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Archiveros y archivos: los ‘dueños’ de la memoria

Profesionales básicos para preservar la memoria de un país, su trabajo ha servido para sacar a la luz datos esenciales olvidados o perdidos

De izquierda a derecha, María Jose Rucio (jefa del Servicio de Manuscritos e Incunables), Ignacio Panizo (jefe del Servicio de Archivo) e Isabel Ruiz de Elvira (directora del Departamento de Manuscritos, Incunables y Raros) de la Biblioteca Nacional.
De izquierda a derecha, María Jose Rucio (jefa del Servicio de Manuscritos e Incunables), Ignacio Panizo (jefe del Servicio de Archivo) e Isabel Ruiz de Elvira (directora del Departamento de Manuscritos, Incunables y Raros) de la Biblioteca Nacional.Álvaro García
Miguel Ángel García Vega

Tiempos de memoria. En 2022, el Ministerio de Cultura compró, por más de 29 millones de euros, el archivo Lafuente, que pasó a formar parte del Museo Reina Sofía, comandado en aquel momento por Manuel Borja-Villel. El 15 de diciembre de 2023, Manuel Segade, quien sustituye a Borja-Villel, destinó 98.600 euros a la adquisición del fondo de la galerista Juana de Aizpuru, y pocas semanas después el Archivo Histórico Nacional (AHN) incorporaba, tras abonar 240.000 euros, el legado de la escritora Concha Zardoya (1914-2004), quien vivió muchos años en el exilio en Estados Unidos impartiendo literatura española. La autora fue protegida de la premio Nobel chilena Gabriela Mistral (1889-1957) y tuvo una gran proximidad con la generación del 27. En su casa madrileña se acumulan más de 7.000 cartas. En este caso, palabras que escriben tesoros.

“Los archivos españoles son extraordinarios y también el trabajo (vocacional) que efectúan bibliotecarios y archiveros. Bastantes veces en condiciones difíciles”. Este es el titular que encabeza todas las entrevistas realizadas para este reportaje.

“En la caja novecientos [para ahí, no revela el número concreto] es donde se encuentra el legajo de los jesuitas que da la pista sobre el lugar en el que se hundió el barco, con sus esmeraldas, que usó Arturo Pérez-Reverte para escribir la novela La carta esférica (Alfaguara)”, narra Juan Ramón Romero, director del AHN. Estamos a unos 15 grados, en uno de sus depósitos —el archivo tiene siete niveles—, recorriendo 45 kilómetros de estructuras que albergan libros y papel, e infinidad de joyas. Una colección de 200.000 pergaminos medievales (solo superada por los Archivos Vaticanos) o cuatro fragmentos (el documento escrito más antiguo que conserva España) de época visigoda (696). Extractos de la identidad del país. Todo en un ritmo inmenso de anaqueles simétricos.

Un trabajador del Archivo Histórico Nacional digitaliza documentos.
Un trabajador del Archivo Histórico Nacional digitaliza documentos.Archivo Histórico Nacional

En miles de cajas de cartón se extiende un océano de recuerdos. El AHN es su custodio. “Una sociedad sin memoria no puede aspirar a ser transparente ni democrática”, avisa Juan Ramón Romero. Falta espacio. Sobre todo porque, además, conservan los documentos de la Administración General del Estado. La estrategia es aumentar la capacidad del archivo de Alcalá de Henares. Pero el nuevo espacio llevará una década. ¿Y mientras? ¿Qué ocurre con la memoria normal y tecnológica que se genera hoy? La Administración carece de una Ley de Archivos. “Faltan las actas de las deliberaciones de los Consejos de Ministros de los años cuarenta, cincuenta y sesenta de la dictadura. Dependen de Presidencia. “¿Qué hay que esconder? ¿Que la familia Carceller [falangistas que se hicieron multimillonarios] eran lo que eran? ¿Qué había connivencia con los nazis? ¡Son documentos que tendrían que estar protegidos ya aquí!”, exclama.

Y que a nadie se le ocurra ir al archivo a preguntar por el 23-F (1981). Está en manos del secretario del Tribunal Supremo. “En 2033 deberían ser de acceso público al cumplir medio siglo. Mientras estén allí resulta imposible consultarlos”, avisa. Y de expresidentes solo conservan el de Adolfo Suárez (1932-2014) —por mandato judicial—, aunque tampoco es público. “Algún antiguo ministro se ha jactado ante mí de poseer documentos clasificados”, critica. Nos enfrentamos, diríase, con ladrones de memoria.

Una mujer consulta documentos en una de las salas del Archivo Histórico Nacional.
Una mujer consulta documentos en una de las salas del Archivo Histórico Nacional.Archivo Histórico Nacional

Los archiveros resultan esenciales y sufren demasiados palos en una rueda que gira en beneficio de la sociedad. Entran por oposición (historiadores, lingüistas, químicos y tecnólogos, a los que más cuesta fichar) pero les conduce, sobre todo, la pasión por conservar ese patrimonio.

Juan Ignacio Panizo es uno de esos nombres que cuidan del océano de memoria. Fue el archivero —durante 20 años— responsable de la Sección de la Inquisición del AHN, ahora es jefe de sección del archivo de la Biblioteca Nacional. Juan Ignacio introduce a Isabel Ruiz de Elvira, directora del departamento de manuscritos, incunables y raros. Es una mañana de diciembre de neblina y frío en Madrid. Aunque, de súbito, surge algo radiante. Han recibido los archivos de los escritores Rafael Sánchez Ferlosio y Luis Mateo Díez. La conversación y la fotografía ocurre en la sala restringida Cervantes, donde se protegen las donaciones de Ramón Gómez de la Serna, Muñoz Molina o Leopoldo María Panero. ¿Recuerdan el documental El desencanto (1961): la demolición de la familia de origen falangista Panero? Leopoldo escribe: “La poesía destruye al hombre. / Las palabras destruyen al hombre/”. Nunca en este caso. Las conservan. Decenas de archivos personales y cerca de 60 archiveros. “La correspondencia se ha puesto de moda y es uno de los temas más solicitados”, subraya Ruiz de Elvira. “Los fondos personales de escritores son muchísimos [Juan Benet, Jorge Guillén, Jaime Gil de Biedma] pero lo valioso es que revelan su proceso creativo”, admite Juan Ignacio. Desde el robo de la obra de Galileo Galilei en 2021 la seguridad es exponencial. Cámaras individuales vigilan a cada investigador que consulte un original valioso.

Dibujo del volcán de Fuencaliente, en la Palma, en 1678.
Dibujo del volcán de Fuencaliente, en la Palma, en 1678.Archivo Histórico Nacional

Arcadia de archivos

España es una arcadia de archivos. Por antigüedad sería algo así: Palma de Mallorca, Reino de Aragón, Real Chancilleria de Valladolid, Simancas, Archivo de Indias y AHN. Bastante cerca, en el Casón del Buen Retiro, ya han digitalizado los archiveros y bibliotecarios 1.600.000 páginas. “Y la idea es concluir pronto otras 500.000. Unas 5.500 cajas en total”, estima María Luisa Cuenca, jefa del área de biblioteca, documentación y archivo. Un mundo sobre lienzo. El primer documento que se conserva (1826) es la compra de El Cristo de Velázquez. Más historia. La fallida adquisición de El entierro del conde de Orgaz de El Greco o la donación (1941) por Francisco Cambó (1876-1947) de dos botticelli. También, gracias al micromecenazgo, se incorporó (1920) La Virgen del caballero de Montesa, de Paolo de San Leocadio.

Más lejos, en la zona norte de Madrid, brilla la ciencia. El CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) tiene 19 archivos. Además cuidan los del Museo Nacional de Ciencias Naturales, el Jardín Botánico y el del Centro de Ciencias Humanas y Sociales. El espacio, fundado en 1939, es, entre otros, custodio del legado de la bióloga molecular Margarita Salas, el filósofo José Luis Aranguren o el fotógrafo Luis Lladó, según detalla Agnès Ponsati, directora de la Unidad de Recursos de Investigación Científica. Los archivos guardan la memoria de quienes fuimos: un espejo que refleja razón y monstruos.

Secretos artísticos revelados en bancos y galerías

El país europeo que más patrimonio cultural posee es Italia. Incluso abundan aficionados que buscan sus particulares tesoros en archivos. Han descubierto, algunos datos, relacionados, entre otros, con Leonardo da Vinci. En Nápoles, el más importante y rico, recuerda Nicola Spinosa, gran experto en Ribera, es el Archivo Histórico del Banco di Napoli. Un dato caravaggesco ignorado. Durante siglos no se supo quién había atacado en esa ciudad al genio lombardo hasta casi matarlo porque los legajos que conservaban los nombres de los agresores habían sido, oportunamente, tachados. En 2002, el estudioso maltés, Keith Sciberras, pasó el libro que se guardaba en Malta por rayos X. ¡Ahí estaban!

El arte, también, es sorpresa y comercio. La galería Colnaghi de Londres (una de las más importantes en Maestros Antiguos) tiene unos 300 metros de archivos. “Es un tesoro, sobre todo, para estudiar la Edad Dorada (1870-1890), cuando los clientes eran multimillonarios como Isabella Stewart Gardner, Henry Clay Frick o Andrew Mellon”, apunta Jeremy Howard, responsable de investigación, archivos y proyectos académicos. El equipo cuenta con tres archiveros. Los depósitos (que contienen, por ejemplo, correspondencia entre los pintores Constable y Delacroix) se encuentran cerca de Aylesbury (Inglaterra) y el archivo empresarial empieza en 1894. Es de acceso público. Encontrarán una frase profética de Mellon: “No existe mayor fracaso en la vida que morir rico”.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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