Victoria & Albert
En el ensayo ‘Londres victoriano’ Juan Benet recogió su fascinación por una ciudad a la que viajó incansablemente


Fue sin duda el escritor más venerado del fin de siglo, aunque sólo por una minoría. Juan Benet era el campeón de la vanguardia y de la literatura severa, en tanto que Cela o Umbral eran los seguidores del casticismo tradicional. Pero hay dos Benet, el muy riguroso y de difícil lectura (Viaje de invierno, En el Estado, Saúl ante Samuel) y el que se baja de la columna y escribe algunas narraciones espléndidas (Una tumba, Otoño en Madrid) y ensayos de gran autoridad (En ciernes, Puerta de tierra, La inspiración y el estilo). En este último apartado figura una de sus últimas y más interesantes obras, Londres victoriano, reeditado por Debolsillo, que tanto está haciendo por conservar viva la obra de Benet.
Este ensayo, publicado por Planeta en 1989 con amplia ilustración, es una verdadera joya. No es sólo la historia de un Londres que Benet conoce mejor que cualquier historiador pues siempre se sintió fascinado por esa ciudad a la que viajó incansablemente buscando, a veces, rincones imposibles como el Prince Albert Gin and Beer Palace, de Maida Vale, una de las glorias de la era imperial, sino que, sobre todo, mantuvo una ávida curiosidad por la sociedad londinense, alimentada en su latría hacia Dickens, George Eliot, Henry James o Stevenson.
Benet comienza con la coronación de una jovencísima reina Victoria en 1837, y la sigue hasta su muerte en 1901. Es un repaso vivísimo de una Inglaterra que emergía de la guerra contra el corso, cumplida en 1814, y que se iba a convertir en la mayor potencia armada y bancaria del mundo. Benet elige los datos inexcusables, pero los esmalta con anécdotas y retratos memorables que sólo un novelista de raza sabe discernir.
A modo de ejemplo: le da un papel especial al príncipe Alberto, marido de Victoria, cosa poco frecuente, pero es que Benet amaba el Victoria and Albert Museum, una creación genial del príncipe, en donde se han conservado los más heterogéneos aperos, herramientas, utillaje, productos de la cerrajería, de la imprenta, de la forja, en fin, la inmensa cacharrería técnica e industrial del siglo XIX. Un tesoro que, de no ser por el aprecio del príncipe hacia la obra artesanal, se habría perdido. En consecuencia, dedica páginas al monumento fúnebre de Albert que todos hemos visto en Hyde Park, pero que pocos se han fijado como lo hace Benet con una maestría de ingeniero.
El año de la coronación es también el año de aparición del primer Dickens, a quien seguirá desde este bautismo por un Londres apenas urbano, hasta el último Dickens, el cronista de la ciudad imperial. Hay mucha literatura en este ensayo, pero el protagonista es la ciudad misma. Cómo pasó de ser un burgo medio campestre a la capital financiera y militar del mundo.
La coronación de Victoria coincidió (son palabras de Benet) con un cambio radical de la sociedad inglesa. Fue una transformación inevitable que primero borró el aspecto aún prístino de la campiña y luego el del mundo entero. Pero a Benet no le ciega su admiración. Sabe que el mundo que se estaba gestando iba a costar millones de vidas humanas y un tipo de sociedad urbana como la que conocemos. Este es uno de los últimos párrafos del libro: “Inglaterra era muy posiblemente hacia 1901 uno de los países más inhabitables de Europa”. Y es que el país estaba en guerra con los separatistas en Irlanda, con los bóers en África, con los bóxers en China y, concluye, “con buena parte de socialistas, sufragistas, sindicatos, artistas, intelectuales, adúlteros, insolventes, y homosexuales, en casa”.
Benet sigue vivo y sin competencia. Fíjese en la portada, es del notable pintor Eugenio Benet.
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