Alfonso de Otazu Llana, un intelectual comprometido con la democracia y la cultura
El modo de actuar del historiador estuvo presidido siempre por una ética laica, basada en la libertad, la igualdad, la justicia y la tolerancia
Nos ha dejado Alfonso de Otazu Llana (San Sebastián, 26 de diciembre de 1949 - Vitoria-Gasteiz, 28 de diciembre de 2022). Mantuvo una fuerte presencia en la escena social y cultural entre la Transición y el inicio del nuevo milenio. Participó en los procesos de creación de los museos Thyssen-Bornemisza en Madrid, Guggenheim de Bilbao y Pablo Picasso de Málaga.
Tuve la fortuna de aprender de él, pero también fuimos amigos. Una amistad tardía, trabada a partir de encuentros en su casa de Zurbano, de lecturas compartidas, de conversaciones sobre Historia, sobre la lacra del terrorismo que asesinó a su íntimo amigo Ernest Lluch y a su admirado Fernando Buesa, sobre política y, también, sobre la vida. Era un excelente anfitrión y un gran conversador. Tenía además una prodigiosa memoria. A partir de su historia familiar, de los “cuentos”, como a él le gustaba llamarlos, que había escuchado a su abuelo y su padre, de sus conversaciones con otros familiares y amigos, de las lecturas en las que se había sumergido desde niño y, más tarde, de su investigación, había alcanzado un conocimiento extraordinario sobre las principales familias del País Vasco.
Disfrutó de la amistad y el magisterio de Julio Caro Baroja y otros grandes historiadores como Luis García de Valdeavellano o Ramón Carande, con quienes mantenía un trato familiar. Su pasión por la Historia fraguó en su juventud. Con veintiún años publicó Hacendistas navarros en Indias (1970) y tres años más tarde El igualitarismo vasco: mito y realidad (1973), dos libros que agitaron las aguas de la historiografía vasca. Durante los años siguientes, continuó su investigación sobre un amplio abanico de temas: La burguesía revolucionaria vasca a fines del siglo XVIII (1982), Los Rothschild y sus socios españoles (1820-1850) o El banco Herrero. 75 años de Historia (1912-1987), ambos publicados en 1987.
Hasta los últimos meses de 1983, cuando fue nombrado asesor del Ministerio de Cultura por Javier Solana, Alfonso de Otazu había trabajado en el área cultural del Banco Urquijo. En el Madrid de los 70, comprometido en la lucha por la democracia, estaba bien conectado entre los intelectuales y la oposición al franquismo. En el ministerio conoció a Carmen Giménez, más tarde directora del museo Reina Sofía y conservadora del Guggenheim de Nueva York. Cultos, políglotas, atentos observadores de la escena cultural internacional, su amistad y relación profesional determinaron la actividad de Otazu durante las dos décadas siguientes.
Cuando abandonó el ministerio, dirigió la Fundación Río Tinto, fue secretario general de la Fundación Duques de Soria y ejerció como asesor cultural en el Banco Bilbao. Con todo, lo más relevante de su actividad profesional en aquellos años fue su participación en la creación de tres grandes centros museísticos que colaboraron a la modernización del país: los museos Thyssen-Bornemisza, Guggenheim y Pablo Picasso. Lo relató en Testigo de descargo (2021).
Nunca abandonó sus proyectos sobre la historia vasca. Entre tanto, había ideado El espíritu emprendedor de los vascos (2008), en el que colaboramos para construir una historia del País Vasco que confronta una sociedad empujada a emigrar con el integrismo que se introduce en el siglo XVIII, “el gran drama de Euskadi”, como lo definió en una entrevista a este periódico en 2009. Era un trabajador incansable. Limitado físicamente, encontró refugio y serenidad en la investigación y la escritura. Sus dos últimos libros son la mejor expresión de su conocimiento, de su modo de trabajar, de narrar y de entender la Historia. El primero lo escribió por encargo de José Ampuero, su gran amigo, su “hermano”: Los Ampuero: Historia de una familia vizcaína (siglos XV-XXI) (Bilbao, 2020). Dedicó el último año de su vida a la historia de su familia: Los Otazu de Zurbano. Los siglos XIX y XX.
Apenas hace un mes anunció a los más próximos que viajaba el fin de año a Lugano. Con este último cuento se despidió e intentó atenuar el dolor de la pérdida que sus amigos hemos sentido con su muerte. Su modo de actuar estuvo presidido siempre por una ética laica, basada en la libertad, la igualdad, la justicia y la tolerancia. La valentía, el coraje y la coherencia de una persona serena han estado presentes también en su adiós. Hasta siempre, Alfonso. Te echaremos de menos.
Babelia
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