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Los árboles y el bosque
Columna
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Lecciones de Curzio Malaparte: si todo es un golpe, nada es un golpe

Un pronunciamiento requiere el uso de la violencia. Pero el deterioro del Estado y de sus instituciones no augura nada bueno

Tecnicas de golpe de Estado
Tropas italianas tomándose un descanso en Croacia en 1942. La imagen es de Curzio Malaparte.Mondadori Portfolio (Mondadori via Getty Images)
Guillermo Altares

Con Técnicas de golpe de Estado (Ariel), Curzio Malaparte (1898-1957) escribió el gran clásico sobre las asonadas militares. Y Malaparte sabía de lo que hablaba: participó en la Marcha sobre Roma en 1922, aunque acabaría rompiendo con Benito Mussolini. Vivió una época de revoluciones, golpes y guerras, de extraordinaria violencia, que contó también en Kaputt, su gran obra sobre la Segunda Guerra Mundial. Este libro dejó para la posteridad una de las imágenes más salvajes del conflicto, cuando descubre que Ante Pavelić tiene a su lado un cubo lleno de algo viscoso que parecen ostras. El dictador croata le aclara rápidamente que se trata de ojos humanos que le han regalado sus “fieles ustachas”.

Aunque está muy pegado al periodo que describe, se trata de un libro que contiene unas cuantas lecciones universales. Ante los que define como los catilinarios —en referencia a la conspiración de Catilina que intentó destruir la República romana—, llama a defender el Estado conociendo y utilizando todos sus mecanismos. “El problema de la conquista y de la defensa del Estado moderno no es un problema político, sino técnico”, escribe en la frase más famosa del libro. También es muy interesante lo que sostiene poco después: “La revolución es tan posible en un país civilizado, fuertemente organizado y policé como Inglaterra, como en un país presa de la anarquía”.

Malaparte era consciente de que en los años treinta ningún Estado estaba a salvo de una toma violenta del poder; pero también de que para hablar de golpe la violencia era necesaria. Aquel lúcido testigo del siglo XX analizaba, por ejemplo, la organización de combate nacionalsocialista como un elemento esencial para la llegada de Hitler al poder absoluto. Ganó unas elecciones en las urnas, pero destruyó el Estado con las armas. “Cuando se apean del caballo para aventurarse a pie en el terreno político, siempre se olvidan de quitarse las espuelas”, escribe para ilustrar que aquellos que llegan al poder con la violencia no dejan de ejercerla.

Curzio Malaparte en una imagen de 1955 captada en Italia.
Curzio Malaparte en una imagen de 1955 captada en Italia. Carlo Bavagnoli (Mondadori via Getty Images)

En España hay mucha literatura sobre golpes, aparte de una de las grandes novelas del siglo XXI —Anatomía de un instante, de Javier Cercas—. Por motivos obvios, después del 23-F, la asonada militar que estuvo a punto de convertir a este país en el Chile de 1973, se publicaron bastantes libros sobre el asunto, muchos de ellos desgraciadamente descatalogados. Eran especialmente interesantes El estado del golpe (Argos Vergara), del gran reportero Manu Leguineche, y Pronunciamientos y golpes de Estado en España (Planeta), de Julio Busquets, un comandante que perteneció a la UMD, los militares que desde el Ejército se opusieron al franquismo.

“Las dictaduras no caen del cielo”, escribe Leguineche dejando claro que el fracaso del Estado puede destruir la libertad si sus enemigos están bien organizados (y armados). Busquets, por su parte, describe así su versión de la llegada de la democracia a España: “El consensus del 78 frente al trágala tradicional: este fue el gran acierto de la clase política de la Transición. Una clase política quizá sin genialidades, pero que hizo gala de una prudencia política como jamás había tenido en toda la historia de España”.

Volver ahora a estos libros es una experiencia inquietante. Aquellos que conocieron de verdad la llegada de los militares al poder sabían que si cualquier cosa es un golpe, nada es un golpe. Y que un pronunciamiento requiere el uso de la violencia. Pero también tenían claro que el deterioro del Estado y de sus instituciones no augura nada bueno. Entre los intentos de golpe que incluye Leguineche, se encuentran Francia en los años cincuenta e Italia en los setenta. ¿Hubiese incluido a la Alemania del siglo XXI y su príncipe golpista Heinrich XIII? ¿Y el asalto al Capitolio por las turbas azuzadas por Donald Trump?

Al describir el caos en Grecia antes de la llegada de los coroneles, el maestro de reporteros recuerda una frase de Antonio Maura: “Es la hora de que gobiernen los que no dejan gobernar”. Interesante. No hace falta que haya habido un golpe para quedarse profundamente preocupado cuando un Estado marcha hacia el caos institucional, una parte de la clase política se cree por encima de la ley y considera que el Gobierno surgido de las urnas no es legítimo…

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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