‘Olivares’, revisión al alza del conde duque marcado por el inicio de la decadencia del imperio español
El catedrático de Historia Moderna Manuel Rivero Rodríguez desmenuza el complejo armazón administrativo y normativo del valido de Felipe IV, señalado como responsable de un balance político catastrófico
Si hay un personaje en la historia de España condenado por los siglos es Gaspar de Guzmán y Pimentel Rivera y Velasco de Tovar (Roma, 1587-Toro, Zamora, 1645), conde duque de Olivares, el valido que gobernó el imperio durante 20 años —la primera mitad— del reinado del fogoso Felipe IV, también conocido como el Rey planeta. Manuel Rivero Rodríguez, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid, ha publicado un ensayo que, bajo el escueto título de Olivares (editorial Arzalia), sorprende en su subtítulo y tesis: Reforma y revolución en España. El historiador sostiene que, pese al peso de la historia, a De Guzmán le guiaron buenas intenciones, que se enfrentó a unos dominios ingobernables para cualquiera por su extensión mundial (Europa, América y hasta el Extremo Oriente) y que tuvo que afrontar la tenaz oposición de numerosos enemigos de sus reformas, sobre todo la Iglesia española.
El libro cuenta cómo Olivares llegó al poder ayudado por una carambola, la muerte de su tío, Baltasar de Zúñiga, su mentor y personaje intrigante, que había medrado para ser el elegido del rey y con el que después mantuvo disenso. Desde sus inicios el conde duque acumuló más y más poder gracias a la indolencia de un monarca que prefería los placeres de la vida a los deberes del reinado. Llama la atención que tomara las riendas del imperio español sin haber ejercido antes cargo alguno, más allá de formar parte del séquito real en su calidad de alto noble, de hecho, sus primeros pasos se habían encaminado a la carrera eclesiástica.
No estamos ante una biografía, ya trazó Rivero al personaje en 2018 (El conde duque de Olivares. En busca de la privanza perfecta), y ahí está la monumental de John H. Elliott; se trata de una investigación sobre cómo funcionaba la compleja maquinaria legal que puso en marcha el conde duque en una España con diferentes reinos “que no miraban más allá de sí mismos”, señala el historiador; que no querían financiar otras guerras que no fueran las suyas, ajenos a la proclamada por Olivares “unión de armas”.
Especialista en el reinado de Felipe IV, Rivero Rodríguez ofrece aquí una visión menos acre del conde duque que la que formaron colegas suyos en el siglo pasado, con su “aparente balance catastrófico”. Con De Guzmán, subraya, se alcanzó la gloria del annus mirabilis en 1625, el de las victorias ante un sinfín de enemigos: Francia, Inglaterra, Suecia, Venecia, los calvinistas en Alemania o los Países Bajos (la rendición de Breda), lo que le llevó a proclamar con solemnidad: “Dios es español y está de parte de la nación estos días”.
Sin embargo, tantas urgencias militares en paralelo y continuas eran insostenibles económicamente y desembocaron en el “colapso de 1640″, que incluyó las revueltas en Portugal (que tuvo éxito y se separó de la corona española) y Cataluña (que fue sofocada), con sus élites sintiéndose ajenas a lo que disponía la corte de Madrid. Unos esfuerzos que dejaron exangües las arcas públicas y marcaron el principio del fin del imperio, con la pérdida de la hegemonía europea, la decadencia.
El libro, que documenta con muy buen pulso las intrigas palaciegas con Felipe III recién expirado, es más vivo y entretenido en los primeros capítulos, cuando el autor cuenta el final político y casi físico de Olivares: obeso, gotoso (tenía que ser trasladado en volandas en su silla porque casi no podía moverse) y mentalmente incapaz de seguir sosteniendo sobre sus hombros el gobierno, como él mismo admitía. Al conde duque le concedió su amigo el rey, tras varias peticiones, la licencia para retirarse, momento que llegó el 23 de enero de 1643. Aunque Olivares quemó papeles antes de su partida, no fue fulminado por el rey, como se ha asegurado, explica Rivero; ni hubo tiempo para juzgar sus abusos de poder, ya que falleció dos años y medio después.
Rivero remarca a lo largo de su estudio el crédito que le merece “la reformación” que quiso aplicar Olivares, la que califica como “revolución cultural”, con medidas como que los altos cargos tuvieran que declarar sus bienes al principio y fin de su puesto, o el intento por acabar con las numerosas ladillas de la corte que vivían de la hacienda ociosamente.
A la vez, se retrata la mentalidad de católico intransigente del valido, que le llevó a aplicar mano dura y absurda por “la relajación de costumbres”, como su cruzada contra los adornos en las vestimentas o la separación de hombres y mujeres en los corrales de comedias. Una moral en contradicción, hipócrita, respecto a la vida en la corte y, sobre todo, a la que se pegaba el bisnieto de Carlos V. Olivares aparece como guía espiritual de un cambio de mentalidad hasta la raíz para regresar a una supuesta pureza (“el estoicismo, la frugalidad, el mérito”), que chocó con la resistencia del alto clero a perder un milímetro de sus privilegios, más la del papa Urbano VIII (que vaticinó que España acabaría pagando sus desmanes) y el desinterés por aplicarla en los otros territorios de su señor. Un proyecto para el que se sirvió de la propaganda a través de escritores, músicos, pintores (Velázquez mostró al rey con la sobriedad impuesta del negro); todo era poco para satisfacer su principal deseo, cómo declaraba, ser “dueño de todo”.
Olivares
Arzalia, 2023
320 páginas, 20,90 euros.
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