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EL ESPECTADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Albet, Borràs y Escolar: el futuro del teatro

Atraco paliza y muerte en Agbanäspach es un viaje libérrimo, inclasificable, retador, provocador, desprejuiciado

Escena de 'Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach', de Nao Albet y Marcel Borràs.
Escena de 'Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach', de Nao Albet y Marcel Borràs.Luz Soria
Jesús Ruiz Mantilla

Me sucedió en el María Guerrero el pasado domingo algo que rara vez ocurre cuando te encuentras delante de un espectáculo. Durante casi una hora anduve sin entender qué estaba viendo y, al mismo tiempo, consciente de que lo que se sucedía ante mis ojos era algo extraordinario. Así que me dejé llevar y al terminar me vino a la mente casi lo mismo que pensó Jon Landau cuando se topó con Bruce Springsteen encima de un escenario en Boston hacia 1974: “He visto el futuro del rock & roll”.

Está bien… Vale, no sé si tanto. De si se trata, en concreto, del futuro. Pero sin duda de uno de los múltiples caminos por el que este arte debería discurrir. Y ahora, nombres: Nao Albet y Marcel Borrás, autores, directores, actores… Muchos pensarán que lo mismo predijeron al contemplar HAMLE. T.3 (¿Se escribe así, verdad?) o MammónAquello me lo perdí y a juzgar por cómo está presentado ahora Atraco paliza y muerte en Agbanäspach, tampoco me hubiera molestado si no hubiese hecho caso de una muy buena recomendación. Menos mal... Porque seguramente vuelve para tratar de desmenuzar con más profundidad el chute que supone la experiencia en sí. O por si lo que recuerdo no lo he soñado…

Confiesen ustedes con la mayor de sus franquezas si saldrían de casa y pagarían para ver una función cuyo reclamo es el siguiente: “Dos jóvenes dramaturgos de suburbio reciben su primer gran encargo: estrenar un espectáculo en el Centro Dramático Nacional de Boris Kaczynski. El único requisito que el magnate les impone es el de escribir una obra sobre un atraco a un banco. Todo cambia cuando deciden mandarle el texto a Maria Kapravof, la estandarte de un novedoso movimiento artístico llamado (re)productivismo, que fascinada por la historia que han escrito, les anima a representarla siguiendo sus preceptos, olvidándose del escenario del Kaczynski Theatre y llevando la función a otro terreno…”.

Si andas imbuido en una tesis doctoral sobre la vanguardia escénica rusa en plena posmodernidad, quizás. Pero si te ves desesperado tras un año de pandemia, ni a tiros. Pues no hagan caso y vayan. Si a la hora no se han enterado, como servidor, ni se levanten. Esperen y disfruten del desconcierto porque luego encajan todas las piezas en un fascinante collage iconoclasta. Y hasta se morirán de risa.

No desesperen si nada más empezar, en mitad del atraco propiamente, les pone de los nervios ese patético modo de hablar y crean que se han metido a ver una película mal doblada. No desfallezcan si el más que torpe aliño indumentario -a base de camisas futboleras, chándales y pelo verde para tapar las desvergüenzas de esos cuitados en escena que son Albet y Borràs- les induce a temer que en cualquier momento les dé por venderles unas pastis. Sepan que inmediatamente después comenzarán a desconcertarse placenteramente y también a incomodarse.

Atiendan al texto y a su magistral dominio y manipulación –en el mejor sentido- del lenguaje, de las formas que este admite y los límites a los que se puede llevar la palabra en una concepción digna del Babel contemporáneo que vivimos, subtítulos mediante. Enfánguese en su provocador eclecticismo y observen en las dos horas que dura el espectáculo las huellas de un viaje que nos lleva de Grecia a Tarantino y a Scorsese, de Puccini a BreakingBad, de Chejov a los documentales antropológicos de cualquier plataforma, de Cervantes a una rave…

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Un viaje libérrimo, inclasificable, retador, provocador, desprejuiciado. Una bomba detonada a base de ironía, sutileza y tensión cómica y dramática. Un reírse de todo lo que se mueve: de lo clásico a lo más en boga, un descuartizamiento de los cánones, un por qué no sistemático. Y ya, para colmo, asómbrense con lo que Irene Escolar es capaz de dar, de hacer, de crear encima de un escenario. En cualquier situación, bajo la máscara sonora y plagada de matices con plenitud de recursos políglotas ante el idioma que le dé la gana: ruso, inglés… Otra dimensión la de todos ellos, aquella que nos conduce hacia un futuro en el que la creatividad de estos bandidos de la dramaturgia contemporánea atracará las posibilidades de regeneración que aún se pueden desentrañar y activar para que continúe vivo, sano, pleno, ardiente, corrosivo y necesario.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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