La Singla: el misterio de la desaparición de la bailaora sorda que revolucionó el flamenco
Triunfó en Europa, bailó al ritmo de jazz y fue una estrella hasta que, de repente, no se supo más de ella. Cinco décadas después, un documental recompone su vida y su tragedia
Antonia Singla dejó de oír cuando era un bebé. Una enfermedad la dejó sorda, pero esta circunstancia no le impidió convertirse en una de las mayores bailaoras flamencas de la historia. Interiorizó el compás para marcar el ritmo con sus pies. Se movía con rabia y triunfó en toda Europa. Era la estrella de carteles que incluían los nombres de Camarón, Paco de Lucía o El Lebrijano. Giró con Ella Fitzgerald. Posó para Dalí. Marcel Duchamp la admiró y Jean Cocteau dijo de ella que “escupía fuego por la boca y lo apagaba con los pies”. Hasta que, de un día para otro, en lo mejor de su carrera, se evaporó. Su revolucionaria figura se esfumó. Ahora, 50 años después, la directora Paloma Zapata ha culminado una investigación que ha plasmado en el documental La Singla, estrenado en Tesalónica (Grecia) en febrero y que se ha visto por primera vez en España en el festival de Málaga este miércoles. El trabajo se resume en una de las reflexiones finales que hace su protagonista, la actriz cordobesa Helena Kaittani, sobre la misteriosa desaparición: “El arte de La Singla no podía perdurar porque estaba en su propia tragedia”.
La historia de La Singla es tan fascinante que parece pura ficción, como si la directora de la película hubiera puesto imágenes a una fantasía. O a un fantasma. Fue su mirada, un grito silencioso de ojos grandes y oscuros, lo que captó la atención de Zapata en 2018 cuando desarrollaba su anterior trabajo, Peret: yo soy la rumba. La nieta del rumbero le dio las primeras pistas del personaje. “Me contó quién era, su sordera, lo que consiguió. Busqué información y apenas había algo en Wikipedia y un par de vídeos compartidos en Facebook desde Estados Unidos. La vi bailar y aluciné. Había algo indescriptible en ella y me sorprendió que no fuese un icono del flamenco”, explica. En 2019 comenzó su propia investigación. Dio con una vieja amiga de la bailaora, la fotógrafa Colita, premio Nacional de Fotografía en 2014, quien guardaba 500 imágenes de ella. También con su antiguo representante, Francisco Banegas, que llevaba medio siglo esperando la llamada de alguien que se interesara por Antonia. “Guardaba artículos de prensa, recortes, fotografías, carteles. Un archivo enorme”, apunta la directora. “Construir la historia de esta mujer ha sido precioso”, insiste.
También lo es seguir los pasos de la reconstrucción de la vida de La Singla, nacida a finales de los cuarenta del siglo pasado en el barrio del Somorrostro, en Barcelona, ya desaparecido y cuna también de Carmen Amaya, que la designó su sucesora tras conocerla en el rodaje de Los Tarantos (1963). Su infancia fue solitaria, con un padre que abandonó su familia. Mujer, gitana, sorda, pobre y sin apenas hablar hasta que cumplió los ocho o nueve años, se encerró en su mundo. Sobrevivió gracias al baile, terapia que aprendió mirándose al espejo. Su madre le enseñó los palos flamencos con los chasquidos de los dedos. Y cuando entendió lo que era su hija, la llevó a bares y tabernas para sacar unas monedas.
Morena, guapa, con pantalones, el pelo revuelto y un ritmo con el que parecía exorcizar sus fantasmas, la niña cautivó al público. Llevaba el ritmo contando, se acercaba a los guitarristas para sentir las vibraciones de las cuerdas y marcaba el patrón con su zapateo para que los músicos la siguieran. Taconeaba fuerte. ¿Cómo bailaba sin oír? “Con coraje”, respondía ella. Con coraje del mundo, añadía su madre.
La Singla —obra, alejada del clásico trabajo biográfico, que llegará a las salas comerciales a finales de año— parte de las 3.000 viviendas de Sevilla, donde Helena Kaittani comienza la búsqueda de La Singla. El espectador la acompaña en su investigación, que se vuelve más fascinante a cada minuto. No solo por la historia, también por las decenas de imágenes que se muestran de la bailaora y los vídeos de archivo que se recuperan. Entre ellas, una película alemana, mezcla de ficción y realidad, que ha permanecido 60 años guardada en un cajón. Hasta aquel país viajó Antonia con apenas 16 años junto a Camarón de la Isla o Paco de Lucía para hacer alucinar al público alemán, que disfrutó de su arte en numerosas giras a lo largo del tiempo. Antes había debutado en Madrid en el tablao Los Califas. Luego se convirtió en una estrella. Acaparó titulares y el mundo la admiró mientras asistía a las fiestas de Dalí y Gala, Miró le dedicaba cuadros o compartía mesa con Marcel Duchamp. Llegó a bailar al ritmo de jazz en Berlín. Hasta el cine la requirió.
Cuando su padre —que había vivía en Francia con una familia paralela— se enteró de que su hija era una mina de oro volvió a Barcelona y ejerció de manager. Era un personaje turbio y oscuro que la encerró más en su mundo. La alejó de la vida social y no la dejó, siquiera, compartir tiempo o disfrutar de las actuaciones de los artistas con los que giraba. Su representante, con los años, les ofreció un contrato vitalicio, pero el progenitor lo rechazó. Fue el principio del fin de su hija, que estaba en el punto álgido de su carrera hasta entonces. De repente la tierra se la tragó y su rastro se perdió. “¿Cuál es el misterio de su desaparición?”, se pregunta Kaittani en su búsqueda, que la lleva hasta Barcelona y más tarde hasta Santa Coloma de Gramanet para encontrar respuestas.
Allí, a solo cinco kilómetros de la casa de la directora del documental, encuentra a sus familiares, que le relatan cómo “una serie de acontecimientos que fueron para ella muy importantes” le llevaron a dejar de bailar, según apunta su hermano, Antonio Singla. La protagonista realiza entonces un hallazgo que lo cambia todo, un capítulo en la historia que esta mujer lleva encerrado en su interior, “adormecido pero latente”, dice Kaittani. “Como una herida mal curada que solo puedo imaginar, pero que imaginarlo también duele”, añade. Entonces la actriz, la incansable buscadora, lo entiende todo de alguien que prefiere no mirar atrás. “Nunca he sido feliz. Desde que era pequeñita siempre estaba triste”, le cuenta la bailaora cuando por fin aparece al final del documental.
En un mensaje de móvil a EL PAÍS, La Singla afirma estar agradecida por que la recuerden, pero que igual que Pepa Flores se alejó de Marisol, ella prefiere olvidarse de La Singla para simplemente ser Antonia.
Babelia
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