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Viernes de derrumbe, sábado de descanso, domingo de pánico: la literatura cuestiona el mundo laboral

Nuevas ficciones y textos alejados del ensayo adoptan el tono absurdo y deshumanizador del lenguaje empresarial como denuncia de los excesos de la cultura del trabajo

Britt Lowy es Helly en 'Separación' ('Severance'), la serie que mejor satiriza la cultura del trabajo. Foto: APPLE TV | Vídeo: EPV

Mientras escribía Los empleados (Anagrama, 2023), la poeta Olga Ravn (Copenhague, 36 años) seguía acudiendo cada mañana a la oficina en la que trabajaba para poder pagar sus facturas. “Era muy deshumanizador. Allí la gente decía cosas como ‘deberías hacer que tu workflow [flujo de trabajo] sea más eficiente’ y se acogían a esas expresiones de este neolenguaje de Recursos Humanos tan terrorífico como intrigante. Era como si tu vida interior no estuviera presente y solo te consideraran como un objeto de trabajo”, explica la autora en un intercambio de correos electrónicos. De ahí surge parte de la sátira de su segunda novela, finalista del Booker en 2021, una mezcla de absurdo y espanto frente a esa jerga individualista que mezcla el lenguaje terapeútico con el del mindfullness corporativo con tal de exprimir la rentabilidad y sacar lo mejor de uno mismo. Expresiones vacías que, oportunamente, son las que mejor se acomodan al culto a la productividad del capitalismo tardío.

Traducido por Victoria Alonso en castellano y por Maria Rosich en catalán en Anagrama, la distopía espacial de Ravn está construida como una serie descontextualizada de informes laborales o testimonios de tripulantes de la nave seis mil para un comité burocrático que investiga si la relación de estos empleados con ciertos objetos extraños comporta “una disminución o un aumento del rendimiento de los trabajadores para la producción”. Un texto sinestésico y marciano en el que los olores, las texturas y las sensaciones de los trabajadores marcan la lectura frente a un panorama en el que apenas se distingue entre la AI de los humanoides y el raciocinio humano, donde la productividad es el horizonte en la proyección vital.

Retrato promocional de la autora Olga Ravn, København 2020. Foto: Lærke Posselt
Forfatter Olga Ravn, København 2020. Foto: Lærke Posselt
Retrato promocional de la autora Olga Ravn, København 2020. Foto: Lærke Posselt Forfatter Olga Ravn, København 2020. Foto: Lærke PosseltLaerke Posselt

La danesa no es la única en adoptar el nuevo léxico empresarial para evidenciar la bajona frente a una cultura laboral que se ha comido nuestra vida. Si Ravn opta por los informes laborales para marcar el tono de su trama, Mayte Gómez Molina se ha hecho con el premio València Nova por su poesía hecha con extractos literales de sus rechazos y búsquedas en LinkedIn (Los trabajos sin Hércules, publicado en Hiperión recientemente), Yaiza Berrocal ha construido una novela con documentos de Power Point y esperpénticas redacciones de contratos en Curling (H&O, 2022) o se escriben 256 páginas que se leen de inicio a fin como una conversación de Slack, la app de mensajería y colaboración de equipos de trabajo que más se ha estandarizado en las empresas en esta década (Several people are typing, de Calvin Kasulke, publicada en inglés por Hodder Studio).

Imitaciones de la vida (laboral) que se alejan del tono documental de los ensayos contra la cultura del trabajo que se han popularizado en la última década y de otras ficciones anticorporativas más canónicas en su estilo, pero que vienen a denunciar lo mismo. Ya sea con humor negro o asimilando la charlatanería hueca de la jerga empresarial, y siguiendo la estela de series como Industry (HBO) o Separación (Apple TV), en estos textos también se exhiben las costuras de una sociedad quemada y rendida a la tiranía de la eficiencia. Aquí la trama laboral se hace protagonista no solo en fondo sino también en su forma, con más relevancia que la amorosa o la familiar, porque qué es sino nuestro trabajo en 2023: una de las experiencias que más nos atraviesa y, por mucho que nos pese, nos define ante el resto.

Viernes de derrumbe, domingo de pánico

“Ganarse la vida tiene un impuesto muy alto / todo para un viernes de derrumbe / un sábado de descanso / y un domingo invadido por el pánico / a las siete de la tarde”, lamenta en su poemario la escritora y artista multidisciplinar Mayte Gómez Molina (conocida en Instagram como @ingratabergman). El texto de esta “madrileña por accidente y de Granada por sangre” de 30 años arranca con pedazos aislados y esparcidos por las páginas con sus búsquedas y negativas en LinkedIn. “Entrar ahí es como hacerlo en Tinder: da igual que sea trabajo o amor, toda la experiencia se ludifica y te viene a decir que si no encuentras lo que buscas es por tu culpa, porque lo estás haciendo peor que el resto”, cuenta al otro lado del teléfono desde Alemania, donde reside desde hace unos meses “por obligación” de su nuevo empleo.

Esta andaluza ha podido acceder a un grupo de investigación de arte y tecnología, el único empleo en el que la han aceptado tras enviar más de 350 currículums por internet, hacer cola para un puesto de cajera del Mercadona (no lo consiguió), cobrar por cuidar de un familiar o esconder en algunas ofertas que era licenciada en Comunicación Audiovisual con máster en Nuevos Medios y beca Fullbright en Chicago por si la sentían sobrecualificada. “Entré en una depresión funcional, nunca he sentido más inseguridad que cuando he tratado de ganarme la vida”, cuenta.

Portada de 'Los empleados' (Anagrama), 'Los trabajos sin Hércules' (Hiperión) y 'Curling' (H&O)
Portada de 'Los empleados' (Anagrama), 'Los trabajos sin Hércules' (Hiperión) y 'Curling' (H&O)

Los trabajos sin Hércules se gestó desde la impotencia frente a este páramo laboral. “Fue como si me cayera de un rascacielos al suelo. Necesitaba sacar el dolor, veía a todas mis amigas capaces y preparadas sin conseguir nada. Me leí Frágiles de Remedios Zafra y otros libros de ensayistas como Marina Van Zuylen o Jenny Odell y entendí la explotación de nuestro entusiasmo. Al final, la decepción es del tamaño de la promesa”, concluye.

Al igual que Ravn y Gómez Molina, Yaiza Berrocal también se basó en su experiencia como acomodadora del Teatre Liceu en su debut en Curling, otra distopía, esta vez de humor ácido, ambientada en un gran teatro, en la que carga contra la uberización del precariado cultural. Agarrándose al lenguaje de los correos electrónicos, del léxico en las selecciones de personal o la jerga de una coach laboral que aparece en la trama para “encontrar la magia” de los empleados y así hacerla rentable, Berrocal también ha querido denunciar la charlatanería del culto al individualismo eficiente que ha provocado, según cuenta, “que el lenguaje psicológico se haya inoculado en nuestras vidas hasta convertirse en la voz de verdad”.

Cuestión de perspectiva

Cansada del retrato psicológico en la trama familiar, la autora de Los empleados ha optado por escribir sobre un grupo de trabajadores en un entorno con jerarquías. Disiente de esa noción actual de que no existen tramas sobre la cultura del trabajo más allá del ensayo (o de su propio libro, al que The Guardian etiquetó como “la gran novela del trabajo del s. XXII”). “Es cuestión de perspectiva. ¿El diablo viste de Prada? Una novela de trabajo. ¿Una serie de policías como The Wire? Aquel “All about the game” que tanto repetían es el juego del trabajo. ¿Las novelas de James Bond? Narrativa del trabajo. Todos los héroes tienen problemas con sus superiores o con un sistema que está roto”, apunta. Mayte Gómez Molina apoya esa teoría: “Creo que en ciertas novelas se aprecia esta tensión con lo laboral no solo en el texto sino en la forma, como en Donde estás mundo bello, de Sally Rooney. Los correos electrónicos que se envían las protagonistas revelan cierta animosidad y reproducen las dinámicas laborales”, aprecia.

'El diablo viste de Prada' (2006), de David Frankel. Streep interpretó a una tirana directora de una revista de moda, papel por el que fue candidata como mejor actriz.
'El diablo viste de Prada' (2006), de David Frankel. Streep interpretó a una tirana directora de una revista de moda, papel por el que fue candidata como mejor actriz.

El problema, añade Ravn, es que a estas ficciones no se las considera como elevadas o de alta cultura: “Tendemos a pensar que las narrativas de la familia son las más valiosas, y probablemente es algo que hemos heredado de las tragedias griegas (aunque incluso La Ilíada podría considerarse como una historia sobre el trabajo de la guerra)”.

Todo, como dice, es cuestión de saber enfocar la mirada. En su novela, más que hablar de consultorías, quiso dar mucha importancia a cómo se hacía la colada dentro en la nave. “Tal vez deberíamos ampliar la noción de lo que es el trabajo y dejar el culto al que está remunerado, al que nos paga, como si ese fuese el más valioso”, reivindica. Una llamada a la acción para desmontar la idea de que esas otras tareas solo se cumplen bajo la coartada del amor y del cuidado. Como si lavar nuestros trapos sucios no fuese tremendo trabajo.

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