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La literatura infantil debate la tendencia de los libros llenos de valores y mensajes positivos

Editores, autores, libreros y estudiosos analizan ventajas y riesgos de la multiplicación de obras para los más pequeños centradas de forma evidente en transmitir una lección o defender una causa

Tommaso Koch
Doble página interior de 'El día de la familia', de Luis Amavisca y Marisa Morea, editado por nubeOCHO.
Doble página interior de 'El día de la familia', de Luis Amavisca y Marisa Morea, editado por nubeOCHO.

En 17 años, Toni Fernández ha vivido muchas aventuras. Ha sorteado mares oscuros, dado cobijo a guerreras y magos, descubierto animales de lo más extraños. Y también, por supuesto, afrontado la fantástica peripecia de quitarse el chupete o conquistar un pupitre. Es lo que lleva viendo durante casi dos décadas entre las estanterías de su librería infantil y juvenil Baobab, en Palma de Mallorca. Aunque, desde hace un tiempo, se repite ante sus ojos otro suceso peculiar: “He notado un exceso de publicaciones, sobre todo en el álbum ilustrado de dos a seis años, cuyo único objetivo es solucionar cualquier tipo de problema que se presente o transmitir el mensaje que quieran las familias”.

De ahí que crezcan las visitas a su librería de un perfil concreto, el mismo que reciben en Sopa de Sapo, en Bilbao, o El faro de los Tres Mundos, en Lugo: los padres en busca de “libros para”. ¿Leer? Claro, pero no solo. Acostumbrarse al orinal, superar un duelo o los celos por un hermano. Y, hoy en día, formar niños que contribuyan a un mundo mejor, más inclusivo, ecológico o feminista. La lista es larga: las criaturitas, al fin y al cabo, aún deben aprenderlo todo. Pero ¿cómo? Y, en todo caso, ¿les corresponde a los libros el papel de maestros? He aquí uno de los debates más complejos que divide a la literatura infantil.

Conviene partir, pues, de las certezas. Los ocho entrevistados para este reportaje (entre autores, editores, educadores, estudiosos y libreros) coinciden en que siempre ha habido libros volcados en enseñar a los pequeños. “Los cuentos tradicionales ya buscaban fomentar un valor, según el modelo educativo de cada época. Hoy hay otra sensibilidad y las historias se han adaptado”, aclara Almudena González Petronila, orientadora educativa en el Equipo de Atención Temprana de Tetuán (dependiente de la consejería de educación de la Comunidad de Madrid). Pero, a la vez, todas las fuentes detectan un aumento de obras con una función declarada: sensibilizar hacia el medioambiente, alertar contra el acoso o la homofobia, ayudar a la educación emocional... Nadie duda de que las causas se antojen tan justas como fundamentales y apoyan que la literatura, como la sociedad, las toque. Otra cosa, sin embargo, es que surjan por obligación. O que acaben por fagocitar tramas, personajes y creatividad.

“Todo libro transmite en sí mismo no solo unos valores concretos, sino temas. Ya que mensaje siempre hay, deberíamos discutir cómo lo abordamos y si creamos una literatura infantil a favor del arte o la convertimos en un panfleto”, reflexiona la mediadora literaria Mónica C. Vidal. Y a partir de aquí se desatan discrepancias e interrogantes: ¿es importante que las obras para los pequeños incluyan un mensaje positivo? ¿Puede la apuesta por los valores condicionar, reducir o arrinconar la calidad de un texto? ¿La demanda de los padres ha de escucharse, reconducirse o hasta ignorarse? Y, de todos modos, ¿las causas se pelean por justicia y compromiso social, o porque están de moda y pueden reforzar el beneficio económico?

“La literatura infantil siempre se ve como sospechosa por sí misma. Tengo la sensación de que necesita tener un extra de contenido pedagógico para que sea legítima: no le llega, como la de los los adultos, con que sea fascinante. Me parece una aberración”, afirma Miguel López, conocido por su nombre artístico, El Hematocrítico. Y por libros repletos de humor, ya sea para edades avanzadas o minúsculas. Tal vez su Barbabuela (Nórdica) enseñe, de paso, a no juzgar por las apariencias. Y Las letras locas (B de Blok) contribuye a interiorizar el abecedario. Pero la prioridad resulta evidente: entretener, divertir, hechizar. Él mismo pone como otro ejemplo la saga de Sapo y sepo, de Arnold Lobel, aunque basta con echar un vistazo a las estanterías: obras recientes como Una habitación muy ruidosa (de Alicia Acosta y Lucía Serrano, en Flamboyant) y también clásicos como Meg y Mog (de Jan Pienkowski, en Blackie Books) no parecen preocuparse mucho por incluir un mensaje. Entre otras cosas porque, en el fondo, alimentan otra causa más que necesaria: generar amor por los libros y un hábito lector que resista toda la vida.

Detalle de 'Barbabuela', de El Hematocrítico y Eugenia Ábalos, editado por Nórdica.
Detalle de 'Barbabuela', de El Hematocrítico y Eugenia Ábalos, editado por Nórdica.

“Se ha demostrado que la literatura en valores funciona. Pero hay editoriales detractoras, que hablan de que el buen libro debe tan solo ‘ser buena literatura’. Separarla de ciertos temas que preocupan a la sociedad es absurdo. La gente quiere que le hablen de cosas importantes y de actualidad. Las y los especialistas del libro tenemos la obligación de intentar mejorar este mundo. Concienciar para que sean futuras y futuros ciudadanos éticos me parece extraordinario”, argumenta en cambio Luis Amavisca, escritor y editor de nubeOCHO. El catálogo del sello resume bien su visión. Y, a la vez, los matices de la discusión.

El día de la familia o Lola aprende yoga ofrecen lo que su título ya promete; El rebaño o Hay una vaca en mi cama, en cambio, apuestan por la metáfora. “Sigue habiendo literatura infantil machista, con terribles sesgos de género o excluyente con las minorías. El ‘tema principal’ no tiene porque ser un ‘mensaje positivo’, pero si aparece de forma transversal es muy valorable. Sí es cierto que a veces encontramos libros donde es lo único. Estoy en contra. Pero el mercado es libre, ¿no?”, insiste Amavisca.

Otras fuentes expresan mayor preocupación. Y un cálculo distinto. “Creo que en la mayoría de los casos se está priorizando el mensaje sobre la calidad literaria”, apunta Fernández. “Hay un montón de publicaciones muy flojas”, agrega Susana Barro, librera de El faro de los Tres Mundos. Las hay, evidentemente, también maravillosas. Y, de nuevo, todas las fuentes se muestran de acuerdo. Aunque lo cierto es que la promoción de muchos libros infantiles otorga a los valores una importancia parecida, o superior a la trama. Así, en sus notas de prensa o en la contraportada, es habitual que se expliciten emociones y aspectos tocados en el interior: aceptación, superación, amistad, tristeza, o unos cuantos etcéteras. “Si el objetivo es la transmisión de un determinado conjunto de ideas y/o valores, el carácter de la obra será claramente didáctico. Deben existir y tener cabida principalmente en el entorno académico y de formación. Pero si se intenta crear un niño lector, el único objetivo debe ser entretener y, a ser posible, con una buena historia. Una mala historia que ‘enganche’ también tiene cabida a la hora de generar afición, como tenía claro Roald Dahl”, destaca Elvira Cámara Aguilera, profesora de Traducción en la Universidad de Granada e investigadora del sector.

Al célebre autor, últimamente, también le han cuestionado. Aunque el intento de su editorial británica de modificar obras como La fábrica de chocolate o Las brujas para hacerlas más inclusivas desató una tormenta global de opiniones en contra. Dahl siempre defendió que él escribía para sus pequeños aliados, y nada le importaba la opinión de los mayores. Cabe plantearse, entonces, si buena parte del problema reside en los adultos. “Las redes sociales han dado un altavoz a demasiados ‘gurúes’ de la crianza respetuosa que se creen con la capacidad de dar consejos y, peor aún, de escribir un libro. Y grandes sellos les publican por el simple hecho de que tienen miles de seguidores”, acusa Toni Fernández. Y Susana Barro apunta hacia otro frente: “Un escritor o ilustrador no siempre es un especialista en psicopedagogía, con lo cual, al no dominar este campo y no saber realmente lo que se le pasa a un niño por el cerebro al leer su cuento, puede provocar un efecto no deseado. Hay cantidad de cuentos sobre el acoso, pero ¿de verdad han contado con la ayuda de expertos?”.

Imagen promocional de 'Yo voy conmigo', de Raquel Díaz Reguera, editado por Thule.
Imagen promocional de 'Yo voy conmigo', de Raquel Díaz Reguera, editado por Thule.

Se trata, desde luego, de un tema candente. No por casualidad, Mónica C. Vidal emplea como hilo conductor de sus respuestas el paralelismo entre dos libros con asunto parecido (el bullying y “la pérdida de identidad por agradar a los demás”), pero soluciones muy distintas. Cree que Yo voy conmigo, de Raquel Díaz Riguero (Thule), recomendado a partir de cinco años, se muestra mucho más “tranquilizador” y pone el foco en la visión infantilizada del público que el adulto prevé. Mientras que en Juul, de Gregie de Mayer [Lóguez, a partir de 10 años], la pendiente es mucho más empinada”. Su opinión literaria se inclina hacia el segundo. El mercado, al revés, convirtió Yo voy conmigo en un superventas.

Evidentemente, no compran los niños, sino los padres. Esmerados, se supone, en darles a sus hijos la mejor crianza posible. Y, quizás precisamente por eso, a veces tan hiperpreocupados por un potencial trauma u obstáculo como para suplicar en Baobab por el socorro de un libro. “El enfoque actual hacia la crianza respetuosa insiste en cuidar mucho los hitos evolutivos de los niños. Y cuando algo es importante para ellos se escriben libros para ayudarles a entenderlo. Antes nadie iba a contar una historia sobre la retirada del pañal”, apunta Almudena González Petronila. Y agrega: “En nuestra formación y trabajo como educadores/docentes el cuento es una herramienta fundamental, y más hasta los tres o incluso seis años. Desde el punto de vista pedagógico hay cosas que serían muy difíciles de transmitir, ayuda mucho a comprender temas abstractos”. De ahí que Amavisca invite a “no despreciar” el público que requiere obras más didácticas o informativas. “Está bien que lo haya. Cuando el mensaje está demasiado claro, eso sí, me chirría. Puede convertirse en la lección de un adulto a un niño, en vez de literatura”, subraya El Hematocritico.

“En mi opinión, los libros obviamente conductistas pueden tener un espacio en las librerías, bibliotecas y hogares. El problema es si nos limitamos a ellos”, agrega Naia Hernández, de la librería Sopa de Sapo. Y comparte que el desenlace no siempre está escrito: “Tenemos la suerte de que nuestros clientes se dejan recomendar”. Siempre hay alguien que entra pidiendo “algo para un niño de seis años” que “ama los dinosaurios” o “tiene miedo de la oscuridad”. Puede que se lo lleve. Pero también sucede que salga con una obra un poco, o totalmente, distinta. La propia Hernández confiesa que su percepción de un texto asociado a un tema concreto a veces ha cambiado tras relecturas y reflexiones. Es lo que tiene seguir pensando. Como piden los buenos debates. Y los buenos libros.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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