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El personaje de novela más antipático, colaboracionista y antisemita viene de Francia

Romain Slocombe publica en España el primer volumen de las aventuras del comisario Léon Sadorski, un policía corrupto en los tiempos del París ocupado

Comisario Léon Sadorski, de Romain Scolombe
Miembros de las SS se fotografían en París, con la Torre Eiffel detrás, en julio de 1940.GETTY IMAGES
Antonio Jiménez Barca

Nos encontramos en París, en la primavera de 1942. La ciudad está ocupada y gobernada desde hace dos años por los nazis, dueños y señores de casi toda Europa. La resistencia al fascismo es débil y minoritaria. Cunde la resignación: el futuro solo se concibe como una sucesión de días iguales, porque la población piensa que los alemanes han venido a quedarse. Faltan pocos meses para que se produzca la redada del Velódromo de Invierno, la mayor detención en masa de judíos en Francia, llevada a cabo por la propia policía gala. En los barrios pobres, los parisienses tratan de sobrevivir, sin dinero, comida o combustible. En los barrios ricos, los oficiales alemanes y los franceses pegados a ellos gastan en restaurantes carísimos y llevan una vida sin guerra ni miseria. Entre las dos zonas trabaja Léon Sadorski, un policía francés colaboracionista, antisemita, de extrema derecha, inteligente, tenaz y pervertido.

Sadorski es el personaje central de una serie de novelas policiacas de gran éxito en Francia (más de 100.000 ejemplares vendidos) y cuyo primer volumen, El caso de Léon Sadorski (Malpaso), se acaba de publicar en español. Su autor, Romain Slocombe, que pronto publicará en Francia el sexto ―y último― volumen de la serie, además de novelista es o ha sido fotógrafo, ilustrador, dibujante, cineasta y muralista, entre otras cosas, con especial interés en sus primeras obras por la estética japonesa y el bondage femenino.

La época de la ocupación nazi le ha interesado mucho a Slocombe desde que de niño oía a su familia hablar de esos años. “Mis padres se casaron durante la guerra. Mi madre, para ver a mi padre, tuvo que atravesar la línea de demarcación [término que se emplea para la frontera entre la Francia ocupada y el régimen de Vichy]. Luego huyeron juntos a Nueva York en un barco. Después mi padre participó como soldado en la liberación de Checoslovaquia. En mi familia no hubo muertes, así que esa época quedó como una extraordinaria aventura. Cuando me hice mayor descubrí que una abuela mía era judía, que tuvo que esconderse, que otra rama familiar era antisemita. Y todo eso, claro, aumentó mi interés”.

El relato heroico

No sólo existió un interés personal y familiar a la hora de acercarse a los años cuarenta. Slocombe también cree que la época aún encierra un interés colectivo y social. El escritor considera que a pesar de que han pasado más de ochenta años de todo aquello, todavía hay cosas que contar y que deben ser contadas. “La invasión nazi y la liberación son nuestro wéstern nacional. El gaullismo y el Partido Comunista Francés se aliaron para elaborar un relato heroico que contribuía a la reconciliación nacional: la mayoría de los franceses resistió a los nazis. No fue tan simple. Para empezar, el mariscal Pétain, héroe de la Gran Guerra, fue al principio de este tiempo muy popular. La mayor parte de la población se sintió aliviada al ver que la guerra se paraba y decidió vivir a pesar de todo. Acomodarse. Muy pocos pensaban que De Gaulle pudiera dar la vuelta a la situación”.

El escritor francés Romain Slocombe, en una imagen de 2011.
El escritor francés Romain Slocombe, en una imagen de 2011. Patrick Box (Getty Images)

Sin embargo, la pregunta del millón es por qué elegir un personaje tan antipático y despreciable como Sadorski para relatar todo eso a lo largo de seis largas novelas. Alguna vez se ha dicho, refiriéndose a la cordura del Quijote, que nadie, ningún narrador, podría aguantar tantas páginas acompañando a un simple loco. “Elegí Sadorski porque, para contar esa época, me venía bien un policía, que se relacionara con todo tipo de gente. Pero no quise elegir un policía íntegro, miembro de la Resistencia, porque eso habría sido faltar a la verdad: la inmensa mayoría de los policías franceses colaboraron con los alemanes, los que se opusieron fueron muy pocos y además los arrestaron muy rápidamente”.

Por eso Sadorski es funcionarial, a veces sumiso y siempre egoísta. Pero también ―y eso le convierte en un personaje y le aleja de la caricatura― es valiente, listo, con destellos de coraje y reacio a los alemanes. A ellos les obedece, pero les odia, casi tanto como a los judíos o a los comunistas. El comisario Sadorski es complejo y, por lo tanto, contradictorio: a pesar de su desprecio a los judíos, llega a proteger a una joven judía en su casa de la que medio se enamora. También sabe cambiar de bando a última hora, cuando los aliados y De Gaulle están ya a las puertas de París. “Es antisemita porque buena parte de la población francesa lo era en aquella época. Hablaban de los judíos como ahora de los refugiados sirios o de los árabes: sucios, peligrosos, nos van a quitar el trabajo... Después eso fue cambiando. Yo quería hacer un personaje despreciable a quien, de pronto, le cae un enorme poder sobre la vida y la muerte de los demás. También es un hombre con una vida sexual complicada, con una mujer amable y guapa que le ama, pero con aventuras aquí y allá”.

Recreación llena de detalles

La recreación del París ocupado es minuciosa. Slocombe se ha documentado en periódicos de la época, en diarios personales, en películas de aquellos años y en archivos policiales, entre otras fuentes. “Este es un aspecto muy importante. Yo pretendo que el lector haga un verdadero viaje en el tiempo. Mi concepción de la novela es muy visual, lo que trato es de que el lector vea en su mente lo que yo imagino en la mía. Para eso es vital que todo sea exacto. Por eso, cuando Léon y su mujer van al cine, por ejemplo, van a un cine que existió, a una sesión que se celebró y ven una película que se proyectó verdaderamente ese día”.

Gracias a esa labor de zapa histórica y esa búsqueda de los detalles, el lector descubre que en esa ciudad gobernada por los nazis, más allá de la resistencia y la guerra, fluía la vida a pesar de todo. Slocombe ha tratado de reflejarlo: “Una vez se hizo una exposición de fotografía del París ocupado basada en una filmación en color alemana. Y hubo protestas, casi un escándalo, porque mostraba una ciudad casi alegre. Nos habíamos acostumbrado a verlo todo en blanco y negro. Pero, obviamente, no era así. Todo eso es chocante, claro. Pero lo cierto es que había cines, cafés, espectáculos, cabarets, la gente necesitaba divertirse y que buscaba el placer donde pudiera encontrarlo. Hitler preservó París para que se convirtiera en una suerte de destino de vacaciones para los soldados de permiso. Y es verdad que había atentados, pero no todos los días. Eran un poco como ahora. La población, al principio, creía que la ocupación era una cosa que iba a durar para siempre, y decidieron acostumbrarse. La moda, por ejemplo, era muy atrevida y extravagante. En una palabra: yo he querido mostrar la ciudad tal y como era”.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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