Lucía Lacarra pone en juego su poesía del movimiento
La estrella guipuzcoana triunfa con un equilibrado espectáculo de cámara que recurre al vídeo y a los conceptos del cine
Lucía Lacarra (Zumaya, Guipúzcoa, 48 años) y Matthew Golding (Saskatchewan, Canadá, 38 años) acaban de anunciar que fundan una compañía de danza, y han aprovechado este viaje a Madrid y su presentación de la obra con que Lucía obtuvo el Premio Max a la Mejor Intérprete Femenina de Danza, para hacer una audición; la sede estará en la tierra natal de ella. Están buscando nuevos talentos y tienen muy claro que la primera lección que los anima es infundir a los debutantes el interés por lo artístico, la parte más frágil y delicada de la danza y el ballet, esa que está relacionada con lo que se quiere decir y qué formas se seleccionan para ello. El largo dúo In the Still of the Night puede administrarse como un buen ejemplo, y en él, a pesar de su contemporaneidad manifiesta, está el poso de la formación y la experiencia de los dos artistas, unas trayectorias que pasan por el gran repertorio académico, el neoclasicismo analítico y la neoacademia rupturista, esa es la clave de su cercanía, como se hace dulcemente comprensible.
In the Still of the Night usa el vídeo como vehículo de enlace narrativo, pero son los bailarines quienes redondean la propuesta con los cambios que, escena a escena, van desgranando ante el espectador. La elevación del todo es progresiva, arropada por buenas luces y una selección musical que no teme tampoco lo ecléctico; se propone un fraseo organicista, pero se estudian todas las posibilidades del canon, hasta como saltárselo.
Los bucles sonoros continuados con sutiles variantes (Richter) contribuye a esa ensoñación intencionada. Todo puede que suceda en una habitación umbrosa y teatral; a veces hay una turbadora transición de lo real, a lo onírico o abisal. ¿Son las dos historias concurrentes una sola? Hay mucho de Orfeo y Eurídice, de viaje tanático y de búsqueda de la redención mediante el amor. Cada intento de descripción, lo hace todo más clásico.
El lirismo en el baile es bastante más que un estilo o un aderezo formal a la intención estética; se trata de una tonalidad coadyuvante que debe impregnarlo todo de forma orgánica y llegando a envolver al espectador. Hay bailarinas más líricas que otras, en el sentido de dotar de esa intención suprema a lo que hace. Muchos ballets dramáticos tienen escenas de extremo lirismo y es ahí cuando se pone a prueba la capacidad comunicativa y de convencimiento de una artista; y la bailarina no está sola en esa lid la mayoría de las veces, la acompaña el partenaire que cumple varias funciones a la vez. Lacarra y Golding, parece una obviedad decirlo, son dos primeros espadas expertos que, además, ofrecen entre ellos una química fluida, y sobre todo, creíble. La acción teatral bailada te convence por todo lo que transporta y tiene de verdadero.
Lucía Lacarra se encuentra en una espléndida forma y sostiene su admirada y legendaria línea con eficiencia y fluidez; Golding, gallardamente, le da una réplica de altura. El público que llenaba el teatro de la Plaza de Colón se puso en pie y vitoreó generosamente a la pareja.
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