Sobrevivir a ‘Girls’: después de su auge y caída, Lena Dunham regresa con una película sobre el Holocausto
Siete años después del final de la polémica serie, la actriz y directora explora sus raíces judías polacas en ‘Treasure’, presentada en la Berlinale
No es la primera vez que Lena Dunham (Nueva York, 37 años) viaja a Polonia. Al comienzo de su veintena, la actriz y directora voló al país de sus ancestros con sus amigos de la universidad. “Nos pasamos el viaje bebiendo vodka, saliendo con chicos y bailando en discotecas”, recordaba este sábado durante un encuentro en un hotel de Berlín. Entonces no quiso saber nada sobre sus orígenes, judíos polacos por parte de madre, “con un número importante de vidas perdidas en la zona” durante la II Guerra Mundial. Su madre y su abuela le dijeron que en Auschwitz no se le había perdido nada: “No es un sitio turístico, ¿qué vas a hacer allí? En mi familia no había ningún interés en entender o comprometerse, sino en asimilarse, en ser estadounidenses primero y judíos después. No me di cuenta hasta que estuvimos a pocos kilómetros de lo asustada que estaba”.
Se refiere al día en que rodaron Treasure, presentada fuera de competición en la Berlinale, en el exterior del campo de concentración. Dirigida por la alemana Julia von Heinz, la película adapta un libro de Lily Brett, periodista musical neoyorquina e hija de supervivientes del Holocausto, que viajó a la Polonia poscomunista de 1991 al lado de su padre para entender de dónde venía. Encontraron la casa familiar en Lodz, compraron a precio de oro la vajilla de porcelana y el viejo abrigo del abuelo a quienes la ocuparon y se perdieron por desoladoras carreteras que los llevaron a pueblos que “en otro tiempo fueron hermosos”, en un viaje tragicómico que, en la pantalla grande, Dunham realiza junto a un padre desastroso y entrañable al que interpreta Stephen Fry.
En esa reconciliación con sus orígenes, antídoto contra la amnesia de los habitantes del Nuevo Mundo, se resuelve la crisis de identidad del personaje. ¿También la de la propia Dunham? “Me lo tomé como una misión, como algo importante que dejar a nuestros hijos. Tuve el sentimiento, sin saber de dónde venía, de que había algo que necesitaba explorar. Creo que volví bastante cambiada. Me permitió entender mejor a las personas de las que desciendo. Creemos que cuando suceda algo así tendremos señales increíbles y grandiosas, cuando en realidad todo puede transcurrir de manera paulatina y ordenada. La zona de interés refleja muy bien lo banal que puede ser el mal”.
La actriz protagoniza y también produce la película —por desgracia, no la dirige ni la escribe, lo que hubiera jugado a favor del resultado—, un compromiso con el material en el que cabe adivinar un cambio en su relación con su fe y su cultura. “Cuando era pequeña, la religión era algo cultural, una especie de obligación familiar. Cuando mi abuela Dorothy murió en 2016, a los 96 años, empecé a estudiar con un rabino, a leer textos religiosos y también a autores como Yehuda Amichai”, relata. “Lo que me gusta de ser judía es que no es obligatorio tener una relación con Dios, sino con la comunidad que te rodea. Para mí, ser judía consiste en ser alguien en quien se puede confiar, ser una fuente de apoyo, poder recomendar un buen médico o una esteticista o ser la persona que se presenta con bagels en una situación de emergencia”. Lo llaman ser un mensch, una buena persona, aunque Dunham reconoce que a veces también ejerce de meshugana o chica alocada.
“Para mí, ser judía consiste en ser alguien de confianza, ser la persona que te recomienda un buen médico o se presenta con ‘bagels’ en una emergencia. No es obligatorio tener una relación con Dios”
Dunham nunca se fue del todo, pero esto se parece bastante a un regreso. Han pasado siete años desde que terminó Girls, la serie que la convirtió en prodigio televisivo, en la voz de una generación, en ganadora de varios Globos de Oro, portada de Vogue, firma habitual de The New Yorker y autora de un libro por el que cobró 3,5 millones de dólares de adelanto. También en objeto permanente de polémica y escrutinio en las redes sociales, entonces en fase embrionaria: por su desnudez excesiva, por su cuerpo no normativo, por su supuesto racismo, por su narcisismo desbocado, por cualquier cosa que saliera de su boca.
Cuando la serie concluyó, encadenó varias crisis de comunicación, lo que tal vez explique la presencia de cuatro publicistas en la habitación donde tiene lugar la entrevista. Llamó mentirosa a una mujer que había acusado a su coguionista de violación, con lo que fue excluida de facto del MeToo tras haber sido una de sus principales promotoras, y luego fue acusada de tratar de forma ofensiva a un deportista negro. Tuvo que contratar a guardaespaldas cuando recibió amenazas de muerte (una de ellas, acompañada de un plano de su casa que indicaba dónde estaba su dormitorio). En la gala del Met de 2017, colapsó y fue ingresada en un hospital. La operaron cinco veces para tratar su endometriosis. Se sometió a una histerectomía. Rompió con su pareja, el productor musical Jack Antonoff. Fue ingresada en una clínica de desintoxicación por su adicción a los ansiolíticos. Y tal vez lo peor de todo: su humor, versión femenina del de su mentor Judd Apatow, propio de esa estirpe de cómicos que prefiere perder a un amigo íntimo que quedarse con las ganas de soltar un chiste hilarante, dejó de tener gracia.
Vuelta a la tele
Desde entonces, Dunham ha dirigido dos películas de perfil bajo (por ejemplo, Birdy, adaptación de su libro favorito cuando era niña), además de la serie Camping, cancelada por HBO tras una sola temporada, y de algunos episodios de Industry, sobre los jóvenes cachorros de la City de Londres. Si se compara con la trayectoria de Adam Driver, actor al que ella convirtió en estrella gracias a Girls, parece algo decepcionante. “Yo era muy joven. Voy a cumplir 38 y tenía 23 cuando escribí el piloto de una serie que definió toda mi veintena. No fuimos número uno en espectadores, pero es verdad que generó mucha conversación. Pero, claro, eso no puede ser siempre así… Entonces solo había un par de series a la semana. Ahora hay unas 800 al año”, relativiza hoy.
Sus padres, el pintor Carroll Dunham y la fotógrafa Laurie Simmons, ya se lo advirtieron: “Si quieres trabajar de esto, vas a subir y bajar. Tienes que hacerlo por el trabajo en sí, por la propia experiencia del trabajo, y nunca por la respuesta a tu trabajo”. Así quiere trabajar a partir de ahora. “Mi motivación secreta no es el éxito o cómo me percibirán los demás o ganar un Globo de Oro. Literalmente, no sé dónde están mis Globos de Oro”. Sus próximos proyectos serán una película inspirada en Polly Pocket para Mattel, en la estela del superéxito de Barbie, y una nueva comedia para Netflix que estos días rueda en Londres. “No espero una respuesta a la escala de Girls, pero me ha recordado lo mucho que me gusta hacer televisión”.
“Cuando ‘Girls’ empezó, la gente sentía más empatía por un mafioso como Tony Soprano que por esas chicas que tenían encuentros sexuales inapropiados. Que hoy siga resonando me parece muy especial”
En los últimos tiempos, espectadores de todas las edades están volviendo a ver Girls. Y, esta vez, sienten una simpatía por sus personajes que no demostraron entonces: ya no ven en Hannah, Marnie, Jessa y Shoshanna a cuatro niñatas insufribles y egocéntricas, sino tal vez a personas que se les parecen. De un tiempo a esta parte, las redes sociales se han llenado de gifs, memes y vídeos de sus mejores escenas. “No tengo una explicación, pero doy las gracias al algoritmo de TikTok”, responde Dunham. “Cuando la serie empezó, la gente sentía más empatía por un mafioso como Tony Soprano que por esas chicas que tenían encuentros sexuales inapropiados. Que la serie siga resonando, sobre todo entre los espectadores más jóvenes, me parece muy especial”. ¿Diría que se adelantó a su tiempo? “Es poco elegante decir eso de uno mismo”, sonríe. “Lo que diré es que ahora nuestra cultura tiene otra comprensión de lo que significa no ser un hombre blanco, cisgénero y heterosexual”.
Dunham no ha vuelto a ver Girls, pero de vez en cuando alguien le manda un supercut con una canción de Taylor Swift o de Phoebe Bridgers de fondo, y admite que le echa un vistazo. “Y, de repente, me digo: ‘¿Sabes qué? Fue divertido’. Me gusta que, en este nuevo mundo, las cosas que haces como artista, hasta cuando tienen una respuesta complicada en un primer momento, acaban encontrando un público que las necesitaba y que logra resucitarlas”, admite. “Incluso si, a veces, todo eso lleva un poco de tiempo”.
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