Teatro sinVergüenza, 13 invidentes protagonizan el asalto al Gran Teatro Nacional
Desde hace 13 años, un colectivo de personas con discapacidad visual ironiza sobre su andar por la vida. En el marco del Día Mundial del Teatro presentarán un montaje en el escenario más importante de Perú
A las 13 personas que se han adueñado esta tarde de la azotea de un edificio, en Miraflores (Lima), para hablar sobre sus cegueras parciales o totales les encanta decir que tienen un punto de vista. Hay que verlos cómo se jaranean, aplaudiendo o dando golpecitos con sus bastones. Es un chiste que se saben de memoria, pero que sigue provocando el mismo efecto en ellos. El humor los ha salvado de sí mismos y el teatro les ha ofrecido una nueva ruta para recorrer el mundo con menos iras y lamentos.
Faltan apenas horas para que Teatro sinVergüenza se presente por primera vez en el escenario más codiciado del Perú: el Gran Teatro Nacional, un coloso de 1.500 butacas que ha vibrado con las gargantas de Plácido Domingo y Juan Diego Flórez, se ha quedado anonadado con el Ballet de San Petersburgo, y se ha dejado punzar el corazón con comedias dramáticas como Escenas de la vida conyugal, del argentino Ricardo Darín.
“Nos vamos a perder. Nosotros nunca hemos actuado en un teatro de verdad. ¿Estamos preparados para hacerlo?”, cuestiona Richard Picón, uno de los actores, durante el ensayo. Lo que dice es parte del guion. Así nos vemos es una obra testimonial, donde cada uno de ellos se cuestiona constantemente, y donde el propósito es que el público se balancee entre la reflexión y la risa. Un público que en su mayoría desconoce el día a día de los invidentes, pero sobre todo de lo que son capaces. El estereotipo los encasilla en mendigos, masajistas y operadores de call centers, pero difícilmente la gente los imaginará sobre una tarima, produciendo arte.
Todo comenzó con un taller en diciembre de 2010, en el Centro de Rehabilitación de Ciegos de Lima (CERCIL), dictado por Lucho Cáceres, un abogado que también se dejó guiar por el brillo de la actuación. Una cara conocida por sus múltiples papeles en el teatro, el cine y la televisión. El aprendizaje fue mutuo: ellos debutaron como actores, y él como maestro y director. Desde entonces, las creaciones colectivas han parido montajes bautizados con una gran dosis de humor negro: Citas a ciegas, Isla Buenavista, El cielo no quita lo ciego, El juicio al ciego, Caso cegado, entre otros.
El primer auditorio al que enfrentaron sus miedos fue su familia. Después se sumaron sus amigos, y los amigos de sus amigos. Hasta que el boca a boca rindió frutos. Siempre en CERCIL, en un salón adaptado con una capacidad mínima. Así fue durante una década hasta que en el 2022, tras la pandemia, reaparecieron en el Julieta, un teatro comercial para 260 espectadores. Como dicen los terapeutas, dejaron su zona de confort. “No fue nada fácil”, repiten en coro. El lleno casi total de las funciones ha sido el trampolín para lo que están a punto de vivir este miércoles bajo los reflectores del Gran Teatro Nacional.
“Lo único que necesita una persona ciega o de baja visión para actuar como un vidente es conocer el espacio”, sostiene el director, Lucho Cáceres. Su confianza en la compañía que fundó por invitación de una amiga de sus épocas universitarias —Ximena Ramírez, directora de CERCIL— es plena: solo tendrán tres ensayos en el escenario. Como dirían los futbolistas, reconocimiento de campo. Aun así, los ánimos están a tope. Se saben el libreto teatral de pe a pa. Harán una pasada de dos horas sin sobresaltos.
“Cuando vas en el transporte y ves que un ciego sube, su atención no se la cortes. No te quedes en tu nube. Transportistas hay en todito el Perú entero. No te dejan donde quieres, sino en otro paradero. Mil escollos en la calle, nuestra realidad es dura. Me tropiezo, si no sabes, con tus bolsas de basura”, rapea César Quiñones Falcón, el rastafari del grupo, agitando sus largos dreads. Si transportarse en Lima suele ser un deporte extremo para todos, cómo será para ellos. En la pista, donde la mayoría de los conductores no cede el paso sino más bien arremete, y en la acera, donde un transeúnte puede ser sorprendido por una bicicleta, un scooter y hasta una moto.
“La capital no es una ciudad amable con la discapacidad, sino más bien hostil”, afirma Lourdes Aquije, una oda a la superación, es comunicadora social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y subcampeona nacional en 100 y 200 metros planos. Se quedó en penumbras en la adolescencia por una negligencia médica.
A la mitad del ensayo, los actores —que en su mayoría prefieren decir que solo son personas que actúan— debaten sobre cómo ellos mismos se colocan etiquetas, separándose entre quienes nacieron ciegos, se quedaron ciegos o son de baja visión. Lo cierto es que Ángela Pié es la única del clan cuya ceguera es congénita. “Mientras ustedes sueñan con imágenes, yo sueño con voces”, señala. La diversidad existe: no todos ven completamente a oscuras. Algunos dicen ver plomo, otros destellos de luz, y otros solo sombras. Lo que más les irrita son los extremos: que los subestimen o los sobreestimen. Que magnifiquen cada cosa que hagan o que los traten como incapaces.
La salud mental es un eje fundamental en Así nos vemos. La obra se enriquece con los monólogos. Ellos cuentan el tránsito de sus episodios más vulnerables hasta el momento en que aceptaron su condición y comenzaron a bregar su destino. Como María Inés Aspilcueta, a la que un glaucoma juvenil fulminante le empezó a arrebatar la visión en los últimos años de la secundaria. Y varios años después tras reaprender a vivir —movilizarse con el bastón y leer sus primeros textos en braille— fundó hace ocho años su propia empresa de terapia y reflexología.
O como Junior Gálvez, un promisorio futbolista que se quedó ad portas de debutar en Primera División a causa de un tumor cerebral y que hoy, además de recibirse como fisioterapeuta, es de los actores más desenvueltos del elenco. Hay quienes pasaron hasta tres años encerrados en sus cuartos antes de echarse a las calles otra vez.
“He cumplido lo que tanto quería. Me siento realizada”, dice María Consuelo Guembes, más conocida como Maricucha, la mayor del grupo. Esta mujer de 76 años nació con el bichito teatral. Era de las que nunca se perdía una actuación en el colegio. Pero cuando creció y quiso estudiar arte dramático sus padres se opusieron. Estudió educación, pero luego una retinosis pigmentaria degenerativa alteró sus planes. “Me parece increíble que cuando veía no pude ser actriz y ahora que estoy ciega y a mi edad pisaré el Gran Teatro Nacional”, dice emocionada luego de fumarse un cigarrillo. La acompaña el único actor vidente de Teatro sinVergüenza: su esposo, Julio Márquez, un señor flacucho y de risa fácil que se sumó a esta aventura hace unos años.
“A mí me han llenado la vida”, dice el director Lucho Cáceres al término del ensayo. Un visionario, creyó que eran capaces de actuar antes que ellos mismos. Los hitos continuarán en este 2023. En mayo tendrán un par de funciones en Iquitos, en la selva peruana. Se irán de gira por primera vez. Seguirán a la conquista de nuevos escenarios. Con audacia y sin vergüenza.
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