Rolling Blackouts Coastal Fever, la banda de rock más chisporroteante y luminosa de Australia
El grupo aplica un sonido soleado y apabullante a sus historias de concienciación social y ecológica
La banda probablemente más chisporroteante, luminosa y pletórica que ha dado Australia en los últimos años es también, contraviniendo los estereotipos, una formación que abraza el compromiso político (a la izquierda) y abandera la lucha contra el cambio climático. Y no se priva en decirlo, pero tampoco de cantarlo. A muchos, en el fragor guitarrero que alienta de principio a fin su último álbum, Endless Rooms, pueden pasarles inadvertidos los mensajes que desliza esta banda de sonido crepitante. La concienciación con la causa de la ecología impulsa canciones tan vigorosas como Tidal River o Saw You At The Eastern Beach, pero la denuncia de la cruda realidad es todavía más explícita en The Way It Shatters, donde el guitarrista y cantante Joe White, de 36 años, se despacha a gusto contra el anterior ejecutivo australiano conservador (el de Scott Morrison) por el trato indigno que ha venido infligiendo a los refugiados que llegaban a sus costas. “Llevaban 15 años hacinándolos en campos de concentración sin el menor sentido de la compasión o la humanidad”, protesta el más rubio de los tres guitarristas y colíderes del grupo en una entrevista que se desarrolla en Madrid. “Tuvimos un primer ministro [Scott Morrison] que decía moverse por los ideales cristianos, pero que solo generó políticas de mierda. Y lo terrible es que le sirvió para ganar elecciones…”.
Los australianos —que a menudo abrevian su denominación a Rolling Blackouts CF para hacerla un poco menos kilométrica— se confiesan “admiradores” de ese espíritu europeo teóricamente “más afable”, pero no paran de interesarse por el auge de la extrema derecha en el viejo continente. Encarnan un raro paradigma, el de los rockeros vivarachos y divertidos que encierran personalidades de honda vocación social. “El rock es un buen azúcar para recubrir las píldoras de la militancia política”, tercia Fran Keaney, de 35 años. “Hacemos canciones pegadizas, lo sabemos y lo procuramos, pero… no nos limitamos solo a esa parte”. Y su primo Joe resume este espíritu con una reflexión lapidaria: “Las miradas estrechas proporcionan confianza a quienes las practican. Ser egoísta es más cómodo que ser generoso”.
La militancia política ha terminado sirviendo para salpimentar el bullicio musical de los Blackouts, que consolidan con su tercer álbum (aunque en su discografía también constan un par de importantes EP previos) un estatus de banda musculosa, adictiva, megacalórica. “Puede que aún no juguemos en la misma liga que Midnight Oil, pero nos halagan las comparaciones”, admiten sobre los parecidos sonoros e ideológicos con sus paisanos más internacionales durante la década de los ochenta. También son frecuentes los paralelismos con The Go-Betweens y, en general, el “sonido australiano”, si es que alguien puede precisar qué demonios significa exactamente eso. “Nosotros somos los primeros que no sabríamos establecer una definición”, se sonríe Keaney. “Supongo que la clave está en la convivencia entre una guitarra acústica y dos eléctricas, pero también en las voces muy melódicas. Ah, y en esas baterías que suenan siempre rotundas, impactantes”.
Los mensajes de calado social no impiden que en buena parte de la producción de RBCF haya hueco para una “complicidad con el paisaje y la naturaleza”, aprovechando el abrumador encanto visual de una isla que duplica con creces en extensión a todo el continente europeo. El propio Endless Rooms, de hecho, se compuso, ensayó y registró en una inmensa casa de la familia Russo a orillas de un lago paradisíaco, un factor lo bastante relevante como para que una imagen de la vivienda haya servido como portada del álbum. “Sí, sabíamos que no éramos demasiado originales en ese sentido”, se apresuran a admitir con una sonrisa exculpatoria, habituados a escuchar comparaciones con Music From The Big Pink, de The Band, o los más recientes Barn (Neil Young & The Crazy Horse) o Crawler, de Idles. “Pero no podíamos dejar de reconocer la importancia que ha tenido ese espacio en nuestras vidas. Pasamos lo peor de la pandemia y el confinamiento en un lugar amplio, acogedor y confortable, felices y con buena salud. Disponíamos de un salón enorme para tocar juntos, con los amplificadores en el piso superior y la mesa de grabación en el garaje. Y esa holgura se ha traducido a buen seguro en un disco más expansivo, más grande”.
Ha sido su manera de sacarse la espina tras el mal sabor de boca de Sideways to New Italy (2020), el disco anterior, que les costó terminar lo indecible (”el mito sobre lo difícil que es el segundo disco es rigurosamente cierto”, anotan Fran y Joe casi al unísono) y que luego no pudieron ni siquiera presentar sobre las tablas, porque vio la luz justo cuando sobrevino la tragedia coronavírica. “Tenemos tres compositores y cantantes principales en la banda, podemos elegir las mejores canciones y mejorarlas entre todos. No nos hace falta ningún líder carismático”, se sonríen, “así que son todo ventajas. Y no siempre nuestras decisiones son unánimes, con cinco votos a favor, pero… casi. Estamos aprendiendo a dejar los egos fuera del repertorio”.
Están contentos porque el líder laborista, Anthony Albanese, se impuso en las elecciones en Australia en mayo pasado a la coalición de Morrison. Los adalides del rock australiano izquierdista empuñarán las guitarras aún con más brío desde ahora. Volverán por tierras españolas bien pronto: Paddy Russo, hermano pequeño de Tom y Joe (y batería ocasional del quinteto cuando Marcel Tussie no está disponible), se enamoró en el Erasmus de una chavala española, Virginia, y la boda se celebrará “en una ciudad un poco más al sur de Madrid”. ¿Toledo? ¿Ciudad Real? “Nos suenan esos nombres, pero no sabríamos decir. Prometemos aprender más geografía española estos últimos meses”, se despiden los eufóricos rockeros de esa nueva Australia solidaria.
Babelia
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