Los Brueghel: un asunto de familia
Cinco generaciones de pintores llenan una muestra que rescata en Países Bajos el papel de las mujeres de una dinastía artística con gran espíritu comercial que abarca un siglo y medio
Entre 1550 y 1700, una familia de pintores convirtió los paisajes en un género protagonista en sí mismo y llenaron sus cuadros de vida campesina y gente corriente. Fueron los Brueghel —también llamados Bruegel o Breughel— especialistas a su vez en animales exóticos, alegorías, monstruos grotescos y flores. El patriarca, Pieter el Viejo, uno de los mayores artistas flamencos del siglo XVI, aplicaba la sátira a sus escenas rurales. Sus dos hijos, Pieter el Joven y Jan el Viejo, mantuvieron a su manera el detallismo que era la marca de la casa. El primero copió con respeto las obras paternas y amplió su legado. El otro creó un estilo más independiente. Los nietos y bisnietos siguieron el oficio, y los lazos entre las diferentes generaciones se presentan por primera vez en los Países Bajos en una muestra que rescata el papel de las mujeres en la continuidad de la dinastía.
Todo empieza con Pieter Bruegel el Viejo (1525/1530-1569), que le quitó la hache a su apellido en la madurez y por eso puede aparecer escrito de las dos maneras. Su lugar de nacimiento suele indicarse cerca de la localidad holandesa de Breda, en el antiguo Ducado de Brabante, situado entre los Países Bajos y Bélgica. Aunque hay detalles de su vida todavía poco claros, aparece en el registro del Gremio de pintores de San Lucas, en Amberes, y viajó por la Italia del Renacimiento. Aficionado a colarse en las fiestas de los pueblos sin invitación, observaba a la gente para reflejar luego sus comportamientos y costumbres con una buena dosis de crítica social.
En la exposición —titulada Brueghel, la reunión familiar, presentada en el museo Noordbrabants, de la ciudad holandesa de Den Bosch (Bolduque, en español), y que podrá verse hasta el 7 de enero— solo se usa Bruegel para Pieter el Viejo. El resto son llamados Brueghel. Del centenar de obras colgadas, ochenta son cesiones del extranjero y se ofrecen tres ejemplos del toque realista del fundador de la estirpe. En Campesinos bailando en una fiesta hay ritmo, borracheras y confidencias al aire libre. La tabla Los mendigos o los lisiados, recoge en apenas 20 centímetros la desgracia de quienes estaban considerados fuera de la sociedad. Por debajo incluso del granjero más pobre. Hay otra teoría sobre este grupo de cinco varones atados a unas muletas imposibles: que fuese una burla contra los poderosos. Tal vez, pero la sensación que perdura es la primera. El artista admiraba a otro colega de Brabante, El Bosco, al que interpreta a su manera.
El tercer ejemplo es La urraca sobre el cadalso, donde el contraste entre el hombre y la naturaleza es casi feroz. Un grupo de vecinos del pueblo cercano baila junto a un suplicio de madera donde se ha posado el ave del título. Sobre un idílico paisaje de fondo, la urraca simboliza el vicio de murmurar, condenado simbólicamente por el artista. A la derecha del espectador hay una cruz. A la izquierda, un hombre defeca oculto entre los arbustos. Terminado poco antes de su muerte, hacia los 45 años, lo legó a su esposa, Mayken Coecke. Esta, hija del pintor Pieter Coecke van Aelst, en cuyo taller de Amberes pudo haber aprendido su marido, se quedó viuda con tres hijos menores: Pieter el Joven, María, y Jan el Viejo. A partir de aquí entra en acción la línea femenina de la familia.
Aunque los dos niños no llegaron a recibir lecciones del padre, su progenitora guardó buena parte de los bocetos y dibujos de la obra que ya habían vendido. De este modo, facilitó la forja de la posterior empresa familiar porque la demanda de obras del patriarca se mantuvo durante décadas. Fallecida la madre en 1578, tomó el relevo la abuela, Mayken Verhulst. Era también artista, y si bien no quedan obras que se le puedan adjudicar sin reservas, el comerciante e historiador de la época, Ludovico Guicciardini, la calificó como “una de las pintoras más dignas de admiración del siglo XVI”. Otro experto, Karel van Mander, indicó en su día que ella “debió enseñar a sus nietos la técnica de la acuarela y la miniatura”, explica Floris van Alebeek, conservador del museo Noordbrabants. Apunta asimismo que “hay un doble retrato suyo y de su esposo atribuido hasta hace poco al primero, aunque Verhulst es una de los posibles candidatos a su autoría”.
Mayken Verhulst se había hecho cargo del estudio de su propio esposo al enviudar, y su nieto, Pieter el Joven, se convirtió en el mayor propagandista de la obra paterna. El esmero con que copió y adaptó las composiciones heredadas alumbró un lucrativo mercado que se tradujo en decenas de versiones. Un buen ejemplo son Los proverbios flamencos, donde añade algunos de su cosecha a una obra muy popular repetida a lo largo de los siglos. O bien en Adoración de los Magos, ambientado en un pueblo de Brabante cubierto de nieve. Aquí, la vida cotidiana sigue su curso mientras en un rincón se produce uno de los momentos clave de la cristiandad.
Jan el Viejo, el otro hijo, fue más lanzado y se especializó en bodegones florales, animales y paisajes. Viajó y colaboró a menudo con otros colegas, entre ellos, Rubens, el influyente artista flamenco. Rubens pintaba sus modelos exuberantes, o una Virgen con el Niño, y le reservaba el fondo del cuadro para los animales exóticos y las guirnaldas. En las Alegorías de la Tierra, el Agua, el Aire y el Fuego, de Brueghel hijo, hay abundancia de animales, algunos minúsculos y con la precisión de un libro de ciencias naturales. ¿Cómo eran sus pinceles? “Debieron usar materiales específicos porque todas las especies son reconocibles en su pequeñez”, afirma Van Alebeek. Jan el Viejo trabajó además en la Corte, en Bruselas, con los archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia (hija de Felipe II) que gobernaron los Países Bajos. “La historiadora estadounidense Elizabeth Honig dice que Pieter el Joven parecía preguntarse: ‘¿Cómo sería esta imagen si la pintase mi padre?’. Su hermano piensa: ‘¿Cómo sería si yo lo hiciese?”, recuerda el mismo experto.
Mayken Verhulst falleció con 82 años y contempló la ampliación de la familia y el taller, que iba acogiendo a nuevas generaciones y aprendices. Los hijos, nietos y bisnietos de Pieter y Jan se dedicaron también a la pintura o entraron a formar parte de familias de artistas, como los Teniers y los Van Kessel. Con la empresa consolidada, las pinturas en serie —como las estaciones del año— y el tratamiento del paisaje siguieron marcando el camino. Amberes, la ciudad donde la mayoría desarrollaron sus carreras, disponía además de un puerto que favoreció el intercambio entre mercaderes, artistas, coleccionistas y artesanos en la época colonial. La exposición subraya tanto el efecto que tuvo en la obra de los Brueghel y sus sucesores la llegada de animales y objetos exóticos, como la explotación de seres humanos y de recursos naturales que supuso. El mono, por ejemplo, aparece en muchos de sus cuadros.
Resta otra mujer esencial: Clara Eugenia Brueghel, hija de Jan el Viejo y nieta del patriarca, que fue la Gran Beguina de Malinas (en la región de Flandes). Estaba al frente de una comunidad de mujeres devotas, laicas y religiosas —beguinas— que no dependían de una jerarquía civil o monástica y vivían juntas con autonomía. Era una alternativa al matrimonio y la maternidad, aunque podían dejarlo y casarse si lo deseaban. Desde su puesto privilegiado, supervisó la decoración de la iglesia que utilizaban, decoró su residencia con obras familiares y es posible que también pintase. Aprovechó su red de contactos y fue así patrona y conservadora a la vez. Entre el resto de los parientes, la mayoría con apelativos que fijan su puesto en el árbol genealógico, Jan van Kessel el Viejo —bisnieto de Pieter el Viejo— plasmó con virtuosismo conchas marinas e insectos. Abraham Brueghel, otro bisnieto, se dedicó a los bodegones florales. Y aún otro, Jan Baptist Breughel, optó por los de frutas. “No hace falta ser un intelectual para apreciar el detalle de la sociedad que plasmaron”, asegura el conservador.
Babelia
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