Medina Azahara no fue destruida por los bereberes, sino por una cadena de terremotos
El Instituto Geológico y Minero y cuatro universidades sostienen que continuados movimientos sísmicos entre los siglos X y XI debilitaron primero y derrumbaron después los palacios y edificaciones de la ciudad califal
La suntuosa ciudad palaciega de Medina Azahara, erigida entre los años 936 y 941 por el primer califa omeya de Al-Ándalus, Abderramán III, fue asaltada por tropas bereberes en 1010 durante la fitna, guerras civiles que se alargaron 21 años, según las tradicionales fuentes árabes. Por eso, la historiografía considera que esta fue la causa de la desaparición completa de este impresionante complejo de 115 hectáreas situado a seis kilómetros de Córdoba. Sin embargo, el estudio Evidencias arqueosismológicas de daños sísmicos en Medina Azahara a inicios del siglo XI lo pone en duda. Y apunta directamente a una serie de dañinos terremotos acaecidos antes y después de su desaparición. Lo demuestra, además de las 160 evidencias arqueosísmicas analizadas, el hecho de que durante el último siglo de excavaciones se hayan encontrado valiosas piezas de arte bajo sus escombros. Los derrumbes las dejaron escondidas. En caso contrario, no habría quedado rastro alguno de estos objetos de inmenso valor tras los saqueos e incendios.
El equipo arqueosimológico ―formado por investigadores del Instituto Geológico y Minero de España (IGME-CSIC), Escuela Politécnica Superior de Ávila (Universidad de Salamanca), Junta de Andalucía, Universidad Autónoma de Madrid y Universidad de Alcalá― ha estudiado en 11 puntos los efectos de los movimientos sísmicos (EAE, su acrónimo en inglés de Earthquake Archaeological Effects) que sacudieron la ciudad, tales como piedras clave de los arcos derrumbados, paredes inclinadas, fracturas en muros de ladrillo, pliegues en pavimentos y esquinas fracturadas. “Daños que pueden relacionarse con los fuertes terremotos acaecidos entre los años 1024 y 1025 y entre 1169 y 1170, si bien no deben excluirse otras causas para explicar la destrucción y ruina total de la ciudad califal”, indica el estudio, del cual se publicó el jueves un avance en la revista Applied Sciences.
Medina Azahara fue la corte palaciega de Abderramán III y de su sucesor, al-Hakan II. Pero la llegada al poder del caudillo militar Almanzor, que actuó como regente, provocó un tumultuoso periodo de convulsiones y luchas entre los años 1009 y 1031, que terminaron provocando el colapso del califato omeya. Es decir, el lujoso complejo palaciego no superó los 40 años de vida. “Su abandono es un gran tema de debate científico, porque, curiosamente, ninguna crónica antigua describe la destrucción de la ciudad o su posterior saqueo”, recuerda el estudio.
Lo que sí está documentado son los fuertes movimientos sísmicos ocurridos en la segunda mitad del siglo X en la provincia de Córdoba, “ya que existen numerosas crónicas contemporáneas, que dan fechas precisas del año, mes, día e incluso la hora”. Este periodo se extendió entre los años 944 y 974, en pleno esplendor de la ciudad, pero también los hubo entre 986 y 987, 1024 y 1025, y 1169 y 1070. “En consecuencia, no se pueden descartar estos terremotos como un factor importante, entre otros, del rápido abandono, destrucción y ruina de la ciudad califal”.
Medina Azahara fue levantada en el límite de los relieves paleozoicos de Sierra Morena y de la cuenca sedimentaria del Guadalquivir, lo que se conoce como la Gran Falla Bética o Zona de Falla del Guadalquivir. En el estudio ―firmado por los expertos Miguel Ángel Rodríguez-Pascua, María Ángeles Perucha, Pablo G. Silva, Alberto Javier Montejo Córdoba, Jorge Luis Giner-Robles, Javier Élez, Teresa Bardají, Elvira Roquero, Yolanda Sánchez-Sánchez― se detalla que en las “casas adosadas a la mezquita hay niveles de colapso de paredes y techos caídos directamente sobre el antiguo pavimento, con pilas de tejas orientadas en dirección noroeste-sureste; es decir, a contra pendiente, lo que no demuestra la naturaleza sísmica de estos hechos, pero refuerza la hipótesis sobre su origen sísmico”.
Los expertos recuerdan que los terremotos de los años 971 y 974 fueron “moderados” (intensidad VII de los XII grados en que se divide la escala macrosísmica MSK, Medvédev-Sponheuer-Kárník), y que no fueron la causa de su total destrucción, pero sí suficientes para dañarla y acelerar el traslado de esta corte en el año 981 a Medina al-Zahira (cercana ciudad palaciega que levantó Almanzor emulando a la de Abderramán III).
No fue hasta los años 1024 y 1025 cuando se produjo el llamado Gran Terremoto de Al-Ándalus, catalogado con una intensidad X (”devastador”). “Este terremoto está documentado en fuentes árabes y su descripción incluye el derrumbe de montañas, violentos movimientos de tierra y destrucción de edificios y fortalezas. El hecho de que este evento ocurriese bajo la fitna puede ser la razón por la cual haya sido pasado por alto por los historiadores locales [medievales] de Córdoba y que esté mal documentado”, sostiene este artículo de investigación (denominado oficialmente PID2021-123510OB-I00), que ha sido financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.
Para rematar lo que quedaba de Medina Azahara, entre los años 1169 y 1170 se produjo, con epicentro en Andújar, otro movimiento sísmico de intensidad X que provocó numerosas muertes y destrucción de edificios en Córdoba. “Así, la probable destrucción sísmica de los ricos edificios de Medina pudo haber preservado bajo los escombros muchos de sus lujosos elementos arquitectónicos decorativos (cobre, mármoles,...), salvándolos de robos tempranos y siglos de saqueo. De lo contrario, estos valiosos elementos habrían sido sustraídos, malvendidos y reutilizados en Córdoba, en cualquier parte de Al-Ándalus o en el Magreb. Las excavaciones del siglo XX han permitido recuperarlos”. Y eso que, de sus 115 hectáreas de extensión, hasta el momento solo se ha excavado el 10%.
Tras acabar los 21 años de violentas guerras, la derruida Medina Azahara fue asaltada por almorávides y almohades y la mayor parte de los ricos materiales de construcción fueron sustraídos: sillares, capiteles, tambores, mármoles y metales, así como el cobre de las puertas, que fueron reutilizados para la construcción de nuevos palacios árabes y mezquitas en Sevilla, Granada, Tarragona e, incluso, Marruecos. Por ejemplo, en el Alcázar y la Giralda de Sevilla hay decenas de capiteles con fechas y alabanzas referentes a los derrotados omeyas cordobeses. Después, los reinos cristianos recuperaron la ciudad de Córdoba en el año 1236, pero Medina ya estaba arruinada y enterrada por taludes de tierra. “No obstante, seguían quedando piedras suficientes que sirvieron de cantera para iglesias y monasterios cordobeses”, afirma el estudio.
La historia de Medina Azahara ―conocida también como Córdoba la Vieja― se mantuvo en la memoria colectiva durante siglos, aunque no fue hasta el reinado de Alfonso XIII cuando comenzaron las excavaciones oficiales. Un siglo de investigaciones y recreaciones de una pequeña parte de sus impresionantes edificios, que la convirtieron en 2018 en Patrimonio Mundial de la Unesco.
Babelia
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