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El PEN, club global de la libertad de expresión

De las campañas a favor de autores presos a la visibilización de las mujeres, un nuevo volumen recoge la historia de la organización internacional de escritores en su centenario

La periodista rusa independiente Anna Politkóvskaya, asesinada en 2006, en una imagen de archivo sin datar.
La periodista rusa independiente Anna Politkóvskaya, asesinada en 2006, en una imagen de archivo sin datar.Epsilon (Getty Images)
Jordi Amat

Cuando los organizadores de la operación hablaban de él, usaban un nombre en clave: Sally o Harry. Su objetivo era sacarlo clandestinamente del Reino Unido para que hiciese su primera intervención tras haber sido condenado a muerte por la sátira que había escrito. Aquel día de 1992, durante una sesión del PEN canadiense, Margaret Atwood anunció que los acompañaba un invitado especial. Únicamente lo sabían los conjurados. Pronunció su nombre, hubo un grito de sorpresa fascinada en el auditorio y Salman Rushdie apareció en el escenario. Lo importante de ese día es que el PEN forzó al gobernador de Ontario a comprometerse en la defensa de Rushdie —el primer político que lo acogió en público— y que Rushdie explicó que su caso no era único ya que había decenas de escritores exiliados, perseguidos o encarcelados. La trama se desvela en el documental Code Name Sally. La historia es paradigmática de la bandera que el PEN enarbola por todo el mundo desde hace un siglo.

A principios de octubre la institución cumplió cien años. Para conmemorarlo, entre otras iniciativas, se ha publicado un libro donde se reconstruye con palabras e imágenes su vocación internacionalista y se muestra su actividad constante y comprometida. La edición original del volumen es la inglesa, pero se han editado 14 versiones distintas. La vasca y la catalana cuentan con un suplemento. La compleja elaboración de PEN International. Una historia ilustrada la ha acometido un equipo de 20 personas y se ha nutrido de investigación propia y de los materiales enviados a Londres por parte de centros desplegados por los cinco continentes. El español, irrelevante desde 1939 y suspendido al fin en 2015 por sus irregularidades, no aportó papel alguno y, como no ha generado relato conocido, su presencia en el volumen es invisible. A pesar de los problemas de corrupción que ha sufrido en los últimos tiempos, en cambio, sí puede constatarse el papel desarrollado por el PEN catalán.

El PEN surgió en un periodo muy concreto, pero lo más significativo de su trayectoria ha sido la capacidad para adaptarse al cambio de época actualizando la fidelidad a su espíritu originario. Tras el colapso humanitario de la Primera Guerra Mundial, cierto voluntarismo ilustrado concibió la cultura como la mejor herramienta para civilizar los espíritus y las relaciones entre las naciones. En esa lógica la escritora y feminista Catherine Amy Dawson fundó un club en Londres para que los escritores pudieran reunirse. El propósito era replicar clubs parecidos y la llamada tuvo un éxito inmediato. A finales de los happy twenties, de la India a México, había 3.000 socios repartidos en 40 clubs. Además de la actividad a escala nacional, una vez al año celebraban un congreso internacional. A partir de las ideas apolíticas que perfilaba su presidente John Galsworthy, allí la entidad se dotó de una carta de principios que se ha revisado cíclicamente y que da sentido a su actividad.

Si la corrosión totalitaria pudo con la democracia, no lo logró con el PEN. Gracias a tensiones internas y desafíos externos, encontró fórmulas para concienciar a la sociedad de la degradación del debate público —aquí fue clave H. G. Wells, el discurso de Ernst Toller en Dubrovnik contra sus colegas del nazificado PEN alemán—, protegió a escritores perseguidos —y así se consiguió la liberación de Arthur Koestler, encarcelado por orden del jefe de prensa franquista en 1937— y creó estructuras que posibilitasen el mantenimiento de escritores exiliados —en 1934 se fundó el Pen Club Alemán en el exilio, cuya sede estaba en Oxford Street y del que formaron parte Bloch, Döblin, los hermanos Mann o Zweig—. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en un congreso en Estocolmo, el PEN norteamericano propuso dos resoluciones que fueron aceptadas: trabajar para disipar el odio por motivo de raza, clase o nacionalidad y ahondar radicalmente el compromiso de la entidad con la libertad de expresión.

En 2006 el PEN estuvo en la creación de Icorn, una red de ciudades que acogen a escritores represaliados y que una vez allí cuentan con el apoyo de los miembros de los comités nacionales

Con aquella carta de navegar para un tiempo nuevo, la responsabilidad del PEN iría mucho más allá de su radio originario. No acudirían a él solo exiliados que vivían en países de órbita soviética. De Cuba a Vietnam también, o de China a Eritrea. Y en 2006 el PEN estuvo en la creación de Icorn, una red de ciudades que acogen a escritores represaliados y que una vez allí cuentan con el apoyo de los miembros de los comités nacionales. Al mismo tiempo dedicaría parte de la actividad a la protesta a favor de escritores presos, la creación de un fondo de ayuda o el impulso de un comité de apoyo a la paz (en una de sus misiones Juan Goytisolo estuvo en la Sarajevo asediada). O en visibilizar las dificultades de las mujeres escritoras o en promover una visión sobre la traducción como factor clave del intercambio cultural y la igualdad de las lenguas, dimensión en la que ha sido clave el keniano Ngũgĩ wa Thiong’o.

Hay casos que, a pesar del PEN, terminan mal. En 2001 la periodista Anna Politkóvskaya explicó en el congreso de Londres que había sido detenida por la policía política de Putin y cómo simularon su ejecución, y afirmó que seguiría investigando el genocidio en Chechenia. Participó en otros congresos, diversos centros la invitaron o denunciaron su persecución, la premiaron. Sobrevivió a un envenenamiento y al fin, en 2006, fue tiroteada en el ascensor de su casa.

Portada de 'PEN International. Una historia ilustrada', de Galaxia Gutenberg.

PEN International. Una historia ilustrada 

Varios autores.


Editorial: Galaxia Gutenberg, 2021.


Formato: tapa dura (320 páginas, 49 euros).


Edición en catalán: Galaxia Gutenberg (320 páginas, 49 euros).


Edición en euskera: Txalaparta (320 páginas, 35 euros).


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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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