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35 años: la esperanza de vida de los transexuales en Brasil

El país sudamericano es considerado el más peligroso del mundo para este colectivo al ser donde más asesinatos se registran: este año ya se cuentan 123

Gretta Salgado Silveira, de 63 años.
Gretta Salgado Silveira, de 63 años.Camila Svenson

Gretta Salgado Silveira es una excepción. A los 63 años, la maquilladora sobrevive en el país donde personas como ella no envejecen. En Brasil, considerado el país más peligroso del mundo para las personas transgénero porque es donde más asesinatos se registran, la esperanza de vida de esta comunidad es de 35 años, menos de la mitad que la del resto de la población, que es de 75,5 años según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística. Solo en 2019, el número de asesinatos por transfobia asciende a 123, según un informe que recoge datos de la ONU elaborado por el Grupo Gay de Bahía, la asociación brasileña a favor de los derechos de la comunidad LGBT más antigua.

Los números son especialmente crueles para las mujeres trans y travestis (en Brasil, este término es una identidad de género femenina): el 90% se prostituye, lo que las convierte en los principales blancos de la violencia. Gretta emprendió otro camino. “Me considero trans desde siempre, pero me entendí realmente en la década de los 70. Fue mi primer contacto con el mundo LGTBI y, desde el principio, solo me hacía con las mujeres trans mayores que yo, justamente porque conocían los secretos de esta vida”, cuenta en su apartamento en el centro de São Paulo, decorado con fotos de sus primeras actuaciones y miniaturas de aviones comerciales (es una aficionada a la aviación). Esas amigas fueron quienes le aconsejaron que siguiera su sueño de ser una estrella de la noche de São Paulo, pero sin dejar de tener un trabajo formal.

“Fue cuando aprendí a maquillar y empecé a trabajar en peluquerías. Para mí, fue muy bueno haber vivido tanto la noche, con las trans y travestis, como el día a día en la peluquería. Hace 35 años que trabajo en el mismo barrio. El trabajo y el respeto de las clientas hicieron que valorara mi vida”, dice.

Léo Barbosa no corrió la misma suerte. A los 49 años, y siempre con una sonrisa en la cara, apoya el peso de una vida de violencia en un bastón. “Me reconozco en el género masculino desde que tengo cinco años y desde entonces he padecido todos los tipos de violencia y exclusión social. Mi cuerpo es el reflejo de ello”, cuenta en una plaza frente a su casa, en Santo André, donde creció. “Hace 45 años que vivo aquí, y esta plaza ha sido el escenario de muchas peleas. Apenas ponía un pie fuera de casa, ya había alguien que quería pegarme”. Tras la violencia física, vino la institucional, al no conseguir trabajo ni siquiera habiendo estudiado en un colegio privado y tener notas excelentes.

La situación no cambió cuando se graduó en Administración. “Me presentaba a todos los procesos selectivos y superaba todas las fases, pero, cuando iba a la entrevista, con solo mirarme ya se había terminado todo. ‘No contratamos a gente como tú’. He escuchado esta frase más de mil veces, y me ha roto por dentro”, dice, con voz entrecortada por el llanto. “Como no conseguía nada, lo mandé todo a la porra y empecé a drogarme. Y toda la violencia que sufrí en ese submundo era menor que la que sufría aquí fuera, en la sociedad”, cuenta Léo, que hace nueve años que está lejos del crack, la cocaína y el alcohol y está a punto de graduarse en Derecho. “Estoy haciendo horas extras en el mundo”, bromea.

Léo Barbosa, de 49 años, en la sala de su casa.
Léo Barbosa, de 49 años, en la sala de su casa.Camila Svenson

Léo, al igual que Gretta, atribuye su supervivencia al apoyo familiar. “Mi mejor amigo es mi primo, que es evangélico, y, sin mi madre, ya me habría muerto. Por más dificultades que enfrente, sé que no me voy a quedar en la calle, que tengo una casa. Y eso me mantiene vivo”, afirma. “El apoyo de la familia es primordial para sobrevivir”, comparte Gretta.

Fue especialmente importante cuando la maquilladora descubrió, a los 40, que era seropositiva. “Fui una idiota al pensar que, si estaba guapa por fuera, era que estaba bien. Lo descubrí justo en la época en que todo el mundo empezó a morir. Fue horrible. En una semana, morían siete personas”, cuenta Gretta. Cuando le diagnosticaron la enfermedad, tenía varias infecciones, incluyendo meningitis y tuberculosis. Poco después, descubrió que tenía un tumor en el hígado y estuvo 51 días en coma inducido. “Perdí a mi novio, el apartamento, me operaron y tuve que pasarme seis meses en casa de mi madre, recuperándome. La fuerza que tuve para seguir viviendo vino del apoyo de mi familia, de los amigos de verdad, de las clientas de la peluquería, que fueron maravillosas conmigo”.

Hoy, intenta transmitir a las trans más jóvenes las lecciones que aprendió. “Gretta es una construcción de mí misma. Soy una militante ambulante, quiero que las mariconas me sigan, porque he hecho bastantes cosas bien en la vida. También me he equivocado, pero he hecho muchas cosas bien”.

A medida que los años avanzan, solo tiene dos preocupaciones: la salud y el trabajo. “Sé que la belleza se va a terminar. Y hasta vivo sin dinero. Solo me sería imposible vivir sin una perspectiva de trabajo. Pero me veo una maricona vieja, haciendo todo lo que me gusta”, dice, mientras muestra su colección de miniaturas de aviones y de vídeos y enciclopedias sobre todos los aeropuertos del mundo. “¿Crees que seré una de esas viejas pesadas, que hablan siempre de lo mismo?”, se ríe.

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