Un torrencial Martin Scorsese ajusta cuentas con el pecado original de Estados Unidos en ‘Killers of the Flower Moon’
Leonardo DiCaprio y Lily Gladstone deslumbran en un ejercicio de memoria histórica sobre la aniquilación de la Nación Osage en el que también participa Robert De Niro
Era la película más esperada, la que lo aúna todo, leyendas del cine delante y detrás de la cámara y una historia de tres horas y media sobre un suceso histórico que apunta directo al pecado original de Estados Unidos. Killers of the Flower Moon es un torrencial ejercicio de memoria histórica en el que su director, Martin Scorsese, pasa por encima de todo, el thriller, el western, la tragicomedia y hasta el drama romántico, para ajustar cuentas con la codicia de un país fundado sobre el genocidio indio.
Killers of the Flower Moon se basa en el libro Los asesinos de la Luna, (Penguin Random House), del periodista de The New Yorker David Grann. Durante cinco años, Grann investigó una historia criminal que entronca con la mejor novela negra y con la fatalidad que ha perseguido de manera inclemente a los nativos estadounidenses: la desaparición de la Nación Osage. En 1870, los desplazaron de sus tierras a un rincón de las Grandes Llanuras de Oklahoma (el infame Trail of Tears), una tierra que en los años veinte del siglo pasado escupió el oro negro que lo cambió todo otra vez.
Fue a principios de esa década cuando la reserva de los Osage se convirtió en la tierra más rica del mundo. En su fresco histórico, Scorsese rememora otra peripecia que ocurrió a pocos kilómetros y en paralelo. En aquel tiempo, también emergió en Tulsa (Oklahoma) el llamado Wall Street Negro. Como los Osage, sus habitantes vivían en mansiones, tenían sirvientes blancos, coches y joyas. Esa prosperidad afroamericana quedó arrasada por la masacre racial de Tulsa, orquestada por las autoridades de la ciudad, que redujeron a cenizas todas esas propiedades. Hoy, en las calles de aquel Wall Street negro, existe un emocionante museo que rememora la matanza, y ahora una película monumental viajará por todo el mundo para contar lo que en 1921 le ocurrió a otras víctimas de un país que ha invertido más esfuerzo en sobreponerse al pasado esclavista que al exterminio indio.
A sus 80 años, Scorsese se ha embarcado en una película desmesurada con la que vuelve al festival que ganó en 1976 con Taxi Driver y al que no ha regresado desde hace casi cuatro décadas, cuando su loca comedia Jo, ¡qué noche! se llevó el premio de mejor dirección. Fuera del concurso, el veterano cineasta ha ofrecido un festín de cine y veteranía en una superproducción cuya grandeza está al servicio de una historia criminal que fue investigada por el entonces recién creado FBI, que con un equipo de policías clandestinos persiguió el misterio de las muertes por envenenamiento, asesinatos y desapariciones de los Osage, pesquisas que revelaron una de las conspiraciones más espeluznantes en la historia de Estados Unidos.
Robert de Niro, actor fetiche de Scorsese, interpreta a William King Hale, el cerebro mafioso que orquestó los asesinatos y envenenamientos de los nativos americanos que se habían enriquecido con el petróleo. Es el personaje más obvio y repetitivo. La columna vertebral de la película son Leonardo DiCaprio, en la piel de un sobrino pelele de William King Hale, y la deslumbrante Lily Gladstone, que da vida a la india osage Mollie Burkhart, una mujer que perdió a toda su familia asesinada o envenenada para así poder quedarse con su petróleo y su fortuna.
Ella es la heroína de la película, y Gladstone, que ya brilló con luz propia en la maravillosa Certain Women, de Kelly Reichardt, compone con enorme sensibilidad, belleza y elegancia a un personaje que Scorsese mima hasta el último segundo porque en su noble mirada se esconde toda la grandeza y el dolor del pueblo indio.
La relación entre ella y DiCaprio es la gran metáfora de una historia que no da un respiro y que no teme al exceso. Tampoco al humor o a la caricatura. En su séptima colaboración juntos, DiCaprio y Scorsese se emplean en un personaje complicado, un pobre hombre al que el actor sabe hacer navegar entre lo humano y lo grotesco. DiCaprio y Gladstone, ella siempre con una conmovedora dignidad, son el centro de algunas de las mejores secuencias del filme, que navega sin descanso por su envenenado amor.
Killers of the Flower Moon, en la que Scorsese se reserva un emocionante epílogo, no es solo una película grande, es una película que sabe ser grande, que despliega todo su poderío de clásico de época a lo Gigante, de George Stevens, pero dirigida a un país en pleno examen a sí mismo, construido sobre los hombros de peleles al servicio del dinero y de miserables asesinos que se creyeron dueños de la tierra y de todos sus frutos.
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