¿Existe la originalidad en el arte? ¿Se puede falsificar el teatro?
Nao Albet y Marcel Borràs invitan a una profunda reflexión sobre lo verdadero y la mentira en el espectáculo ‘Falsestuff. La muerte de las musas’
¿Se puede seguir siendo original en el arte? ¿Dónde empieza la creación? ¿Dónde está la frontera entre lo verdadero y lo falso? ¿Puede ser mejor una copia que el original? ¿Se puede falsificar el teatro? Todas estas preguntas y más subyacen en la última obra que Nao Albet y Marcel Borràs presentan en Madrid, en la que invitan a una profunda reflexión sobre lo verdadero y lo falso y de la que son autores, directores e intérpretes.
Con un elenco de nueve actores de diferentes nacionalidades y disciplinas artísticas, que se desdoblan en más de 50 personajes, narrado en ocho idiomas (con sobretítulos) y dividido en siete episodios más un epílogo, cada uno de los cuales pertenece a un género teatral distinto, Falsestuff. La muerte de las musas es un espectáculo ambicioso y deslumbrante, que esconde un mecanismo técnico de precisión relojera. Estrenada en 2018 en el Festival Grec de Barcelona, la obra de los creadores de Mammón o Atraco, paliza y muerte en Agbanäsch, ha sufrido una auténtica revisión con la que, de alguna manera, dan la vuelta ellos mismos al concepto del original y la copia. Falsestuff. La muerte de las musas estará en el Teatro Valle Inclán desde este viernes 12 de mayo hasta el próximo 25 de junio, con todas las entradas ya vendidas para las dos primeras semanas de exhibición.
Con una mezcla disparatada de estilos que van desde la danza, el teatro documental o de texto, el wéstern y el thriller, con cambios continuos de escenografía y vestuario, el espectáculo va revelando, escena a escena, la vida de un falsificador de obras de arte, André Fêikiêvich, al que le persigue incansable un reconocido especialista del mundo artístico. En esta búsqueda obsesiva, se dará cuenta de que las pistas que sigue han sido falsificadas hasta el punto de que le será difícil distinguir entre realidad y ficción. El espectáculo sigue siendo un juego, en este caso un juego de engaños y sombras, y viaja por la estela rompedora de sus dos piezas anteriores, pero es más conceptual y las ideas y reflexiones priman sobre la propia historia de los personajes. “Es un viaje más conceptual que emocional, en el que se invita al espectador a abrirse a nuevas experiencias”, aseguran sus creadores.
Hartos de ver las mismas escenas en los teatros, de comprobar cómo las ideas e historias se repiten y que hasta sus propias obras tenían mucho de otros artistas a los que admiran, Nao Albet (Barcelona, 32 años) y Marcel Borràs (Girona, 33 años) deciden acometer esta pieza que, en definitiva, es todo un homenaje al teatro y a los distintos estilos de la dramaturgia universal, de los que ellos reconocen y asumen influencias y referencias. “Somos la compañía perfecta que falsifica el teatro”, asegura Albet, en un encuentro junto a Marcel Borràs con este periódico y en el que los dos, con ojeras importantes en el rostro, se van dando y quitando la palabra. “Todo nace del deseo de encontrar una voz propia, de preguntarnos cuál es nuestra voz y qué quiere decir tener voz propia. Es una línea muy fina la que diferencia a la copia del original. Nos tenemos que poner por encima del debate de copia u original, lícito o ilícito y reconocer que la copia va intrínseca a la creación. Lo mejor es aceptarlo, porque todo es copia y todo puede ser creativo e interesante al mismo tiempo”, añade Albet. Por su parte, Borràs cuestiona la obsesión por ser original, que, de algún modo, asegura, tiene que ver con la idea de la inmortalidad del artista. “Este deseo de inmortalidad no deja de ser otra fobia de algunos artistas. El artista busca ser original para poder ser inmortal y que su obra no muera”, dice, mientras explica que la idea del genio único, de ser algo diferente a los demás, solo nace en el siglo XIX.
¿Entonces no existen las musas? “Yo creo que sí. El problema de la musa es vincularla con la idea de ser original, pero la musa o la inspiración existe. Yo lo noto en Nao cuando le miro y veo que le brillan los ojos porque ha tenido una idea”, responde Borràs, mientras Albet apunta: “Quizás deberíamos revisar la idea de la musa porque es algo caduca, de otra época, pero la musa como inspiración me gusta pensar que sí existe, aunque esta inspiración no quiere decir que no venga por los referentes o ideas de otros creadores”. Y aquí hacen referencia, también en la obra, a una frase de Balzac: “El trabajo de cualquier escritor es aprovecharse del trabajo de los demás”.
¿Y cómo se falsifica el teatro? “Más que falsificaciones, lo que se ve son copias. En realidad, esta obra nace de la necesidad de acometer una función en la que hubiera muchos estilos de teatro y por eso nos inventamos toda esta milonga de la falsificación y de la copia para que hubiera una historia detrás que permitiera este dispositivo. Detrás de Falsestuff. La muerte de las musas están las ganas de imitar a los artistas que nos gustan sin parodiarlos. Es nuestra oda y homenaje al mundo del teatro”, contestan uno y otro.
¿También hay un afán o una búsqueda del desconcierto en la escena? “Sin duda. A nosotros, como espectadores, nos interesa cuando algo nos pilla desprevenidos. Cuando te descolocan es cuando te emocionas y disfrutas más. Cuando ves que un director no tiene miedo o pudor a saltarse las normas. Y por eso, como creadores, intentamos buscar algo que nos desconcierte a nosotros mismos y nos pille desprevenidos. Que sea imprevisible y no sepamos lo que va a pasar”.
¿Os habéis sentido copiados alguna vez? “Quizás la palabra copiar no es la palabra adecuada, pero que se aprovechen de nosotros por supuesto y a mucha honra. Invitamos a que lo sigan haciendo, como nos aprovechamos nosotros del trabajo de los demás”.
Y así, hablando de copiar, el epílogo de Falsestuff. La muerte de las musas, que no aparecía en la pieza estrenada en 2018, está planteado también como una copia de lo que Nao Albet y Marcel Borràs hacen juntos desde que tenían 15 años, cuando sobre un escenario se comían un pez o se grapaban la piel. Aquellos años han quedado atrás. Ya no se consideran, como les llegaron a calificar, los enfants terribles de la dramaturgia española. “Tenemos 30 años y ya no somos enfants, ni tampoco terribles. Nuestro teatro es popular”. Ahora están escribiendo sobre ellos mismos para una próxima función que estrenarán en el Teatre Nacional de Catalunya en la temporada próxima. ¿El tema? “Nuestra separación como dramaturgos. Es un viaje antológico en el que repasamos nuestra obra pasada y elucubramos sobre nuestro futuro, nos separemos o no”.
Babelia
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