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‘La zona de interés’: estética de la ceguera voluntaria

La nueva película de Jonathan Glazer no solo detecta el mal en el cumplimiento mecánico de órdenes, sino en la voluntad por no ver

Fotograma de 'La zona de interés', de Jonathan Glazer, con el jardín de la casa del comandante de Auschwitz y, al fondo, el campo.

En el recuerdo de algunos supervivientes de los campos nazis subsiste la sensación de no haber visto jamás ningún pájaro sobrevolando el campo. Esta creencia incentivó uno de mis trabajos artísticos, Je vous offre les oiseaux / Os ofrezco los pájaros, que se inauguró en 2017. Toda la instalación, desde el título hasta el contenido, indica el desajuste entre la experiencia vivida y la experiencia transmitida, a la vez que quiere conseguir algo sólo realizable a través del arte: ofrecer el canto de los pájaros a aquellos que jamás los escucharon.

En el transcurso de mi investigación di con el nombre de Günter Niethammer, ornitólogo alemán que ocupó después de la guerra un cargo de prestigio en Berlín. En 1940 se incorporó a las Waffen-SS y pidió ser destinado a Auschwitz, donde permaneció hasta 1942; es decir, cuando el campo de concentración ya estaba funcionando como campo de exterminio.

Gracias a Rudolf Höss, comandante del campo, Niethammer pudo dedicarse a la observación de los pájaros en la llamada zona de interés, siniestro nombre que corresponde a un área de unos 40 kilómetros cuadrados compuesta de campos de concentración y de industrias que, como IG Farben o Siemens, utilizaban a los deportados como mano de obra esclava.

La existencia corroborada de pájaros en Auschwitz no desmerece la sensación de su ausencia en los supervivientes. Todo lo contrario, el recuerdo sensorial distorsionado tiene un gran valor como experiencia subjetiva: mientras Niethammer podía dedicarse a estudiar el centenar largo de pájaros de la zona, los deportados eran incapaces de avistarlos.

La película La zona de interés, de Jonathan Glazer, Gran Premio del Jurado en Cannes y recién nominada a cinco Oscar, comienza con una larga secuencia en negro y en silencio interrumpida por un exuberante canto de pájaros que da paso a una escena banal de una familia gozando de un día de campo. Estos elementos visuales y sonoros constituyen la tensión que será el eje conceptual de toda la película: vemos y oímos según nuestra posición, de poder o de exclusión. La política y la percepción convergen. Y es que, después de esta escena, descubrimos que la familia en cuestión vive no muy lejos del lugar, en una casa colindante con el campo de concentración. La familia está compuesta por Rudolf y Edwig Höss y sus cinco hijos. Niethammer no es personaje de la película, pero sabemos que se alojó en el mismo lugar, junto con otros profesionales que trabajan en el complejo industrial de la zona.

Rudolf Höss había llegado a Auschwitz en 1940, un poco antes que Niethammer, con el mandato de organizar la aniquilación de los judíos de Europa; es decir, de convertir el campo de concentración donde había prisioneros polacos, judíos, alemanes y gitanos en un campo de exterminio para los judíos. De los 1.100.000 personas que perecieron en Auschwitz, un millón eran judías.

Estamos ante una nueva estética aplicada a las representaciones del Holocausto que evita el acto voyerista hacia la víctima para poner el acento en la ignorancia complaciente de los perpetradores

Primo Levi, en el prólogo a la edición inglesa de las memorias de Rudolf Höss, califica al personaje de cretino puesto al servicio de sus superiores. En cambio, el personaje que construye Glazer deja traslucir el obstinado deseo de poder y una fría obcecación antisemita facilitada por su adhesión a los valores nazis, todo ello, dicho sea de paso, más en consonancia con las memorias escritas por Höss que con el personaje ficcionalizado del libro La zona de interés, de Martin Amis, que supuestamente ha servido de inspiración al director.

Levi también reconoce el fanatismo de Höss, lo cual le sirve para indicar el peligro de dejarse seducir por las ideologías basadas en las nociones de “patria” y “deber”. A esta adhesión hay que atribuir sin duda la capacidad de alguien por lograr vivir sintiéndose en el paraíso a 30 metros de un campo de exterminio.

En la película de Glazer tampoco nosotros vemos lo que hay detrás del muro coronado por alambradas, pero lo sabemos, al igual que lo sabían Höss y su familia, porque por encima del muro se ve el humo de las chimeneas, porque se escucha el ruido siniestro de los crematorios funcionando noche y día, y porque se oyen los gritos de dolor de las víctimas. Una apuesta arriesgada, la de Glazer, que tuvo la voluntad, según ha asegurado, de mostrar que estamos más cerca “emocional y políticamente de la cultura del perpetrador” de lo que pensamos.

Glazer nos confronta, en definitiva, con nuestra ceguera ante la historia. Ante un comportamiento que también se puede proyectar en el presente: oscurecer los hechos atroces en el momento mismo que suceden. Estamos, creo, ante una nueva estética aplicada a las representaciones del Holocausto que evita el acto voyerista hacia la víctima para poner el acento en la ignorancia voluntaria y complaciente de los perpetradores. Un cine que se pone al servicio de una representación memorial que nos incita a explorar la posibilidad del mal no tan sólo en el cumplimiento mecánico de órdenes, como se ha dicho y repetido, sino en la voluntad empecinada por no ver.

Marta Marín-Dòmine es escritora y directora de documentales e instalaciones, especializada en exilio y memoria. Dirigió el Born Centre de Cultura i Memòria de Barcelona hasta 2023.

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