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Columna
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Artistazo

Entonces sí que daba gusto hablar de arte porque el artista era lo de menos

Félix de Azúa

Seguramente usted ha oído o leído en algún lugar el nombre de Bruegel. Así se escribe en español, aunque también Brueghel. Es un pintor flamenco y son famosas sus fiestas campesinas, sus bosques, sus hielos, sus ciegos, su Ícaro caído. Es un pintor, además, muy cotizado. También tiene grabados fantásticos de mundos delirantes o pesadillas como las de El Bosco. No obstante, en ocasiones se habrá topado con un espléndido florero o una bella estampa del Paraíso lleno de caballos, mariposas, ciervos y ruiseñores con su firma. Menudo lío, se dice usted. No hay tal lío, lo que hay son, por lo menos, ocho Bruegel.

El más serio y monumental es Pieter el Viejo. Tuvo tres hijos entre los cuales están Pieter el Joven y Jan el Viejo, ambos pintores y copistas de la obra del padre. Pero Jan el Viejo tuvo un hijo, Jan el Segundo, que también se dedicó a copiar obras de sus mayores junto a sus propias obras. A su vez, Jan el Segundo tuvo 11 hijos, varios de los cuales, como Jan Pieter, se dedicaron a la pintura, en su caso, de flores. Y Abraham, que pintaba paisajes. Todos ellos colaboraban entre sí y con otros pintores como Rubens y Teniers, que estaba casado con una Bruegel.

Entonces sí que daba gusto hablar de arte porque el artista era lo de menos. Estaba para cobrar y poco más. El artista no era un genio, ni un tipo interesante, ni original, ni rebelde, ni tenía ideas, ni teorías, o a lo mejor sí, pero a nadie le importaba. Lo importante era la obra y acaso la familia.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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