Thibau Nys engrandece con su victoria el GP Miguel Indurain de ciclismo en Lizarra
El joven belga, un ciclista que lleva camino de ser un gran campeón, se impone en la clásica navarra tras atacar en un muro a dos kilómetros de la llegada


Es la carrera de Miguel Indurain en Tierra Estella, donde el ciclismo es la vida, y en la plaza de los Fueros de Lizarra el ambiente es muy sentimental, casi de salida de clásica belga, la tienda de café de los Galdeano en los soportales y en el bar San Juan sirven vermús y cervezas a los aficionados que aplauden a los ciclistas que suben al escenario antes de salir. José Miguel Echávarri, el padre de los equipos con los que Perico e Indurain ganaron Tours y despertaron a un país adormilado, no puede dar un paso, está en su pueblo, sin que le paren para charlar con él, y Juanjo Oroz se acerca. Es el único director que se ha acercado a pie a la presentación de los equipos. “Lo he hecho solo para aplaudir a mis ciclistas”, dice Oroz, navarro como Estella y el alma del Kern Pharma que vive el dolor de haber sido excluido de la próxima Vuelta a España, la carrera de la que fueron protagonistas el año anterior. “El daño moral que nos hacen es tremendo”, dice. “A nosotros y a otros equipos que pueden ver cómo el trabajo y hacer bien las cosas no valen para nada”.
La organización del ciclismo sigue una vía burocrático-económica que usa solo las raíces como fachada. “El mensaje que nos envían es que debemos aumentar el presupuesto para tener el derecho a correr la Vuelta, pero también nos hacen un daño económico, y nuestro patrocinador puede empezar a pensarse si tiene sentido seguir. Fuera de la Vuelta entramos en un círculo diabólico, porque nos quedamos sin posibilidades de sumar puntos suficientes para clasificarnos por ránking…”, señala Oroz. Y fuera de las grandes hace mucho frío para equipos que nacen de la cantera y cuidan la cantera y se ven obligados a correr en China o en Tailandia o en Armenia o Turkmenistán para encontrar puntos y victorias. “Pero esto es lo que hay. Es la lección. Tenemos que aceptarlo”.
O correr en Estella, que acoge a todos y, sobre todo, tras 203 kilómetros de ciclismo intenso, por un territorio verde de lluvia, y zonas para abanicos, para emboscadas, muros y subidas largas, corona a un chaval que ya es grande y será más grande, el belga Thibau Nys, de 22 años, que llega de un territorio en el que, como en Estella, la vida imita al ciclismo. Es una victoria simbiótica la del ciclista que llega a la carretera siguiendo los pasos que dejaron en el barro del ciclocross Mathieu van der Poel y Wout van Aert: hace grande a la carrera que le hace grande a él, ciclista que más de clásicas de pavés y muros es de Liejas y Flechas, con un cambio explosivo en los repechos empinados, como la pared, pasado Eraul, el pueblo de los justos, en la que, a solo dos kilómetros de la meta, nitroglicerina sus piernas, acelera incontenible, supera a todos, baja sin mirar atrás y solo levanta el brazo derecho, índice hacia el cielo azul, para, campeón, cruzar la línea de meta ganador de la primera carrera que disputa en 2025. Su nombre da más brillo aún a un palmarés en el que figuran el propio Indurain, Alejandro Valverde, Simon Yates, Ion Izagirre, Txomin Perurena y Pedro Delgado.
Nys es hijo de Sven, campeón único de ciclocross, sangre de su sangre, como Igor Arrieta es hijo de José Luis, estratega sobre la bici ya desde sus comienzos y capitán de ruta del Banesto en los últimos años de Indurain. Esbelto, maillot del UAE, sangre de la sangre del ciclismo, al que Indurain abraza antes de salir y charla con él. El ciclismo, como el amor, se comparte en Estella y se siente, y se lo cuentan padres a hijos, y alrededor de Indurain se forma un círculo de admiradores, todo el pueblo, que durante media hora casi hacen cola para hacerse una foto con el más grande ciclista español, que tuerce la nariz cuando se le habla de las clásicas al ver pasar al pelotón estirado, y a su frente un juvenil de 18 años llamado Héctor Álvarez con la camiseta del Lidl, ya trabajando para la victoria de Nys. Álvarez, que es de Alfàs del Pi, junto a Benidorm, llega de correr una carrera en los Países Bajos, viento por todos los lados y siempre de frente, en la que se ha empapado en su sueño, las grandes clásicas flamencas. Es un chaval de más de 1,90 y condiciones únicas, e Indurain tan grande, recuerda que nunca corrió un Tour de Flandes y que solo salió en una Roubaix, que prefiere no recordar.
“La carrera lleva mi nombre, y estoy orgulloso de ello, pero no es mía, es del Club Ciclista Estella”, dice Indurain, y en la acera, una terraza espontánea de otro bar, cervezas, abraza a Miguel Ángel García Mitxelena, y su enorme personalidad. Ganó cinco Tours y, aún rodeado del remolino de gente, se acuerda de Julio Itxaso, y pregunta por él, por el contrabandista de Ginebra amigo de María Zambrano, a la que llevaba tabaco y comida en su exilio, y de todos los navarros como él, que es de Yesa, y cultiva olivos y cultiva amigos con sus historias interminables en las que recuerda cómo se olvidó la dentadura postiza en el hotel de Jaca el día que Indurain se vistió por primera vez de amarillo en el Tour, julio del 91, o la forma en la que le puso firme a Mario Conde, dueño de su Banesto, nada menos. Ayudó a todos los equipos españoles que pasaban por Suiza y a Miguel Indurain sobre todos, guardaespaldas estricto, de guardia en los hoteles, y solucionando cualquier problema de suministro de cualquier material, y un Mercedes 600 que transporta lo que haga falta.
En Estella, el ciclismo es la clásica de la memoria, buena memoria de la buena gente.
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