La verdad sobre el caso Roussel
Quiero creer que tal vez quede aun alguien en el mundo que pueda desmentir aquel suicidio
En Palermo, un 14 de julio de 1933, en el año XI de la era fascista, Raymond Roussel, legendario autor de Impresiones de África, fue hallado muerto —suicidado, según la policía— en la habitación 224 del Grand Hotel et des Palmes. El informe judicial decía que se había encontrado su cadáver en decúbito supino, echado sobre un colchón colocado en el suelo. De no ser porque era la Sicilia de 1933, pensaríamos que, de un momento al otro, podría entrar en escena Montalbano.
Treinta y ocho años después, quien sí investigó el posible crimen fue Leonardo Sciascia abordando lo que pudo suceder “verdaderamente” aquel 14 de julio. Su investigación se materializó en Actas relativas a la muerte de Raymond Roussel, publicado por Sellerio en 1971, versión española de 2010 en Gallo Nero. Y, estos días, una reedición del libro en Francia (Allia) ha originado un agudo artículo de prensa de Tiphaine Samoyault, donde se pregunta si, a lo largo del siglo XXI, se seguirá leyendo con el mismo fervor a Raymond Roussel.
Oportuna pregunta que, de paso, nos recuerda que, en el siglo pasado, sucesivas generaciones de escritores franceses creyeron ver en la obra de Roussel un espejo de sus obsesiones. Los surrealistas, con Dalí al frente, le admiraron por sus resurrecciones artificiales en Locus Solus y sus extraordinarias alianzas entre ciencia y locura. Y los del Nouveau Roman adoraban su metódica pulverización del lenguaje.
Tras la pregunta de Samoyault creo ver una inquietud por la actual tendencia a considerar literatura cualquier cosa que se publique; tendencia que está perjudicando la creación literaria del futuro. De hecho, es muy posible que en cualquier momento de este siglo y con un panorama literario ya claramente perjudicado, la valiosa obra del gran Roussel importe un pimiento.
Tal vez, pienso queriendo ser optimista, no interese un día este autor, pero sí, al menos, las circunstancias de su muerte, tan meticulosamente investigada por Sciascia en su búsqueda de la verdad, búsqueda difícil porque “los hechos de la vida siempre se vuelven más complejos y oscuros, más ambiguos y equívocos, o sea, tal y como verdaderamente son, cuando uno los escribe”.
Tal vez en un día del futuro, me digo, aún le pueda interesar a alguien que, en el Palermo de 1933, tras una indagación sin autopsia y de celeridad asombrosa, la policía fascista, a causa de determinadas circunstancias políticas, decretó que Roussel se había suicidado con barbitúricos. Y quiero creer que ese día tal vez quede aun alguien en el mundo que pueda desmentir aquel suicidio y, basándose en Sciascia, recuerde que, sobre su colchón, monsieur Roussel parecía navegar en busca de auxilio en el cuarto contiguo.
¿Hacia dónde derivará la creación literaria del futuro? No sabemos. Nadie sabe. Quién sabe si no será solo el fantasma de Roussel, desprovisto de obra, el único que andará todavía por ahí. El fantasma y sus circunstancias. Mísera herencia para las generaciones por venir.
Babelia
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