Raptada, apuñalada y golpeada: la atribulada vida de la Venus de Velázquez
El cuadro que esta semana ha sido atacado en la National Gallery tiene una historia en la que no faltan intriga, violencia y misterio
A punto de cumplirse el 16º aniversario del último desembarco de La Venus del espejo de Velázquez en el Museo del Prado de Madrid el 9 de noviembre de 2007, el cuadro, único desnudo femenino del maestro sevillano que se conserva, fue atacado esta semana en la National Gallery de Londres. Dos activistas medioambientales golpearon el lunes con sendos martillos el cristal que protegía el lienzo. La pinacoteca londinense retiró la obra de la sala donde se exhibía y está estudiando los daños, que según anunció este martes en X (antes Twitter), son “mínimos” y han afectado “a la superficie”, por lo que está siendo restaurado y no hay una fecha prevista para su exposición al público. No ha sido este el primer ataque que ha padecido la diosa retratada por Velázquez. Su historia está llena de intriga, violencia y misterio.
La primera incógnita sin resolver es la fecha en que Velázquez pintó la obra. La National Gallery data el cuadro entre 1647 y 1651. No se sabe si fue acometida en su primer o en su segundo viaje a Italia, y no faltan tampoco quienes aventuran que la pintó tras su regreso a Madrid. “La primera referencia a la obra es de 1651, año en que el pintor volvió a España, así que esto abre la posibilidad de que lo hiciera aquí o allí”, cuenta Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española del Museo del Prado y comisario de la muestra que trajo por última vez el cuadro a España en 2007. “Velázquez tenía una inteligencia plástica extraordinaria y era capaz de muchas cosas”, explica al teléfono el especialista. Él no se aventura a afirmar que la Venus fuera pintada al natural como sostienen algunos estudiosos, porque el artista “daba apariencia de natural a todo”. No es esta la primera Venus que se mira en un espejo, pero el espectacular lienzo del sevillano la muestra tumbada y establece un maravilloso juego de curvas y arabescos, en un cuerpo que se aleja de “la opulencia” de otras Venus de Rubens o Tiziano, y que, por tanto, marca un canon distinto, apunta Portús.
¿Esas curvas estaban inspiradas en las de su amante italiana, con la que tuvo un hijo ilegítimo al que llamó Antonio? Imposible saberlo con certeza. La documentación de obras de esa época es escasa y el tema de un desnudo complicaba las cosas en la España de la Inquisición. Era raro encontrar un desnudo femenino que no fuera una casta Eva en aquel momento, aunque sí hay constancia de que en el Alcázar había tres cuadros más de Velázquez con tema mitológico y cierta naturaleza erótica —Venus y Adonis, Psiquis y Cupido, Apolo y Marsias— que no sobrevivieron al incendio del palacio. A propósito del control moral de la época, Portús se refiere a un escrito de 1630 en el que profesores de Salamanca y Alcalá eran preguntados sobre la representación del desnudo y cuya conclusión fue que el pintor estaba en pecado mortal, aunque no así el propietario de la obra, siempre y cuando no la mostrara al público. La sensual Venus de Velázquez tiene un claro tinte de prohibido.
El primer propietario, un pintor amigo
La obra aparece mencionada por primera vez en una relación de bienes de Domingo Guerra Coronel, pintor próximo a Velázquez que según parece comerciaba con cuadros y que falleció en 1651. El siguiente propietario de la Venus fue un gran coleccionista del momento, el marqués de Heliche, Gaspar Méndez de Haro, sobrino nieto del Conde Duque de Olivares y reputado libertino. Colocó la Venus velazqueña en un salón principal donde había otras pinturas y copias de los retratos ecuestres de Felipe IV y de su poderoso pariente, así como copias de las Poesías que Tiziano realizó para Felipe II. El cuadro fue heredado por la hija de Méndez de Haro, casada con el duque de Alba, y en esa colección estuvo más de un siglo hasta que Carlos IV obligó a que fuera vendido a su valido, Manuel de Godoy.
El político y aristócrata colocó la Venus velazqueña en un curioso gabinete de su palacio junto a las dos majas de Goya (cuadros atacados el noviembre pasado en el Prado) y La escuela del amor de Corregio: dos Venus, una de frente y otra de espaldas, y dos majas, una vestida y otra desnuda, decoraban la estancia. Godoy salió de Madrid en 1808 con el motín de Aranjuez, y ya en pleno estallido de la Guerra de Independencia contra las tropas napoleónicas se produce el rapto de la Venus.
Un grupo de marchantes de arte había extendido sus redes por España. El mercado de Italia estaba ya muy trillado y aquí buscaban principalmente arte flamenco e italiano. Lebrun, Maignain y Quilliet eran tres de los más destacados franceses que actuaban en esos años, y es célebre el saqueo del mariscal Soult, pero el destino de la diosa retratada por Velázquez, sin embargo, quedó en manos del escocés Buchanan. Un pintor inglés, Wallis, trabajaba para él desde 1808 en España. “El avance de los ejércitos franceses llevaba consigo olas de requisas, saqueos y rapiñas por parte de los soldados”, escribe María de los Santos García Felguera en su libro Viajeros, eruditos y artistas. Los europeos ante la pintura española del Siglo de Oro.
En ese descontrol bélico, La Venus del espejo llega a Reino Unido en 1813. No volvería a España hasta 1960, con motivo de la exposición que en pleno franquismo celebraba el tricentenario de Velázquez, en el Casón del Buen Retiro. El siguiente viaje a su tierra sería en 1990 para la multitudinaria y mítica exposición dedicada a Velázquez por el Prado.
Para entonces la Venus llevaba ya casi dos siglos en manos inglesas. En 1814 fue adquirido por John Bacon Sawrey Morritt, quien la colocó en su mansión de Yorkshire, Rokeby Hall (de ahí que en el mundo anglosajón el cuadro sea conocido como Rokeby Venus). A pesar de lo apartado del lugar, el cuadro fue ganando fama, y casi un siglo después, en 1907, fue adquirido por la National Gallery. La institución lanzó una campaña de varios meses para recaudar fondos para su compra, y logró reunir el dinero gracias, entre otros, al rey Eduardo VII.
Apenas siete años después de llegar al museo británico, La Venus del espejo recibió un violento ataque de la sufragista canadiense Mary Richardson, que rompió el cristal y se lio a cuchilladas contra el lienzo. Richardson no parece que quisiera castigar a la Venus por su belleza, sino llamar la atención sobre la necesidad de dar el voto a las mujeres y protestar por la detención de una compañera de lucha. Este primer ataque fue muy tenido en cuenta por los activistas que volvieron esta semana a violentar a la belleza velazqueña: fueron a por ella para rendir homenaje a la sufragista acuchilladora y ganar adeptos a su causa.
Devolución de obras
A diferencia de lo ocurrido, por ejemplo, con el cuadro de Goya La marquesa de Santa Cruz, que en los años ochenta protagonizó un largo caso judicial y acabó siendo comprado y devuelto a España, con la Venus de Velázquez no hay caso posible. La obra de Goya había salido ilegalmente de España y fue localizada en una subasta. ¿Los ataques actuales a las obras de arte pueden acabar favoreciendo el regreso de algunas piezas? La abogada especializada en temas de arte y profesora de London School of Economics Anna O’Connell aclara que hay 14 museos nacionales del Reino Unido que por ley tienen prohibido devolver nada. “Además de esta ley, los museos han ido dando distintos argumentos que han ido cambiando con el tiempo, pero el resultado es el mismo. No hay devoluciones, solo un préstamo a largo plazo como el de los bronces de Benín a Nigeria. El vandalismo no es algo nuevo, ¿y qué mayor acto de violencia que el robo que se ha descubierto del conservador del Museo Británico?”.
Babelia
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