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“Una vez soñé que era un pepino”: Kenneth Koch, el poeta que acercó los versos a los niños (sin subestimarlos)

Miembro de la Escuela de Nueva York, junto con John Ashbery o Frank O’Hara, el profesor publicó varios manuales sobre cómo enseñar la poesía a los más pequeños de manera lúdica e imaginativa

Sergio C. Fanjul
El poeta Kenneth Koch, en uno de sus talleres de poesía para niños de primaria.
El poeta Kenneth Koch, en uno de sus talleres de poesía para niños de primaria.Helen Weaver (Cortesía del Kenneth Koch Literary State)

El poeta Kenneth Koch (1925-2002) parecía un buen tipo. Su poesía fue juguetona y luminosa, muy imaginativa, celebrante de las cosas más sencillas de la vida y del lenguaje. En las fotografías que se pueden encontrar en internet siempre aparece sonriendo (incluso en una en la que parece ser arrestado por un policía). Sus alumnos en la Universidad de Columbia lo tenían por un profesor estimulante, ingenioso y apasionado de la literatura. Y dedicó no pocos esfuerzos a acercar la poesía a ese colectivo tan frecuentemente olvidado y vilipendiado: los niños. “Una vez que el lenguaje existe, existe también el impulso de jugar con él”, dejó escrito.

Lo más bonito de su forma de enseñar la poesía a los más pequeños fue el respeto. No los subestimaba: les ofrecía piezas de algunos de los poetas más importantes de su tiempo o de la tradición poética (William Carlos Williams, John Ashbery, William Blake, Wallace Stevens, Rainer Maria Rilke o su muy amado Federico García Lorca). “Pensaba que era un problema darle a los niños poemas sosos, cursis, infantilizantes”, dice el editor Aníbal Cristobo, “su idea era proponer los textos de estos poetas partiendo de un eje que pudiera interpelar a los pequeños”. No entendía la frontera entre la poesía infantil y eso que llamamos poesía adulta.

Así, anima a sus diminutos pupilos a escribir (en lo que llamaba “tareas”) inspirados por los grandes poetas, pero utilizando motivos de su mundo, sus sueños o sus deseos. Por ejemplo, a partir del célebre poema Solo para decirte, donde Williams confiesa que se ha comido unas ciruelas que alguien guardaba en la nevera para el desayuno (Perdóname / estaban deliciosas / tan dulces / tan frías), Koch propone escribir sobre cosas que nos gusta hacer, aunque estén mal hechas. Sobre no arrepentirse demasiado.

“Koch difunde la idea de que la poesía no es tanto un género literario que se tiene que adaptar a distintos públicos, sino una manera de mirar y relacionarse con el mundo”, dice la poeta Claudia González Caparrós. No importaba tanto lo formal, o el talento, ser buen o mal poeta, tampoco aprender nombres, fechas, rimas y métricas (como tantas veces se ha intentado enseñar la poesía, sin demasiado éxito), sino la imaginación y las ganas de explorar y divertirse. “Una vez soñé que mi amiga era una zanahoria y yo un pepino”, escribió Ilona Barbuka, una de sus alumnas, inspirada en un sueño.

'Solo para decirte', del niño Andrew Vecchione inspirado en William Carlos Williams

Gracias por las hormigas que dejaste en mi cama.

Esto es solo para decirte gracias por darme el atardecer

violeta en mi cumpleaños.

El poeta Kenneth Koch en una de sus clases.
El poeta Kenneth Koch en una de sus clases.Cortesía de la editorial Kriller71

Poesía en la escuela pública

Koch empezó a dar talleres de poesía para alumnos de primaria en una escuela pública de Nueva York (la Public School 61, en Manhattan) a finales de los años 60, pero luego fue extendiendo su ámbito de acción hasta dar talleres por diferentes países. De su dilatada experiencia salieron dos exitosos libros que difundieron sus métodos por gran cantidad de escuelas: Wishes, Lies and Dreams: Teaching Children to Write Poetry (Deseos, mentiras y sueños: enseñando a los niños a escribir poesía), publicado por Harper Collins en 1970, donde predominan las “tareas” literarias, y Rose, Where Did You Get That Red?: Teaching Great Poetry to Children (Rosa, ¿dónde te volviste roja?: Enseñando la gran poesía a los niños), publicado por Vintage Books en 1973, donde se comentan las obras de los poetas consagrados y su forma de inspirar a los pequeños.

Su actividad docente llegó a las páginas de The Wall Street Journal, Life, Newsweek o The New York Review of Books, y las lecturas públicas de sus locos discípulos bajitos llegaron a los mismos espacios donde recitaban los poetas consagrados. De la mezcla de las dos mencionadas obras, que ayudaron a divulgar enormemente otra forma de enseñar poesía, se forma la reciente síntesis española: Una hormiga es el principio de un nuevo universo (Kriller71), en edición a cargo de González Caparrós y Cristobo, donde se han fusionado los dos libros, teniendo en cuenta que algunos de los ejercicios no tenían sentido traducidos al castellano.

Poema de la niña Marion Mackles, basado en "mentiras"

Soy tan verde como la hierba.

Estoy en la hoja de un árbol.

Estoy en Nueva York en un arándano volador.

El barro es bonito.

La lluvia es fea.

Estoy en una parra.

Soy nieve.

Soy nieve en España.

Soy lluvia en España. 

Soy el sol en España, 

Soy una nube en España.

Estoy en España.

Soy España.

 

Koch propone escribir poemas colaborativos (como se hacía en la antigua Grecia, en el Japón medieval, o como hicieron los surrealistas), poemas basados en los deseos (que comiencen con la fórmula “me gustaría…”) o en lo que llama “mentiras”, es decir, en contar cosas que no existen. Propone escribir sobre “algo que no debería ser bonito, pero que en secreto piensas que lo es”. Al final de sus volúmenes da consejos para los enseñantes de poesía. El más importante: leer poesía. “Una cosa que me animó fue lo lúdico e imaginativo que era a veces el discurso de los niños”, escribe Koch, “decían cosas verdaderas de maneras nuevas y sorprendentes”.

Las aventuras pedagógicas de Koch y los poemas de sus alumnos llevan al lector a la antología de su propia poesía, recogida en España en Perros ladrando en la nieve (Kriller71), con edición a cargo de Jordi Doce. Así se descubre que los poemas de Koch no son tan diferentes, salvando las distancias, a los que inspiraba en sus talleres. “Tal vez esa sea una de las claves: Koch no tenía que cambiar el chip, lo que les llevaba a los niños a los talleres era lo mismo que él y sus colegas producían, muchas veces con procedimientos similares”, dice Cristobo.

La Escuela de Nueva York

Sus “colegas” eran los poetas de la llamada Escuela de Nueva York; en efecto, más que una escuela, era un grupo de amigos surgido en aquella ciudad en las décadas de los 40 y los 50. Entre ellos, como cabeza más visible, el enorme (y extraño) John Ashbery; también, menos conocido, Frank O’Hara (que falleció joven, con 40 años, atropellado por un buggy de playa). Además, Barbara Guest o James Schuyler (véase la antología La escuela poética de Nueva York, publicada por Alba). “Esta gente le trajo mucho oxígeno a la poesía, alejándola del academicismo y de la cosa sesuda”, dice Cristobo (aunque la lectura de alguno de los autores, como Ashbery, es todo menos sencilla). Amaban el surrealismo francés de Roussel y Apollinaire, rechazaban el academicismo del New Criticism, tenían conexiones con el expresionismo abstracto de Pollock y De Koonig, que por entonces convertía Nueva York en el centro artístico del planeta (quitándole el puesto a París), y con el neodadaísmo de Jasper Johns y Robert Rauschenberg.

'Cuatro maneras de mirar un lobo', poema del niño Joseph Scifo inspirado en Wallace Stevens

Un lobo en un libro parece un perro salvaje gruñendo.

Un hombre lobo y Frankenstein juntos son un lobo. 

Un lobo es como Godzilla cuando le duele la barriga. 

Un lobo es como un hippie de pelo largo. 

La época ayudó a la actividad de Koch: “Para finales de los 60 estaba claro que la buena poesía moderna no tenía por qué tratar un tema elevado presentado en una dicción elevada enmarcada en la rima y la métrica, que son los principales escollos para los niños al escribir poesía”, escribe el poeta Ron Padgett en uno de los prólogos. No solo eso: Koch comienza a enseñar en 1968, un momento convulso del mundo donde las jerarquías se ponen en cuestión, se buscan nuevos mundos, nuevas formas de hacer las cosas, cierta horizontalidad y se valora la creatividad y la imaginación (que se quiere llevar “al poder” como se lee en las pintadas de las revueltas de París).

Tal vez lo más curioso de la actividad de Koch es comprobar que los textos que nos pueden resultar oscuros y misteriosos a los adultos, y hacernos repeler la poesía, no tienen por qué parecérselo a los niños: Koch creía que era un error presentar los poemas como un acertijo a descifrar, y que había que disfrutarlos de forma más libre, aunque no captemos del todo su sentido: dejarlos fluir en el lenguaje y abordarlos no tanto desde el intelecto como desde la emoción. Y los más pequeños saben hacerlo: “Es bonito ver cómo la dictadura del significado no ha llegado aún a los niños”, concluye Caparrós.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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