Socorro, mi novio es neonazi en internet
La ficción y el ensayo ahondan en las consecuencias de enamorarse o fantasear sexualmente con radicales de derecha y conspiranoicos de nuevo cuño
Cuando Sylvia Plath escribió en 1962 “toda mujer adora a un fascista / la bota negra en la cara / el bruto corazón bruto de un bruto como tú” cuatro meses antes de suicidarse, probablemente no anticipó que aquel poema, Papi, se convertiría en uno de los ejemplos literarios más analizados y controvertidos sobre la sexualización del fascismo en el imaginario femenino. De Papi se han hecho prácticamente todas las lecturas y apropiaciones posibles: se ha interpretado como una carta confesional de ruptura amorosa con tintes freudianos, como una fantasía sado o como una alegoría para liberarse del masoquismo y la misoginia interiorizada en las mujeres. Pero lo cierto es que cuando su autora leyó ese “toda mujer adora a un fascista” en la BBC, aseguró en antena que al escribirlo imaginó a una joven con síndrome de Electra, atrapada y “paralizada” frente a la violencia que representaba ser la hija de un nazi y una mujer judía. El fruto de una relación prohibida marcada por la subyugación femenina.
Sesenta años después de Papi, los artefactos culturales ya no están tan interesados en fantasear con los traumas heredados de las hijas del Holocausto. En un siglo en el que hemos asistido al advenimiento de los nipsters —o nazis hipsters, un término que se popularizó y agotó a principios de la década pasada para describir a jóvenes neonazis que se redefinieron a sí mismos adoptando elementos de la moda y la cultura del momento—; ahora que somos rehenes de la cultura de la conspiración, de los obsesos del Gran Reemplazo y del terrorismo incel, desde la ficción y el ensayo se analiza qué pasa cuando una joven se enamora de un nazi de nuevo cuño. En una Europa en la que los estudios desprenden que el perfil de la nueva extrema derecha es el de un “joven varón blanco y europeo” —en España, de los detenidos o investigados por delitos de odio, la mayoría eran varones (81,5%), entre los 26 a 40 años (30,68%) y de nacionalidad española (77,4%).—, ¿qué lleva a una mujer a adorar a un fascista del siglo XXI?
Parece un buen tío, pero es un nazi viral
“¿Te has fijado en lo decadente que es el mundo? Puede que no lo parezca, pero la decadencia es enorme. Occidente es víctima de su propio éxito. Vivimos en Kali Yuga, una era que conlleva polarización, hipocresía, miseria y enfermedad”, cuenta Jacob (Jakob Fort) a su novia Sara (Mina Dale) en una escena de la reciente serie Todo lo que amas (disponible en Filmin). Frente al “¿eres hinduista?” que ella replica haciendo como que no se entera de lo que le habla, él le contestará: “Qué ingenua eres”. No lo será tanto. En cuanto Jacob se quede dormido, Sara cogerá su móvil y descubrirá a qué venía esa retahíla de banderas rojas soltadas un rato antes.
Su recién estrenado novio —el chico pulido, atento y formal con el que se reencontró en el metro pocas semanas atrás; el chaval del que se colgó en un campamento infantil de verano, al que llevaba años sin ver y del que se ha quedado pillada tras varias citas idílicas y un fin de semana bucólico en el campo noruego— es un neonazi en internet. Es encontrarse con todo un arsenal de esvásticas y de memes en los que Jacob se ríe de los judíos o escribe parrafadas intensas sobre cómo preservar la pureza de la cultura noruega y Sara, del asco que siente, se pasa la noche en vela y vomitando en el baño. Descubrir su personalidad virtual, lo que esconde la cabeza de su novio al fin y al cabo, le llevará directamente a apartarse de él. Dejarlo.
Escrita por Marie Hafting y dirigida por Stian Kristiansen, Todo lo que amas fue premiada en el festival de Cannes Series y, según explicaron sus creadores en su nota de presentación a la prensa, se llevó al hilo de los ataques terroristas en Noruega de la extrema derecha y de la radicalización de los jóvenes blancos, esos que hablan de “guerra racial” con el fin de que la “supremacía blanca” permanezca. Para retratarlo, el equipo contactó con policías, exradicalizados y exnovias de neonazis y rastrearon los foros extremistas online en los que participan. Chavales como Jonas, chicos que abogan por mantener a las razas separadas porque en su cerebro tiene “pura lógica”.
Otra que no vio venir lo del novio antisemita y conspiranoico es la protagonista sin nombre de Fake Accounts (Harper Collins, 2021), una novela sobre el artificio y las ansias de autenticidad de nuestra era con la que debutó hace unos meses la crítica cultural Lauren Oyler, conocida por sus reseñas despiadadas en el London Review of Books. En Fake Accounts, un texto que transcurre durante la investidura de Donald Trump en 2017, una periodista de una web feminista algo cínica y ensimismada que se cree más lista que el resto, roba el móvil de su novio mientras duerme para averiguar si, como imagina desde hace semanas, la está engañando con otra.
Allí, como Sara, descubrirá que su chico, Felix, no está tan alarmado por el advenimiento de Trump como tímidamente demuestra en público. En realidad, Felix, el hombre que presumía de pasar de las redes, es una estrella nicho de Instagram, donde acumula varias decenas de miles de seguidores. “En su perfil los temas iban desde política a economía a seguridad nacional. Todas las imágenes eran ilustraciones amateurs con mensajes alarmantes y tipografías sin gracia. Colgaba montajes manipulados en los que se veía a Barack Obama junto a George W. Bush, Bill Clinton y Jacob Roshschild haciendo que sus brazos apuntasen a la cámara. [...] Allí el gobierno era culpable de alguna forma y los judíos lo eran de otra. Todo eran hechos increíbles”. Lejos de vomitar como Sara, la protagonista de Fake Accounts devuelve el móvil a su sitio y cuando comprende que su novio es un teórico de la conspiración, hasta piensa en reírse en voz alta. Durante la semana siguiente empezará a confabular sobre cómo dejarlo.
Desear al enemigo
Aunque a la ficción de Oyler le interesa más explorar la viscosa frontera de nuestra personalidad virtual y física que las vicisitudes de enamorarse de un extremista, quien sí ofrece pistas y pruebas sobre qué pasa realmente por la cabeza de una mujer rendida a un neonazi ha sido la investigadora Julia Ebner. En su ensayo La vida secreta de los extremistas (Temas de hoy, 2020) dedica un capítulo a su etapa infiltrada en las comunidades de las mujeres esencialistas y antifeministas que crean vínculos en la Red y suspiran por los hombres de la extrema derecha. Jóvenes obsesionadas con su aspecto para ser deseables y que devoran libros como La esposa rendida, de Laura Doyle, o Cómo cuidar y tener contento al esposo, de Laura C. Schlessinger. Solteras avergonzadas por serlo que abrazan la idea de privarse de sus propios deseos por retener a un hombre ―Ebner explica que siguen el método “calla la puta boca” (STFU, por sus siglas en inglés) porque los hombres “prefieren a mujeres que no hablen demasiado”― y que se identifican como tradwives (o esposas tradicionales). Mujeres sometidas a una durísima disciplina doméstica y que se mueven bajo el objetivo de “mostrarse siempre guapa, tener una familia, cocinar de maravilla y mostrar sumisión y respeto”. Reaccionarias de manual frente a los vacíos que perciben frente a la idea de progreso.
¿Y qué hay del deseo y la fantasía? En su ensayo Impulsos sexuales: fantasías del fascismo en la literatura moderna (Cornell University Press, 2002), la crítica cultural y profesora en Stanford Laura Frost investiga los claroscuros de esa pulsión partiendo del poema Papi de Sylvia Plath, de los episodios que Marguerite Duras relató en El dolor cuando se sintió sexualmente atraída por un miliciano capturado por la Resistencia francesa o cuando Susan Sontag, en Fascinante Fascismo, escribió aquello de que “por supuesto que a una persona le ponga un uniforme de las SS no tiene por qué aprobar lo que los nazis hicieron”.
Frost dice que desde que superamos el nazismo, el feminismo ha hecho pedagogía para convertirlo en la moraleja que jamás debe repetirse para las mujeres en las sociedades democráticas. Un fenómeno que se dio especialmente entre esa generación y la que le siguió: lo advirtió Simone de Beauvouir en El segundo sexo, Betty Friedan en La mística de la feminidad y Kate Millett en Política sexual, cuando describió a la ideología fascista como “el intento más deliberado jamás creado para revivir y solidificar las condiciones patriarcales extremas”. Adrianne Rich no se quedaría atrás y en Nacemos de mujer escribió en 1976 que pese a la cantidad ingente de escritura erótica que se había publicado entre hombres nazis y mujeres, “una feminista no puede compartir la fascinación por el fascismo”.
Medio siglo después, e inmersas en una nueva ola que defiende que el patriarcado también se sostiene en los estados plenamente democráticos, todavía sigue siendo complicado interpretar ese verso que vuelve a fascinar y permear sobre las más jóvenes en algunos rincones de internet y que afirma, inmutable, que “toda mujer adora a un fascista”.
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