y Fidelio, por ejemplo, se ha acotado un pequeño espacio cerrado en el que cuelgan veinte de los Desastres de la guerra de Goya, prestados por la Fundación Juan March de Madrid y presididos en la pared central por el sencillo y elocuente rótulo —que lo es a su vez de uno de los aguafuertes— Yo lo vi. El gesto denota no solo un doble guiño a la ambientación española de la ópera y al conflicto de los Países Bajos en tiempos de Felipe II, sino también un deseo de hermanar a los dos genios quizá más iconoclastas y visionarios de su tiempo, que nunca se conocieron pero a quienes tantas semejanzas los emparentan. Cuando, más adelante, la exposición se detiene en La victoria de Wellington (música mediocre, pero extremadamente rentable para Beethoven) o incluso en la Novena Sinfonía y la Missa Solemnis (en ambas la música bélica y los aires marciales se cuelan de rondón en el último movimiento y en el Agnus Dei, respectivamente), resurge el espectro del “enemigo francés”, de las víctimas civiles, de las guerras seculares entre seres humanos, y nuestra mirada, nuestra percepción, son ya para entonces, inevitablemente, las de Goya. Y no podemos olvidar que, como habitante de la Viena asediada por Napoleón, las escenas de destrucción y de soldados mutilados por las bombas, de “aniquilación de los valores civiles” (como escribe Lulińska), debieron de ser tristemente habituales para Beethoven.

Paseo de Beethoven y Goethe según un grabado de Emile Pierre Pichard.
Paseo de Beethoven y Goethe según un grabado de Emile Pierre Pichard.Beethoven-Haus Bonn

La exposición se articula en cinco grandes apartados, ordenados cronológicamente. El primero (1770-1792) documenta los años pasados en Bonn, su ciudad natal. Impresiona especialmente leer un memorando de 1784 sobre los miembros de la capilla de la corte, en la que cantaba como tenor el padre del compositor, Johan, que aparece descrito como “de voz muy gastada” (“ganz abständige stimm”) y, lo que llama más la atención en un documento de este tipo, como “muy pobre” (“sehr arm”). En una entrada posterior se anota cómo Ludwig, su hijo, sustituye habitualmente al organista en ausencia del titular, sin ser remunerado por ello. Lo califica de músico capaz, “aún joven” y, de nuevo, “pobre”. Ocho años después, y gracias exclusivamente a su talento, Beethoven viajaría a Viena para, como escribió el conde Waldstein en el liber amicorum con que lo obsequiaron y despidieron sus allegados, “gracias a una diligencia ininterrumpida, recibir el espíritu de Mozart”, fallecido menos de un año antes, “de manos de Haydn”.

El segundo bloque se abre con su llegada a la capital del imperio austrohúngaro y se cierra en 1801, en la antesala misma de lo que suele conocerse como el período “heroico” del compositor. Beethoven estudia (poco) con Haydn y (mucho más) con Johann Georg Albrechtsberger, publica sus primeras obras y empieza a hacerse rápidamente un nombre como pianista y como compositor. Un mapa nos permite ver las diferentes casas en las que vivió en Viena, hasta veintiuna en total, algunas modestas, otras palacios de sus protectores aristócratas. Beethoven buscó siempre la cercanía y el respaldo económico de estos últimos (los príncipes Kinsky y Lobkowitz y uno de sus mejores amigos, el archiduque Rodolfo, hermano del emperador, le asignaron una renta anual a partir de 1809 a cambio únicamente de que permaneciera en Viena), por más que algunos representaran valores muy diferentes a los que él defendía. E incluso al final de su vida, cuando ya era el compositor más famoso de Europa, envió cartas firmadas personalmente a la mayoría de las casas reales del continente, que eran cualquier cosa menos paradigmas de los principios igualitarios, humanistas y democráticos que él profesaba, para que se suscribieran a la edición de su recién compuesta Missa Solemnis, por la que sentía una comprensible y especial devoción, hasta el punto de considerarla su magnum opus.

Entre 1802 y 1812 —el ecuador de la exposición— Beethoven se consagra no ya como un sucesor de Haydn y Mozart, sino como un profundo innovador de todos los géneros musicales que cultiva. Como en el resto de los bloques, una isla central permite escuchar varias obras claves de este período: en este caso, el cuarteto en forma de canon del primer acto de Fidelio, la marcha fúnebre de la Sinfonía “Heroica” y la obertura de Egmont. El héroe empieza a desvelar unos rasgos inequívocos, utilizados profusamente por la historiografía posterior para mitologizar al compositor. Pero son también años de intenso sufrimiento físico y psíquico, como muestra el documento conocido como Testamento de Heiligenstadt, escrito en 1802 y cuyo original puede leerse en Bonn en su integridad. Teñido de premoniciones suicidas como consecuencia de los primeros síntomas de la sordera que, lejos de remitir, no dejaron de acentuarse, está dirigido a sus dos hermanos, aunque los destinatarios somos, en realidad, todos nosotros, sus coetáneos y esas “generaciones futuras” a las que apelaba el Héctor de la Ilíada. La propia “Providencia” aparece incluso mencionada al final como su verdadera interlocutora.

Las escenas de destrucción y de soldados mutilados por las bombas debieron de ser habituales en Viena

Beethoven superó la crisis, pero la enfermedad, ese “demonio envidioso”, siguió acechándolo implacablemente durante toda su vida, como muestra gráficamente un panel de la exposición. “Estoy (...) casi constantemente enfermo”, escribe en 1813. Jaquecas frecuentes, dolencias pulmonares, reumatismo, gota, pérdida de visión, neumonía, ictericia, diarrea crónica, cólicos, ascitis o la cirrosis que acabó con su vida en 1827 dan cuenta de una vida plagada por el dolor. Dos años antes de su muerte admitía sin ambages que “difícilmente podrán ya recuperarse mi naturaleza y mis fuerzas”. Nada fue, sin embargo, tan lacerante como la sordera, el enemigo mortal de un músico, casi total en su edad madura. Ver la trompetilla que se colgaba a regañadientes de la cabeza —un artilugio al que, por sus enormes dimensiones, parece cuadrarle mucho más un aumentativo que un diminutivo— e imaginarlo intentando percibir con ella resquicios de sonido genera desazón. Apoyada en el piano, le ayudaba a escuchar no solo auditiva, sino también corporalmente, transmitiéndole las vibraciones del instrumento.

Invitación para el entierro del compositor en Viena el 29 de marzo de 1827.
Invitación para el entierro del compositor en Viena el 29 de marzo de 1827.Beethoven-Haus Bonn

Los años 1813 a 1818 —el cuarto estadio— son de menor productividad y crisis familiar y personal, ya que le cuesta fraguar su estilo de última época, que asoma ya con fuerza en la Sonata Hammerklavier, pero que eclosiona definitivamente en una secuencia ininterrumpida de obras maestras, de las tres últimas sonatas para piano a las Variaciones Diabelli y, a modo casi de testamento final de un hombre cada vez más recluido en sus propios abismos, cinco cuartetos de cuerda. La radical intimidad de estos contrasta con esa fraternidad universal preconizada en la Novena Sinfonía, ilustrada gráficamente en la exposición con fotografías de interpretaciones de la obra en diversas salas de todo el mundo (como el Palau de la Música de Barcelona), en algún caso (Tokio) con coros multitudinarios. Esta es la música que suena también en una sala en la que puede verse una copia perfecta, realizada en Viena, del famoso Friso de Beethoven de Gustav Klimt, que da paso a una “escultura fotográfica” de Olivier Laric a partir de una obra coetánea, también ligada al movimiento de la Secession: el monumental homenaje a Beethoven de Max Klinger. El adiós final lo brinda una cita de Goethe: “No he visto hasta ahora a ningún otro artista más condensado, más enérgico, más íntimo. Comprendo muy bien la extrañeza que debe de sentir frente al mundo”.

El último piano de Beethoven, construido por Conrad Graf en Viena en 1826.
El último piano de Beethoven, construido por Conrad Graf en Viena en 1826.Beethoven-Haus Bonn

De entre los más de dos centenares y medio de objetos expuestos, Julia Ronge destaca uno de los más pequeños: una misiva que Beethoven envió desde Viena a uno de sus mejores amigos de Bonn, el diplomático Heinrich von Struve, desconocida hasta 2012. Expuesta ahora por vez primera, está escrita en un trozo de papel diminuto, con una caligrafía también minúscula, quizá para que pudiera guardarla en un espacio mínimo quien hubo de hacerla llegar hasta su destinatario en San Petersburgo. Beethoven pregunta a su amigo en las primeras líneas: “¿Cuándo llegará el tiempo en que haya únicamente seres humanos?”, subrayando este último concepto (Menschen). A continuación, él mismo se responde: “Es posible que solo veamos llegar ese dichoso momento en unos pocos lugares. Pero no lo veremos acaecer en todas partes. Pasarán siglos antes de que eso suceda”. Hoy resuenan esas palabras con especial fuerza: la profecía de un héroe tristemente cumplida.

La exposición que se inauguró oficialmente el domingo en Bonn en la Bundeskunsthalle estará abierta al público desde este martes hasta el 26 de abril; en otoño de 2020 viajará, en parte, a Bruselas. Es ambiciosa, inteligentemente selectiva, está pensada para satisfacer por igual a expertos y legos, se afana en contextualizar cada idea y rehúye en todo momento los lugares comunes y la manida mitología beethoveniana. No sostiene tampoco ninguna tesis, pero, con profusión de manuscritos musicales, cartas, notas, cuadernos de conversación, borradores, apuntes y objetos cotidianos, logra acercarnos al genio de tal modo que la proximidad produce escalofríos.

Beethoven. Mundo. Ciudadano. Música. Bundeskunsthalle. Bonn. Del 17 de diciembre al 26 de abril de 2020.

La Beethoven-Haus

Viena se une a la fiesta

Solo hay noticia de dos exposiciones de dimensiones comparables a la que se inauguró oficialmente el domingo: la celebrada en 1890, también en Bonn, un año después de constituirse la Beethoven-Haus en la casa natal del músico, y la que conmemoró en Viena en 1927 el primer centenario de su muerte. Cuesta creer, sin embargo, que pudieran parangonarse conceptualmente con esta, a la que la Beethoven-Haus aporta asimismo el mayor número de objetos expuestos (nadie atesora más memorabilia beethoveniana). También ha renovado por completo su propia muestra permanente en el museo de la Bonngasse, que el público podrá ver por primera vez el próximo martes en una jornada de puertas abiertas. Ese mismo día se inaugura una exposición temporal en torno a la historia del más famoso retrato de Beethoven, el que pintó Joseph Karl Stieler en 1820 con el compositor sosteniendo el manuscrito de la Missa solemnis. El cuadro, sin embargo, se codea ahora en la gran exposición de la Bundeskunsthalle con el resto de los mejores retratos del compositor.

Si Bonn es la ciudad que vio nacer a Beethoven en 1770, Viena fue su patria adoptiva, el entorno de toda su vida adulta, por lo que no podía permanecer ajena a la efeméride de 2020. La Biblioteca Nacional Austriaca inaugurará el próximo jueves la exposición Beethoven. Mundo humano y chispas divinas, en alusión al texto del poema de Schiller que inspiró al compositor el final de su Novena sinfonía. Poseedora también de numerosas cartas y manuscritos del compositor, podrán verse las partituras autógrafas de obras como el Concierto para violín o el Cuarteto de cuerda op. 95. El Kunsthistorisches Museum tenía previsto organizar una gran exposición histórico-artística similar a la que va a verse en Bonn, pero la nueva dirección del museo decidió cancelar los planes originales y se decantó por algo muy diferente. Bajo el título Beethoven conmueve, contrapondrá a partir del 25 de marzo la música del compositor a las obras de artistas coetáneos (Goya, Friedrich o Turner) y actuales (Anselm Kiefer, Jorinde Voigt o Rebecca Horn).

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.

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