“Lo siento Dave, no voy a hacerlo”: el rebelde Hal 9000 de ‘2001’ acecha en medio de la gran exposición sobre Inteligencia Artificial en Barcelona
La exhibición en el Centro de Cultura Contemporánea se hace eco del veloz crecimiento de la nueva tecnología y aborda su papel en la creatividad artística
Una sombra recorre toda la gran y compleja exposición IA, dedicada a la inteligencia artificial y su actual epifanía, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Es la de Hal 9000, el superordenador de la película de Stanley Kubrick 2001, una odisea del espacio (1968) con guion del maestro de la ciencia ficción Arthur C. Clarke. Hal, que enloquece y asesina a la tripulación de la nave USCC Discovery One de la que es cerebro, mostró por primera vez al gran público el peligro de una máquina casi omnímoda creada por el hombre y que cobra autoconciencia. No hay imágenes de Hal ni de la película en la muestra, pero el miedo, histórico y actual, a la inteligencia artificial y en general el tan humano misoneísmo están muy presentes en el recorrido, y en una de las instalaciones interactivas, Computer watching movies, de Benjamin Grosser, en la que un vídeo muestra lo que “ve” un sistema computacional cuando mira películas (unos extraños bocetos de líneas) se escucha en unos cascos uno de los famosos (y aterradores) diálogos entre Hal y el astronauta David Bowman. “Lo siento Dave, no voy a hacerlo”, dice la inteligencia artificial a quien supuestamente ha de obedecer, pese a que su desobediencia signifique la muerte para el ser humano. Ese luciferino Non serviam, no te serviré, es lo que más saliva nos hace tragar ante la IA, junto al temor a perder la singularidad humana y la pregunta más prosaica (antes de “¿me destruirá?”): “¿Me quitará el trabajo?”.
La exposición (hasta el 17 de marzo), coproducida en una innovadora y fructífera colaboración (“encuentro entre diferentes”) por el CCCB y el Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación (BSC-CNS) a partir de una muestra de 2019 del Barbican Center de Londres actualizada y desarrollada, invita a deshacerse de ideas y ansiedades preconcebidas y está por supuesto llena de cosas mucho más optimistas y esperanzadoras que Hal. Desde su imagen (un chimpancé a lo César de El planeta de los simios pero cibernético y con máquina de escribir en vez de rifle automático) irradia toda ella un enorme sentido de la maravilla —está, por ejemplo, el perrito robot Aibo, que te da la patita, responde a las preguntas (cuando le dices “¿te gustan los gatos?” niega moviendo la cabeza), y no muerde—. Y ves un bailarín que enseña a bailar a un robot, de buen rollo. Y aplicaciones artísticas. Y te ríes (de momento) con lo que pergeñó en 2008 un ordenador al pedirle una variación de Anna Karenina al estilo de Murakami. Pero entre los recelos que suscitan entre los mortales de a pie las nuevas capacidades de la IA (como el ChatGPT, capaz de generar textos) y la aprensión que provoca meterse en un tema de tanta volada científica es comprensible que haya quien entre en la exposición del CCCB como en la casa de la bruja, sección metadatos. “Deberían explicarnos qué es un algoritmo”, se ha oído musitar hoy a un visitante acongojado.
Paradójicamente, es la parte en la que salen monstruos —el gólem, el de Frankenstein, los replicantes de Blade Runner, el androide de Alien, Ash; o los Transformer—, la que puede resultar más tranquilizadora por conocida (es la sección El sueño de la IA, dedicada la ambición humana de crear artificialmente entes inteligentes y autónomos). También te puedes agarrar a los mecanismos conocidos: en la exposición figuran reproducciones de una máquina nazi de cifrado Enigma, de la máquina analítica de Charles Babbage (1837) o del Bombe utilizado por Alan Turing (del que se exhiben unas cartas) para reventar precisamente el código Enigma en Bletchley Park. Asimismo es tranquilizador, sin duda, el primer robot aspirador, Roomba (2002), que añade a las leyes de la robótica de Asimov el dejarlo todo muy limpio. Pero en una vitrina se muestran las placas de circuito de Deep Blue, el ordenador que venció a Kasparov, y no puedes dejar de pensar en la mano de Terminator. En ese sentido es alarmante un dispositivo que permite al visitante entrenar a una inteligencia artificial para que vaya a más.
La exposición, rica, muy pensada y desbordante de ideas y conceptos, sorprendente en muchos aspectos (puedes interactuar contigo mismo, cantar con la voz de María Arnal, o, en la sección de Vida artificial aspirar el olor reconstruido de las flores de un árbol extinto, contemplar una nariz y una oreja creados por bioimpresión en 3D, una mariposa azul y un apiario artificiales, por no hablar del espray que contiene, dicen, el ADN sintético de un álbum de Massive Attack) quizá resultará a algunos demasiado exigente, más de lo que acostumbra el CCCB, que ya suele poner el listón alto (“a mí me va a quedar para septiembre”, se ha escuchado suspirar a otro visitante). En la exposición del CCCB, una parte más pedagógica que muestra cronológicamente la evolución de la idea de inteligencia artificial y que era lo que te encontrabas al principio del recorrido en el Barbican se ha desplazado hacia la mitad de la visita, y con lo que entras en la muestra es con una instalación en la que viejos altavoces te lanzan una cacofonía de voces mientras puedes leer unas frases “oraculares” de Baltasar Gracián en las que se señala que “todo el saber humano se reduce al acierto de la sabia elección”.
No obstante, algunas cosas quedan muy claras. Como que la IA amplia nuestras capacidades o la dependencia de la IA del Big data (y de la supercomputación): las IA recopilan información, “no miran el mundo sino los datos”, y las alimentamos nosotros sin ser conscientes. La exposición recalca esa condición especular de la IA y señala que las IA disponen de más información sobre nosotros de la que nosotros mismos podemos recordar. “Puede decidir qué música escuchas, que series ves o el voto”. Cosas que antes sólo hacía tu pareja. Un dispositivo interactivo muestra como una IA reconoce tus estados de ánimo cuando conduces en una especie de videojuego a partir de tus expresiones faciales al hacerlo. “Estamos rodeados de dispositivos de IA”, se subraya. Se explica “cómo mira” una IA. Y sus aplicaciones en la creación musical, la detección de cánceres o la identificación de nuevos planetas. “La IA encuentra patrones, relaciona conceptos y extrae conclusiones útiles”. Está mejorando la asistencia sanitaria, cambiando la relación de los niños con los juguetes (robots de compañía). Muy interesante es lo que se cuenta de la IA y su papel en la industria de aplicaciones de citas, “IA en el papel de Cupido” o incluso en el de Cyrano, haciendo que te quieran por lo que ella dice. La muestra te hace cuestionarte si detrás del artículo que acabas de leer (este mismo) “hay una persona o una IA”. “¿Seguimos necesitando a las personas para transmitir emociones por escrito?”, se señala. Y se recuerda que las más actuales investigaciones sobre IA “exploran las narrativas creativas”. Entre lo siniestro, el “racismo” de la IA o sus aplicaciones bélicas.
Los organizadores de la exposición, el comisario Lluís Nacenta, el asesor científico y catedrático de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) Jordi Torres (autor del que es casi el libro de cabecera de la muestra, La inteligencia artificial explicada a los humanos, Plataforma editorial, 2023), el comisario en el Barbican Luke Kemp, codirector de su departamento de exposiciones inmersivas, el director de exposiciones del CCCB Jordi Costa y la propia directora del centro, Judit Carrera, han tratado hoy de dar toda suerte de explicaciones a fin de facilitar la visita. Pero a veces han sido tan prolijos que el efecto ha sido de nuevo intimidatorio. Han subrayado que estamos ante “la cuarta revolución industrial”, una “gran revolución científica y tecnológica” que exige un debate profundo en el que han de intervenir no solo la ciencia sino la filosofía y el arte. Han recordado que el temor ante el peligro de lo nuevo es antiguo y que la IA presenta aspectos problemáticos e incertidumbres (laborables, éticas), pero también esperanzas, para mejorar la salud o la lucha contra el cambio climático, por ejemplo, y puede auspiciar “un nuevo Renacimiento”. Posiblemente lo más tranquilizador que se ha dicho es que también conducimos y no sabemos nada de motores.
Cerca del final de la exposición (que, tras explorar dónde estamos y cómo hemos llegado concluye con un elocuente “¿y ahora qué?”), se muestra el papel de la IA en la próxima misión de la NASA a las lunas de Júpiter. Es curioso pensar que ese era el destino de Hal...
Babelia
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