60.000 nombres de esclavos rescatados a lápiz
La calígrafa e investigadora estadounidense Phyllis Goodnow ha plasmado en grafito la lista onomástica de miles de víctimas en un proyecto para honrar su historia
“FANNY, 22 años. Y su hijo DAVID de tres años, y su hija de cinco meses. Vendidos a Eugénie Dupré por $900″. Escrito con lápiz de dureza 2H o 3H sobre una extensa lámina blanca. Fanny, así, sin apellido y con sonoridad de abreviatura cariñosa de nombre inglés, sería una de las afroamericanas esclavizadas en Estados Unidos de 1808 a 1860. Se sabe ahora que existió y su mínima historia por el afán de la calígrafa e investigadora Phyllis Goodnow (Nueva Jersey, 75 años) de visibilizar a 60.000 esclavos que fueron comprados, robados, vendidos y enviados al sur del país en esa época a través de su proyecto Historia esclavizada / Historia en cautiverio. Ha tardado ocho años en recopilar y trazar a lápiz cada letra de la lista onomástica de cada una de las personas registradas en 30 rollos de microfilms que encontró mientras investigaba en el Archivo Nacional de Washington D. C. y que se titulaban Manifiestos de esclavos de buques costeros archivados en Nueva Orleans, Luisiana, 1807-1860. “Ellos perdieron su historia y se merecen un reconocimiento. Trabajaron terriblemente, y murieron”, resume Goodnow sobre su trabajo, expuesto en el discreto museo de la Fundación Katrina National Memorial, en Nueva Orleans.
“No me siento culpable de lo que pasó, pero me siento horrible. Todos somos seres humanos”, comparte esta enjuta mujer de ojos verdes que ha entregado su proyecto de forma altruista a la fundación para multiplicar el propósito de un trabajo abrumador. Son 40 láminas de 50x76 centímetros con una retahíla de nombres y edades de personas que, en contra de su voluntad, levantaron fundamentalmente la industria del algodón y el azúcar en Nueva Orleans, también con niñas que quitaban las moscas a sus amos con un abanico durante horas hasta acabar con los brazos reventados.
Henry, Armistead, Lucy, Abraham, Lloyd, Mary... en el trazo de cada nombre se vislumbra la presencia de miles de vidas que emergen de lo ignorado al color del grafito. “Es increíble. Hay casos en los que se separaba a los hijos de las madres para venderlos por separado. O en los que el bebé que nacía de una mujer esclava embarazada ya era considerado esclavo”, lamenta Goodnow, que detalla que cada ocho o nueve nombres que escribía tenía que sacar punta al lápiz, para que se vieran nítidos. “Ha sido un proceso muy lento y triste. Pero también he aprendido de la historia de la esclavitud en este país”.
Siente a su vez que es mínima su aportación, y que 60.000 nombres “es mucho, pero no es todo el mundo”, en referencia a los cuatro millones de esclavizados en el sur del país al comienzo de la guerra civil estadounidense (1861), según su investigación. En total fueron muchísimos más, varias generaciones desde que empezaron a atracar en las costas americanas los primeros e infames barcos negreros procedentes de África. Entre 1525 y 1866, unos 12,5 millones de africanos fueron desarraigados de sus tierras y llevados al llamado Nuevo Mundo. De ellos, 10,7 millones sobrevivieron a la travesía y desembarcaron en Norteamérica, el Caribe y Sudamérica, según las estimaciones reflejadas en la base de datos del comercio transatlántico de esclavos disponible en el proyecto académico Slavesvoyages. Y de ellos, el profesor Henry Louis Gates, una eminencia en este campo, destaca que a Norteamérica llegaron 388.000. O unos 450.000 si se suman los desembarcados en el Caribe pero subidos al norte. “Increíblemente, la mayoría de los 42 millones de miembros de la comunidad afroamericana descienden de este pequeño grupo de menos de medio millón de africanos”, escribe en un artículo en The Root.
En la orilla del río Misisipi, frente a la plaza Jackson de Nueva Orleans, una placa recuerda el origen de estos esclavos de la trata trasatlántica al Estado de Louisiana. “Wolof, Bambara, Mandingo, Fulbe, Nard, Ganga, Kissy, Susu, Mina, Fon, Yoruba, Chamba, Hausa, Igbo, Ibibio, Congo/Angola, Makwa y miembros de muchas otras ‘naciones’ fueron deportados de la gran Senegambia, de la Costa de Oro [Ghana], de la bahía de Benín, del centro-oeste de África y del sudeste de África. Sus habilidades y prácticas culturales fueron fundamentales para el desarrollo de Luisiana”. A todas estas personas se les fueron arrebatando sus nombres. “Una vez traídos a la colonia y vendidos, a los esclavos se les daba normalmente nombres cristianos o clásicos, de la civilización grecorromana”, escribe el historiador senegalés Ibrahima Seck, director académico de la plantación Whitney, en Nueva Orleans, en su libro Bouki fait gombo. “Algunos nombres fueron inspirados por obras populares del momento. Lindor, probablemente el nombre más común de hombre en la Base de datos de esclavos de Louisiana, es un personaje de El barbero de Sevilla (...)”, detalla.
Pero Seck va más allá. Recopila en su libro la onomástica propia de muchos de los pueblos mencionados en la placa de la plaza Jackson. “En Senegambia, los niños todavía reciben nombres de algunos días de la semana.(...) El más popular es Aljuma (viernes), el día que se reúnen masivamente los fieles en los países musulmanes”, detalla el investigador. Goodnow cuenta que encontró en las listas algunos nombres musulmanes, y también otros denigrantes como Sambo, utilizado para humillarlos. La artista, licenciada en Bellas Artes, consideró que para terminar de honrar a sus protagonistas tenía que hacer además unos paneles que les acompañaran con contexto de esta época. Dibujó así en láminas las plantaciones que se extienden en rectángulos a los dos lados de las orillas del río Misisipi, todas con acceso a agua, y recreó el barrio francés de la ciudad de Nueva Orleans con datos de casas de subastas de esclavos, nombres de traficantes y otros protagonistas de esta práctica abolida en 1865. Ya considera completada su obra. “Este trabajo ya no es mío, ahora es de todos”, dice Goodnow, aliviada con la esperanza de haber rescatado a lápiz la dignidad de 60.000 personas.
Babelia
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