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Tres fotografías de 1907 permiten reconstruir la historia del estandarte íbero desaparecido hace 100 años

Los expertos completan sus conocimientos sobre este símbolo de poder, del que solo están documentados 20 ejemplares, a través de las imágenes de un arqueólogo inglés y otro belga

Fotografía del 'Jinete de Orihuela', tomada por Horace Sandars, en 1907, donde se indica que está en el museo de los jesuitas de Orihuela.
Fotografía del 'Jinete de Orihuela', tomada por Horace Sandars, en 1907, donde se indica que está en el museo de los jesuitas de Orihuela.Museo Arqueológico Nacional
Vicente G. Olaya

Los reyes y caudillos íberos portaban unos estandartes, coronados por la figura de bronce de un hombre a caballo, que simbolizaban su poder divino. Se los conoce como signa equitum y han sido siempre sumamente codiciados por los expoliadores dada su rareza; de hecho, solo se tiene constancia de la existencia de una veintena de estas piezas y no todas están localizadas. Uno de esto estandartes, el conocido como Jinete del Archivo Cabré, desapareció en torno a 1907 del museo de los padres jesuitas de Orihuela (Alicante). No se ha vuelto a saber de su paradero, pero sí se guardan tres fotografías tomadas a principios del siglo XX. El estudio Un signun equitum ibérico en Monteagudo (Murcia), de los arqueólogos Martín Almagro Gorbea y Alberto J. Lorrio Alvarado, reconstruye, gracias a estas viejas imágenes, los avatares de la pieza, su significado y cómo este tipo de obras se fueron extendiendo por todo el sureste peninsular en correrías y razias ibéricas comparables a las más conocidas de los celtíberos. Se cree que los estandartes fueron introducidos por los focenses (griegos del Asia Menor) en Hispania hacia el año 500 a. C. “para exaltar a las élites ibéricas y atraerlas en su lucha contra fenicios y púnicos”, en los mismos años en que los griegos vencían a los persas en la I Guerra Médica y a los cartagineses en Sicilia.

Entre los objetos más singulares de la cultura ibérica destaca este conjunto de pequeños bronces de gran homogeneidad tipológica conocidos como Jinetes tipo La Bastida, por proceder el primero de los catalogados (1931) del yacimiento de La Bastida de les Alcusses, en Mogente (Valencia). Todos las figuras signa equitum repiten un mismo modelo: un caballero desnudo, tocado con un casco con cimera y armas, mientras que el caballo lleva bridas y va adornado con un penacho en forma de abanico. Iban montados sobre un vástago hueco que se insertaba en un astil de madera que permitía llevarlos como si fueran un cetro.

De todas estas piezas hay una, en paradero desconocido, que fue identificada hace pocos años gracias a dos fotografías conservadas en el Archivo Juan Cabré del Instituto de Patrimonio Cultura de España (IPCE) y una tercera en el Archivo Siret del Museo Arqueológico Nacional. Las fotos del IPCE reproducen las dos vistas laterales de la pieza, sin indicación alguna sobre su procedencia. Las instantáneas muestran una figura “muy corroída y desproporcionada, porque el jinete es mayor que el caballo para resaltar la importancia simbólica del caballero”.

La fotografía que parece más antigua es la que se conserva en la Colección Siret. Muestra la figura apoyada sobre una tela y sujeta con un clavo. Es visible que conserva una etiqueta muy deteriorada donde se puede leer su lugar de procedencia: Monteagudo (Murcia).

El reverso de esta foto incluye también una nota manuscrita del arqueólogo británico Horace Sandars, donde se hace referencia al museo jesuita de Orihuela y una fecha: 30 de junio de 1907, momento en que realizó la foto. Sandars, posiblemente, llegó a la localidad alicantina ese año, sin que se conozcan las razones de su visita, aunque por aquellas fechas estaba investigando un destacado conjunto de exvotos ibéricos hallados en el santuario del Collado de los Jardines, en Sierra Morena. Es más que probable que en el museo descubriese el signum equitum y, emocionado, le enviase la fotografía al belga Luis Siret. Pero es solo una suposición, porque en la Colección Siret del MAN, donde se guarda parte de sus trabajos ―otros se los llevó a Bruselas— no existe ninguna referencia a estos hechos.

Grupos en que se dividen los 'Jinetes tipo La Bastida', según su cronología.
Grupos en que se dividen los 'Jinetes tipo La Bastida', según su cronología.Almagro /Lorrio /Vico

La falta de información sobre estas obras ―expolios, investigaciones mal completadas o pérdida de los datos originales por causas naturales o guerras― convierte en “sumamente importante que en la etiqueta del archivo Siret se lea su procedencia”.

Cruce de caminos

El cerro del Castillo de Monteagudo es uno de los puntos más estratégicos del territorio murciano y ofrece además unas condiciones topográficas muy destacadas, por lo que ha sido ocupado desde época argárica (2200 y 1550 a. C.) hasta el día de hoy. Monteagudo controlaba, entre los siglos VI y III a. C, un nudo de vías de enorme importancia. Un camino transcurría, pasando por Lorca, hacia Pinos Puente (Granada), de donde precisamente procede otra de estas figuritas de jinete, que, además, es la que más se asemeja a la de Orihuela. Otra vía se dirigía hacia el Alto Guadalquivir, mientras que una tercera alcanzaba Complutum (Alcalá de Henares). En consecuencia, Monteagudo debió ser uno de los más importantes oppida (asentamiento fortificado) ibéricos de territorio de Murcia”.

Desde el siglo XVIII, en Monteagudo se han encontrado exvotos de bronce, esculturas ibéricas de calidad, pero fragmentadas, objetos de prestigio, como un braserillo de bronce o cerámicas áticas de figuras rojas y de barniz negro. “Estos materiales evidencian una intensa ocupación en época ibérica del cerro, al menos desde el siglo V a. C., por lo que pudo perfectamente ser el lugar de procedencia de este interesante bronce, sin que se pueda precisar mucho más sobre las circunstancias de este hallazgo”, admiten Almagro y Lorrio. De todas formas, los arqueólogos clasifican este tipo de piezas en diferentes grupos según su estilo, desde finales del siglo VI al siglo II a. C., pudiendo fechar el Jinete de Orihuela en el siglo IV a. C.

El hombre de esta pieza lleva una panoplia militar que ya era arcaica en su época, lo que resaltaba su “carácter ancestral y heroico”. Destaca el casco con gran penacho o cimera, armamento que complementaba una falcata y una caetra (escudo redondeado). Estos elementos “eran símbolos del poder de origen divino, propios del rey o basileus”, sostiene el estudio.

El simbolismo de estos signa equitum evidencia, aseveran los expertos, que las elites ibéricas eran de carácter ecuestre, pues el caballo siempre ha sido símbolo de elites guerreras, como ocurría en Grecia, en la Italia prerromana, en las Galias y en Hispania. “Esta figura mítica era el patrono y protector de quien ocupaba la cúspide social, de toda su familia, de su pueblo y de su territorio, por lo que se convertía en la clave de la estructura política ibérica para aglutinar a la sociedad. Este hecho explica el enorme interés de estos objetos, de los que apenas se conocen unos 20 ejemplares, y permite comprender la popularidad de esta figura mítica ecuestre en el imaginario popular prerromano”.

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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