José Oliver, el gran poeta andaluz que escribe en alemán
‘Andalemania’ es la primera traducción al español de la poesía de uno de los autores vivos más importantes en lengua alemana
Él lo llama dualidad, pero bien pueden parecer dolorosas contradicciones. José Francisco Agüera Oliver (Hausag, Alemania, 62 años) es una de las voces poéticas más reconocidas de la literatura contemporánea en alemán. Autor de 20 libros de poesía, desde el año pasado es presidente del PEN Club de Alemania, la asociación de escritores que en su día presidiera el Nobel Günter Grass. Y sin embargo, no posee pasaporte de este país. De esta cruel paradoja deja constancia en su poema Identidad nacional: “Producido en Alemania / importado desde España / desde entonces llevo / un tatuaje invisible / para ser visto / en no se qué archivo”.
A pesar de haber nacido y no abandonar nunca su residencia en Hausag, un pequeño pueblo enclavado en la Selva Negra, José F. A. Oliver, —como firma sus poemarios en un claro homenaje a su madre, “jornalera malagueña en un andén” hacia un destino incierto—, vive marcado por su condición de hijo de la emigración andaluza. “Con 16 años me dieron un pasaporte y un sello, pero no se me permitía trabajar en Alemania. Ahí me di cuenta de que siempre iba a ser extranjero”, rememora el poeta. Oliver ha sido siempre un poeta andaluz que escribe en alemán, hijo de ese exilio sin nombres ilustres, emigrantes económicos “por una cuestión tan política como no tener que llevarse a la boca” en la España del desarrollismo, como lo describe la poeta residente en Sevilla Carmen Camacho.
Estos días Oliver pasea por Sevilla acompañado por Camacho, por el traductor extremeño Mario Martín Gijón y el director de la editorial sevillana Libros de la Herida, David Eloy Rodríguez, para conjurar “esta otra memoria histórica”, la de los 800.000 andaluces que, “en otra forma de guerracivilismo”, llegaron a Alemania en la década de los 60. Y para saldar una deuda: la de la publicación de su obra traducida por primera vez al español, hermosamente titulada Andalemania (Libros de la Herida, 2023), para dejar constancia de que sus orígenes andaluces no son una condición extraliteraria, sino la distancia que ha atravesado siempre su poesía. “Es la publicación más importante de mi vida. Cuando el libro llegó a mis manos, lo estuve acariciando durante horas, como el que acaricia la historia de una familia”, explica emocionado el poeta.
Un juego entre dos pisos
Todo arranca con un abuelo “pescaor” y prosigue con sus padres, integrantes de uno de los primeros contingentes de trabajadores llegados tras el acuerdo entre España y la República Federal. “Papá, el más ferviente de los andaluces que he conocío, trabajador y luchador procedente de Torremolinos, que ya casi nadie recuerda”. Y mamá, la de “la mar azul, nacida en el compás de la Victoria”. A fin de cuentas, el viaje de una lengua materna y la dualidad entre el idioma que usaba fuera ―una próspera localidad del Estado de Baden-Wurtemberg, patria de Hölderling y Heidegger― y el que se empleaba en el hogar familiar. “Era como un juego entre dos pisos en la casa que vivíamos. En el primer piso se hablaba el alemánico ―dialecto empleado en Alsacia y el suroeste del país―, es decir, casi alemán. Y en el segundo reinaba lo que podríamos nombrar el alma y el espíritu andaluz, o sea, una manera de ser, como decía Alberti”.
Tiene el niño Oliver una especial fijación por el poeta gaditano, al que decide visitar en Madrid con 23 años, después de varios tanteos previos en la patria de sus padres. “Llamé al partido comunista para que me dieran su dirección, pero no me hacían caso. Yo protestaba: ‘¿Pero este qué partido comunista es si no me dicen dónde vive Alberti? Si yo también soy un camarada”, rememora divertido. Finalmente, lo consiguió y se presentó en la casa de la calle Princesa que habitó el poeta en su regreso del exilio. Alberti se resistió en principio a atenderle, hasta que comprobó que era un joven poeta. “Me había cerrado la puerta. Pero de repente, volvió a salir al descansillo de la escalera, y yo seguía ahí. Esperando. Me preguntó: ‘¿Tú eres poeta entonces?’ Pues baja al bar y espérame ahí. Estuvimos hablando durante horas”, recuerda, de nuevo con la emoción de un chiquillo.
Toda su biografía se encuentra, de hecho, de manera explícita en el conjunto de su obra. Su primer poema, firmado con 16 años, se titula Madre: “Sobre tus ojos / el brillo / del olvido / la voz / de callar / el lenguaje de tus manos / comprende tu vida…”. Y sobre este útero materno se ha pergeñado esta antología poética, una reparación histórica con esa mujer que falleció hace tan solo unos meses, a las puertas de la publicación en español de estos poemas y que, de nuevo otra carambola cruel, le privó de leer alguna vez a su hijo en su lengua.
También se coloca como una cuestión troncal en su poesía la experiencia vivida por José Oliver en Perú, en la década de los 90, cuando comenzó a pasar temporadas en “los pueblos jóvenes”, como se llama eufemísticamente a los barrios de chabolas levantados en las afueras de Lima, donde ayudaba en la construcción de escuelas dentro de proyectos de la Juventud Cristiana. “Su compromiso con esta labor social coexistirá siempre con una visión muy crítica de la jerarquía eclesiástica”, apunta el traductor, como se demuestra en los poemas Padre Nuestro en Lima o En el día en el que el Papa visitó Perú, “uno de los mayores poemas de denuncia de la desigualdad en Latinoamérica y de la violencia paramilitar, denuncia que sigue igual de vigente tres décadas después”.
¿Pero este qué partido comunista es si no me dicen dónde vive Alberti? Si yo también soy un camarada”.José F.A. Oliver
Traductor al alemán de Federico García Lorca, Vicente Aleixandre y Juan Ramón Jiménez, José Oliver no se ha atrevido a realizar la operación a la inversa con sus versos. “Me interesa tanto el lenguaje, y la percepción de la realidad según el idioma que se utiliza, que tendría que haber escrito poemas nuevos, nunca serían traducciones”, admite.
Para este encargo, ha encontrado al traductor y también poeta extremeño Mario Martín Gijón, que recalca esta impronta en la poesía de Oliver: “Escribe en alemán llevando al límite el idioma, lo fractura en un ejercicio de auténtica audacia lingüística. Y en las últimas dos décadas, ha evolucionado hacia una escritura cada vez más innovadora y experimental”.
Como activista político y cultural, José F. A. Oliver dirige, desde 1997, el Festival de Literatura LeseLenz en su ciudad natal. Hasta allí llegan cada año autores en alemán, pero también de otras lenguas lejanas, más de 4.000 personas entre poetas y público, que equivale a toda la población de Hausag. Y allí precisamente se conoció con la poeta andaluza Carmen Camacho (sevillana de Jaén), a la que ha traducido sus versos a lengua germánica. De nuevo, un homenaje a su madre: “Para mi madre este festival era la gran celebración anual. Y siempre me decía: ‘trae a poetas españoles, que yo los pueda entender’. Y Carmen colmó ese anhelo”, explica con el dulzor del habla andaluza enredada en una dicción sin patria, la de un “poeta-nómada”, como se define en el epílogo de esta antología.
Babelia
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