Año 1 pos-Bolsonaro: el arte resiste en Brasil
SP-Arte, la feria de arte contemporáneo más grande de América Latina, primera iniciativa cultural en estrenar la era Lula da Silva con una reivindicación de la lucha de la cultura contra el racismo, la desigualdad y el cambio climático
São Paulo, esa megaciudad de rascacielos y 12 millones de habitantes donde cada pregunta se resuelve con una cifra más alta que la anterior. “Esta es la feria de arte más grande de América Latina”, dice Fernanda Feitosa, directora de SP-Arte, que este año bate su propio récord con 168 galerías de arte contemporáneo. El evento ha sobrevivido a la pandemia, a una incipiente crisis económica mundial y al expresidente ultra Jair Bolsonaro, cuyo Gobierno liquidó el Ministerio de Cultura. Cuatro años de desprecio e insultos a la cultura brasileña. Uno de sus secretarios del ramo trató de reclamarla al grito goebbeliano de: “El arte será heroico y nacional o no será”. Pero como aclaran varios galeristas y artistas consultados, el arte brasileño lleva en la resistencia desde su origen. El bolsonarismo fue otro obstáculo más. O tal vez, una nueva trinchera para seguir luchando contra el racismo, la desigualdad, los negacionistas del cambio climático y los ataques contra la comunidad LGTBI.
“Mi arte es político y no depende del presidente de turno”, afirma Chris Tigra. La artista tiene un espacio independiente en la galería Celma Albuquerque, donde expone una serie de obras con el título Irradiará. Son mujeres negras, esclavas brasileñas que llevan vestidos que solo pudieron usar una vez, cuando sus dueñas las utilizaron como modelos. Estas imágenes las encontró en el Archivo Nacional de Brasil durante la pandemia. Cuando todo paró, Tigra siguió. “Son fotos antiguas que se hicieron desde una perspectiva antropológica, casi exótica”, explica, “las he intervenido con algodón, he experimentado con escalas muy grandes en referencia al arte sacro”. Es decir, ha convertido el arte en una manera de recuperar la memoria.
Tigra expuso estas y otras obras similares hace un año, cuando el anterior presidente seguía al frente del país. La galería Superficie tampoco dudó en elegir a Gê Viana, una artista treintañera del norte de Brasil que usa el collage y los fotomontajes para denunciar la cultura colonialista, que considera sigue siendo hegemónica. “El problema de Brasil no ha sido Bolsonaro, pese a que hemos vivido un momento terrible. El problema de Brasil es el racismo estructural, la desigualdad”, continúa Tigra. En el país aún pervive el legado de más de tres siglos de esclavitud. Fue uno de los principales destinos de trata de esclavos. El último de América en abolir esta lacra en 1888. Negros y mestizos son más pobres que sus compatriotas blancos: representan el 56% de la población, pero el 75% de los asesinados, el 64% de los desocupados, el 60% de los presos, el 15% de los jueces y el 1% de los actores premiados, según los datos de la agencia Lupa. Sus familias ganan la mitad de dinero que las blancas. Y viven menos.
“En ningún momento la cultura ha dejado de tratar estos temas. El arte es la última resistencia”, opina la directora de la feria, institución que ha invitado a este diario, sin dejar de hacer hincapié en los males del bolsonarismo. “Es muy bueno que este país vuelva a ser aceptado y acogido en el mundo como un lugar donde se apoya al medio ambiente, se apuesta por la sostenibilidad, se lucha por la diversidad y se defiende a las poblaciones originarias”, continúa, “y todo esto está representado en la feria”.
En la última planta, reservada para los más jóvenes y aquellos que aún no han encontrado una galería que les represente, está Kuenan Tikuna, un indígena trans no binario, que presenta una videoinstalación en la que reclama sus derechos a través de su cuerpo. Tikuna viste con las prendas de su comunidad, se pinta la cara y el cuerpo según sus tradiciones para reivindicar que está vivo. Y eso ya es mucho para una persona trans en Brasil, asegura, el país más peligroso del mundo para el colectivo, que bate desde hace 16 años el récord de asesinatos contra una comunidad con una esperanza de vida de 35 años, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística.
Una feria muy “brasilera”
Los galeristas se reúnen en las monumentales plantas del edificio Bienal, diseñado por Oscar Niemeyer, que se reservó sus ondulantes formas para los balcones y las escaleras. El pabellón se inscribe en el parque Ibirapuera, un pulmón verde de 158 hectáreas y tres lagos artificiales que permite respirar a la ciudad. Otra vez, los números marean. De las 168 galerías, 15 son extranjeras. La mayoría de los que durante cuatro días comprarán obra son brasileños. “Brasil está lejos, a unas ocho horas de avión de los principales mercados del arte, de los grandes coleccionistas de Estados Unidos y Europa”, explica Feitosa, “pero este país tiene una importante producción artística, una sólida estructura de galerías profesionales y un sector del arte muy firme, con la segunda Bienal más antigua del mundo después de la Venecia”, reivindica.
Las decisiones políticas sí afectaron para bien a la feria cuando el Gobierno del Estado de São Paulo decidió bajar los impuestos de importación al 20%. El coleccionista ya no tiene que pagar un 58% de impuestos cuando compra una obra. Y es más que probable que la adquiera en dólares. SP-Arte también busca nuevos coleccionistas, más jóvenes, a los que atrae con los temas que trata y con otra facilidad: pagar a crédito, un clásico en América Latina. Más ventajas para un mercado, el del arte, que parece refractario a las consecuencias de la pandemia, la guerra de Ucrania y la inflación desbocada.
“Lula lleva solo tres meses en el Gobierno”, dice Tiê Higashi, responsable de ventas de la galería Superficie. “Vamos a ver qué pasa”. Por ahora, el actual presidente ha recuperado el Ministerio de Cultura y ha puesto al frente a la cantante Margareth Menezes, uno de los iconos de la música popular en Brasil. Hace 20 años, el mandatario eligió al también artista Gilberto Gil para dirigir la cartera. No le fue mal. Bolsonaro redujo el presupuesto para la política cultural, las instituciones de promoción del cine y de protección del patrimonio histórico fueron diezmadas y la Ley Rouanet, la herramienta más importante de incentivo cultural, fue modificada hasta hacerla inviable. Habrá que esperar para saber si la fórmula le vuelve a funcionar a Lula en un país donde es más fácil encontrar los apellidos de las grandes fortunas en el apartado de patrocinadores en una exposición que el nombre de una institución del Estado.
Esta es otra de las razones que argumentan los galeristas consultados: “Las iniciativas privadas siguieron en la etapa de Bolsonaro. Otra cosa es cómo nos afectó la manera en la que durante estos años se insultó y se arrinconó a la cultura”.
Babelia
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