Emilio Gutiérrez Caba: “La dictadura franquista imprimió un silencio del pasado que hemos asumido en nuestros genes”
El actor publica ‘Memorias de cine’, un libro en el que recorre su vida profesional en la gran pantalla a través de anécdotas y curiosidades y que destila cierto desaliento sobre el mundo actual
Para formar parte de una saga legendaria española de intérpretes; para empezar en el cine por la puerta grande con Carlos Saura y Basilio Martín Patino, haber pasado por manos de Pablo Larraín, Mario Camus, Pedro Almodóvar o Álex de la Iglesia y seguir en activo, estrenando una de terror en Netflix; para haber hecho toda la tele habida y por haber, en definitiva, para acumular más de 200 créditos entre series, cortos, telefilmes y largometrajes, resulta que ni en su infancia ni en su adolescencia Emilio Gutiérrez Caba (Madrid, 80 años) pensó en ser actor. “Es difícil tener vocación de actor estando donde yo estaba; a veces, las vocaciones nacen de la oposición al deseo mayoritario familiar... Muchos intérpretes cuajan al rechazar su familia ese anhelo. En mi caso, como todo el mundo se dedicaba a lo mismo, para qué iba yo a repetir. Al final las cosas me fueron llevando”. Empezó a trabajar, mientras estudiaba, en un laboratorio de cine, en la sección de revelado en color, hasta que en el instituto de San Isidro encontró un profesor de teatro. “Entendí que aquello era otra cosa, fue un gran maestro. Y hasta hoy”.
Gutiérrez Caba medita sobre aquellos primeros años sesenta del siglo XX sentado en una cafetería cercana a su casa. Se recupera de un covid asintomático que como consecuencia le ha dejado mermados los pulmones. Poco a poco usa menos la bombona de oxígeno que le acompaña en medio de una de las olas de calor que convierten a Madrid en un mar de asfalto líquido. “Por suerte, no necesito el oxígeno para el trabajo”. Recuerdos, reflexiones y miedos se articulan en Memorias de cine (Cátedra. Signo e Imagen), el nuevo libro del actor, que deja clara la materia desde su título: el lector avanza por sesenta años de carrera en la gran pantalla. El paseo empieza así: “En el año 1963 me gustaba mucho ducharme utilizando un jabón líquido: Moussel de Legrain”. El actor estaba haciendo la mili, en la sede de la Región Aérea Central, y vivía en la calle Mayor junto a su padre, sus dos hermanas, Julia e Irene, el marido de esta, Gregorio Escolar, y el hijo de ambos, José Luis Escolar (excepcional director de producción y padre de la actriz Irene Escolar, el siguiente eslabón de la saga) cuando le llamaron para hacer Como dos gotas de agua, un producto al servicio de las entonces famosísimas Pili y Mili, las cantantes gemelas. Al año siguiente la historia del cine conspiró a su favor y participó en La caza, de Saura, y Nueve cartas a Berta, de Martín Patino. “Son la muestra de que había otro cine más allá del de la caspa, que nacía el nuevo cine español”, apunta. “Tienes que saber cuándo vendes acelgas y cuándo caviar, y no engañar a la gente asegurando que tus acelgas son mejores que el caviar del de enfrente. A veces, lo mejor para defender un producto es el silencio”.
Al veterano actor estos días le recorre un desaliento —incrementado en la campaña electoral (esta entrevista se realizó justo antes de empezar ese periodo)— sobre España, y especialmente sobre el futuro de su profesión. En el libro ese sentimiento tiñe casi todos los párrafos: cada vuelta al pasado implica una comparación con el presente. “Son las memeces del siglo XXI. Todo se desarrolla dentro de un infantilismo, las noticias se trasladan con una pátina infantiloide, que frivoliza y reduce la importancia de las cosas. Han creado —y uso este verbo porque esto se ha cocinado, no surge de la nada— un mundo de confusión donde la cultura sufre esas consecuencias”. Y el actor lo nota en el trasvase del legado, de un estado emocional que él recibió en su juventud y que ahora nadie quiere heredar. “Existía una camaradería que hoy ha desaparecido. Por las jornadas laborales, por los ritmos de vida. Ahora voy a hacer una exposición de fotos de La caza, y recuerdo que acabado cada día de rodaje nos tomábamos un café en un bar pegado a la carretera... Esos momentos los añoro porque no los encuentro... Ni en mí ni en los otros”.
Y remacha: “No se quiere ahondar en la cultura pasada, y nadie recuerda, por ejemplo, a José Bódalo o a Alfonso Paso. La dictadura franquista imprimió un silencio del pasado que hemos asumido en nuestros genes, y no veo otra explicación. Ha pasado en la cultura y en general en nuestro país”. Recuerda que en sus inicios se fijaban en el Reino Unido, Francia o Estados Unidos, en aquellas pasiones por el teatro y la interpretación. “Aquí había poco que ver. En fin, cuando muere Franco, empezamos una realidad, más o menos distorsionada, pero es nuestra realidad... Y a nadie le interesa quién hacía nuestro cine, quién era José Antonio Nieves Conde. Incluso directores de ideología franquista, como Rafael Gil o José Luis Sáenz de Heredia, poseían un bagaje cultural enorme e interesante. Y eso se ha olvidado”.
Por eso nació el libro. “Por eso y porque me pregunto qué estamos contando de nuestra actualidad a las generaciones futuras. Veo el cine de ahora y me planteó que hay detrás. Y no hay nada, no estamos narrando el hoy en día. Hay una guerra en Europa, la tecnología nos está ahogando... ¿Quién cuenta eso?”. Aunque con una sonrisa regatea el tono serio y explica: “Pero es mi punto de vista, ¿eh?”.
El volumen recopila numerosas anécdotas, como cuando en el rodaje de El sacerdote, de Eloy de la Iglesia, una mujer destrozada confundió al reparto con un grupo de curas y les imploró que le explicaran por qué había tenido que morir el día anterior uno de sus hijos, albañil, en una obra. “Ninguno se atrevió a explicarle que estábamos rodando una película y la consolamos como pudimos”, explica. Gutiérrez Caba ha elegido los títulos comentados porque tenían historias detrás (“Si no, las soslayo”), no por la calidad de su trabajo o del filme. “No creo que haga otro libro sobre el teatro o la televisión, porque el cine me ha dado más juego... y porque este nació de textos previos; ahora me da pereza”, y ya está. Sobre sus amoríos, solo ahonda en dos: uno largo con Elsa Baeza y la explosión sentimental junto a Pier Angeli, cuya vida acabó en un suicidio a los 39 años. “Vino conmigo a Madrid, y ni ella ni nadie de su entorno me habían hablado de su esquizofrenia; tuvo un ataque y ese entorno se la llevó de vuelta, desde la embajada me prohibieron ponerme en contacto con ella”, rememora. ¿Y su trabajo fílmico en las últimas décadas? “De las últimas películas hablo de La comunidad o de Palmeras en la nieve porque, insisto, mi guía es el anecdotario. En otras, es que vas y ruedas, es el bucle moderno”.
En ese futuro brilla su sobrina nieta, la actriz Irene Escolar. “Todavía está en versión ‘me como el mundo”, bromea. “Yo siempre he sido más escéptico, más consciente de lo que te puede dar y quitar esta profesión. Ella, en cambio, en cuanto tiene un momento de paro, se desconcierta mucho. ¡Pues eso forma el pack de la profesión! Las intermitencias, cierto, son muy dolorosas”. De paso, rechaza intérprete como sinónimo de actor. “Nosotros no interpretamos nada, nosotros creamos. Un violinista tiene su partitura; nosotros creamos Hamlet u Ofelia. Yo no niego la parte de creación de los demás, ¿por qué otros se empeñan en negar la nuestra? Tampoco sabemos valorar los esfuerzos. Porque yo haya escrito un libro no me puedo calificar de escritor. En fin, no creo que a estas memorias les envuelvan una pátina de pesimismo, sino más bien de allá os las compongáis. Es un último aviso, un ‘cuidado hacia dónde vamos”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.