George Michael: el hombre cambiante
Formidable como cantante, compositor y productor, el autor de ‘Faith’ terminó siendo más conocido por su vida turbulenta
Es una de esas manías británicas que nos cuesta entender: la ansiedad por ver qué canción alcanza el número uno durante la Navidad. Un honor que moviliza artistas, campañas de marketing y casas de apuestas. Sepan que en estas fiestas ha triunfado un tema de 1984, Last Christmas, de Wham! Recuerden, aquel dúo que presentó al mundo el talento de George Michael (el otro miembro, Andrew Ridgeley, era esencialmente un animador, sin apenas input musical).
Se acaba de publicar en España Careless Whisper (Liburuak), biografía de George Michael firmada por Robert Steele. De principio, se agradece su mera existencia: hay docenas de libros sobre el camaleónico David Bowie, pero prácticamente nada sobre un artista que protagonizó metamorfosis casi tan pasmosas en imagen y sonido.
Y yo diría que para bien. El George Michael de Wham! podía parecer una muñeca pepona, con peinados arquitectónicos. Musicalmente, pasó del Juan Palomo del inicio, mago de las maquinitas, a alternar con instrumentistas de carne y hueso, incluyendo orquestas sinfónicas. Lo que no significa que valorara mucho sus aportaciones: aquí se cuenta algún chocante gesto de tacañería con sus instrumentistas, aunque luego aprendió a ejercer de filántropo.
Cierto que sus giros estilísticos no fueron tan comentados como su involuntaria salida del armario: en 1998, fue detenido en unos baños públicos de California, tras ser provocado por un policía de paisano. Se lo tomó bien: unos meses después lanzaba Outside, con un memorable vídeo que reivindicaba el exhibicionismo y el aquí-te-pillo-aquí-te-mato, aparte de iniciarse con una parodia letal de un porno sueco (y heterosexual).
Sin embargo, lo que ocurrió en años posteriores no tenía maldita gracia. Fue arrestado por un incidente similar en Londres. De modo regular, le atraparon conduciendo bajo los efectos de la marihuana y otras drogas. Se libró pagando multas y aceptando amonestaciones, pero, finalmente, en 2010 fue condenado —por ser un peligro público al volante— a ocho semanas de prisión, de las que cumplió cuatro. Uno podría pensar que (in)conscientemente quería ser castigado, aunque eso no encaje con su tendencia a falsificar vivencias, algo que alcanzó la apoteosis con Bare (1990), tomo biográfico redactado por un periodista un tanto cínico, Tony Parsons.
¿Hipocresía? Conviene computar aquí la propensión del cantante a buscar respetabilidad, sin miedo a contradecirse, como con su fugaz decisión de 1990 de no aparecer en sus vídeos (como había dinero, era sustituido por Linda Evangelista, Naomi Campbell y otras supermodelos). Estaba entonces en guerra con su discográfica y rechazaba hacer promoción. Su pelea legal para librarse del contrato con Sony tuvo mucho de quijotesca y no ayudó a su carrera. Una carrera donde evidenció una feliz voracidad musical, con abundancia de versiones y sampleados de discos ajenos.
Hay demasiadas incógnitas alrededor de Michael, incluyendo los detalles de su muerte en 2016. Lamentablemente, el libro de Robert Steele se limita a juntar información ya disponible: no esperen revelaciones. Ni siquiera explora su carácter de inmigrante de segunda generación (su nombre de pila era Georgios Kyriacos Panayiotou). No establece paralelismos con el otro cantante de origen grecochipriota que le precedió en el éxito, Cat Stevens (Steven Demetre Georgiou), también hijo de restaurador y que igualmente tuvo una relación tormentosa con el mundo que le rodeaba.
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