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Los relatos médicos de un poeta

William Carlos Williams, además de ejercer como poeta y narrador, ejerció como médico especializado en pediatría. Sus cuentos dan testimonio de su profesión

William Carlos Williams
William Carlos Williams (en el centro), en 1949 en Nueva York. BETTMANN
Montero Glez

Cada vez es más habitual buscar en Internet el diagnóstico para nuestros síntomas, obviando con ello el dictamen científico de los médicos. Foros, imágenes y artículos académicos vienen a suplir la visita al doctor, y no hacen sino confundirnos aún más acerca de nuestro cuadro clínico. Luego está la automedicación; el error de conseguir por Internet los fármacos que creemos que son los acertados para nuestro caso.

En todo ello hay un componente de urgencia. Sobre todo lo hacemos para tranquilizar nuestro ánimo con apremio frente a una enfermedad que creemos que es la nuestra. Pero también cabe sumar otro aspecto más íntimo, y que está relacionado con la vergüenza, es decir, con ese sentimiento de incomodidad que muchas veces se da ante la presencia del médico. Por esto último hay tantas enfermedades secretas; personas que esconden su enfermedad para evitar el rubor de mostrársela a los desconocidos o peor aún, que la esconden por miedo a que su enfermedad sea descubierta.

Hay un cuento de William Carlos Williams que nos muestra esto último. Y lo hace con la concisión y la contundencia del que sabe de lo que habla, en este caso del que sabe de lo que escribe. Porque William Carlos Williams, además de ejercer como poeta y narrador, ejerció como médico especializado en pediatría. El cuento que aquí nos ocupa se titula El uso de la fuerza, viene traducido por Mariano Antolín Rato, y nos cuenta el episodio que sufrió el mismo Carlos Williams cuando tuvo que hacer frente a una urgencia.

Se trataba de una niña con los suficientes grados de fiebre como para preocuparse. La casa era pobre y tenían a la niña en la cocina, donde se estaba más caliente. “A veces aquí hay mucha humedad”, le dice la madre al doctor. La niña había perdido la expresión en la cara, que estaba encendida por la fiebre, y “respiraba agitadamente.” Llevaba tres días así, según el padre.

Cuando el doctor va a reconocer la garganta de la niña, esta se niega a abrir la boca. El doctor insiste pacientemente, hablándole a la niña con cariño, y es entonces cuando la madre le dice a la niña algo que, según Carlos Willians, podría haberse evitado, pues lo peor en estos casos es decir “que el doctor no te va a hacer daño”. Aquí el relato adquiere su punto álgido, pues, los padres, ante el rubor que les provoca la actitud de su hija, la fuerzan con violencia para que abra la boca. Pero ni con esas.

Tras unas cuantas peripecias más en las que la niña se defiende con fiereza, pataleando y arrancándole las gafas al doctor, este consigue alcanzar la cavidad de la boca con la espátula de madera. Pero la niña la aprieta entre los molares, “reduciéndola a astillas” antes de que el doctor pudiera sacarla.

Al final, con mucho esfuerzo, y con ayuda de una cuchara, el doctor alcanzó la garganta de la niña hasta que esta tuvo arcadas. Fue cuando el doctor pudo ver el mal: “Las dos amígdalas cubiertas de membranas”. Según Carlos Williams, la niña había luchado para impedirle conocer su secreto, escondiendo su enfermedad por miedo a que su enfermedad fuese descubierta.

Un caso clínico que va más allá de fobia al médico. Podríamos decir que Carlos Williams nos ilustra con un ejemplo de codicia ante la enfermedad, pues la niña sabe que su mal se localiza en la garganta, y que si abre la boca, se desvelará su secreto. Por estas cosas es tan necesaria la psiquiatría en los tiempos actuales, tiempos en los que la gente consulta Google como quien consulta un oráculo buscando la suerte.

Nota: Por si alguien desea acercarse a los cuentos de William Carlos Williams, hay que apuntar que Alianza editorial los publicó en su día con traducción de Mariano Antolín Rato, y que hace poco la editorial Fulgencio Pimentel sacó un volumen traducido por Eduardo Halfon y con el título Los relatos de médicos.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento

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Sobre la firma

Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.

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