1982: el año de la revolución en el cine de ciencia ficción
Cuatro décadas después, la industria y el público aún consumen películas que beben de los estrenos de aquella temporada: ‘E. T., el extraterrestre’, ‘Blade Runner’, ‘La cosa’, ‘Conan, el bárbaro’, ‘Poltergeist’, ‘Creepshow’ o ‘TRON’
Aquel 1982 las estrellas se alinearon en el mundo del cine de ciencia ficción. Los espectadores sufrieron un terremoto emocional: por la avalancha de estrenos y por lo que significaron como cambio de paradigma, en la manera de contar historias y por lo contado. Como apunta Elisa McCausland, crítica e investigadora cinematográfica, “1982 simboliza un final de ciclo, el fracaso del Nuevo Hollywood y de los sueños contraculturales de los setenta, así como una nueva dimensión hipermusculada de la imagen y valores más escapistas de la ficción, lo que no quiere decir más conservadores”. Pero hay algo más: junto al éxito comercial, esos estrenos trajeron una nueva mirada y nuevas temáticas. Y todo en los 12 meses en que se lanzaron E. T., el extraterrestre; Blade Runner; La cosa; Conan, el bárbaro; Poltergeist; Star Trek II: la ira de Khan (considerada la mejor de la saga); TRON; Cristal oscuro; Creepshow, El beso de la pantera o Mad Max 2, el guerrero de la carretera. El cine no volvió a ser el mismo. Ni su consumo: algunos de estos títulos, como La cosa, fueron bien en taquilla, pero sobre todo arrasaron en el mercado del VHS y en el reino de los videoclubs, convirtiéndose en filmes de culto.
Los espectadores se sentían distintos ante lo que veían, también porque eran distintos, porque llegó a las salas una generación joven de público. “A menudo se tacha estas películas de conservadoras, de optar por la evasión pero, tras la crisis de muchos valores de los setenta, apuntan en realidad a una superación del paradigma de lo humano (y lo humanista) tal y como se entendía hasta entonces. No parece casual que en muchos de estos títulos el verdadero protagonista, el verdadero personaje, no sea el ser humano”, cuenta McCausland. Jordi Sánchez-Navarro, profesor e investigador en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y programador del festival de Sitges, explica: “Los proyectos cinematográficos requieren años; a 1982 se llega con dinámicas en marcha a finales de los setenta. Al cierre de aquella década ya se había asentado el nuevo modelo de blockbuster, el surgido de Tiburón y La guerra de las galaxias, creado por una oleada de directores que yo llamaría Nuevo Nuevo Hollywood, porque, saliendo del grupo de los setenta, como Lucas y Spielberg, lo devoran, y en 1982 esos artistas alcanzan la plenitud de sus facultades. Es el año cero de ese género; hay estudiosos que le consideran el año más geek del cine”.
También se sumaron otros aspectos más terrenales: hubo una revolución técnica, cierto, aunque acompañada de “una nueva forma de promocionar las películas más agresiva y efectiva, además de la cultura del multicine y el videoclub que surgirá a lo largo de la década de los ochenta”, subraya McCausland. El creador del taquillazo en 1982 es muy distinto al de temporadas anteriores, incide Sánchez-Navarro: “El cine orientado a la aventura y a la ciencia ficción puede tener otros toques más adultos y de autor, como demuestra la diferencia entre Star Wars y Blade Runner”. Y una retroalimentación con otros productos culturales, como el cómic francés que alcanza terrenos lejanos a través de la revista Métal hurlant. “Caló muy profundo en Ridley Scott, Steven Lisberger [director de TRON, película a la que este año Sitges dedicará un homenaje], Carpenter... Esas influencias externas, procedentes de otros medios y otros países, corren por sus venas, cimentando una nueva narrativa visual”. Triunfa la cultura pop.
En el cine ha habido otras oleadas impactantes, años míticos como 1939 —el favorito del maestro de guionistas William Goldman— cuando se estrenaron Gunga Din, Intermezzo, El mago de Oz, Ninotchka, La diligencia, Cumbres borrascosas, Caballero sin espada o Lo que el viento se llevó. En 1969 el Nuevo Hollywood entró a airear los viejos estudios, a insuflar vida a un cine que olía a naftalina, y así llegaron Cowboy de medianoche; Danzad, danzad, malditos; Easy Rider, Dos hombres y un destino o Grupo salvaje. Incluso, hay otra temporada más cercana y ruidosa, la de 1999, con estrenos como Matrix, La milla verde, Las normas de la casa de la sidra, Un domingo cualquiera, Magnolia, Eyes Wide Shut, Boys Don’t Cry, American Beauty, El talento de Mr. Ripley, El sexto sentido, Vírgenes suicidas, eXistenZ, Una historia verdadera, Cómo ser John Malkovich, Ghost Dog, El club de la lucha, Notting Hill, American Pie, Crueles intenciones, El proyecto de la bruja de Blair, El gigante de hierro o Toy Story 2. Y solo eligiendo entre lo mejor de lo mejor de ese 1999.
La industria sintió por supuesto el terremoto. “Aunque ahora parezcan jerifaltes del Hollywood clásico, Steven Spielberg y George Lucas constituyen en ese momento fuerzas renovadoras y antisistema”, recuerda McCausland. “A su impacto hay que sumar la reestructuración de muchos grandes estudios, la participación en ellos de grandes corporaciones tecnológicas e industriales, la entrada en escena de salvajes como Don Simpson y Jerry Bruckheimer, la sustitución del guion como columna vertebral del cine por el concepto y el desbordamiento visual” y la consolidación de un negocio que diversifica sus maneras de consumo, con los multicines y los videoclubs, y su apertura a otros mercados: comida en cine, chucherías y el merchandising. “Eso es lo llamativo de 1982, que revoluciona de igual manera la creación y su consumo”.
Aun hoy, el cine se alimenta de la huella que dejaron las imágenes de TRON (que apuntó hacia donde iría un mundo hipertecnificado), el binomio imbricado de cine de autor-ciencia ficción de Blade Runner, la cariñosa mirada infantil hacia los extraterrestres de E. T., la resurrección del género de aventuras de Conan, el bárbaro, y de la apertura a un terror distinto que presentan El beso de la pantera (la vuelta de tuerca de Paul Schrader al clásico de Tourneur), La cosa, Poltergeist o Creepshow. Siguen vigentes como marcas fácilmente vendibles y como cimientos de nuevas versiones y revisiones. “La cultura popular actual, su merchandising asociado y muchos proyectos de plataformas online viven de manera más o menos explícita de ello”, cuenta McCausland. “De Stranger Things a Blade Runner 2049 pasando por TRON: Legacy, la serie sobre Cristal oscuro...”. O la omnipresencia de Stephen King, germinador de Creepshow y tótem sagrado del terror actual. En algunas de aquellas obras referenciales, los efectos digitales sonrojan, “pero en la mayoría persiste un aura que resulta difícil de invocar y, a nivel argumental, resultan mucho más convincentes que las ficciones actuales”.
¿Qué se atisba en el camino recorrido en estos 40 años? Algo terrible. “Es evidente que cuarenta años después montamos aún en esa ola”, advierte Sánchez-Navarro. “Entre 1942, año de producción de Casablanca, y 1982, año de producción de Blade Runner, transcurren cuatro décadas. Las semejanzas y diferencias estéticas entre una película y otra son fundamentales para entender muchos cambios no solo cinematográficos. Entre Blade Runner y Blade Runner 2049 (2017) también hay casi cuarenta años de diferencia… Cada cual puede sacar sus propias conclusiones acerca de la evolución (¿involución?) del cine popular desde los ochenta hasta aquí”, reflexiona McCausland. Es Blade Runner justo el título que tanto McCausland como Sánchez-Navarro seleccionan de aquella hornada. Para la crítica, “se trata de una reinvención de imaginarios pasados, pero que siguen pareciendo nuevos incluso hoy. Es fácil rastrear los claroscuros de Casablanca o Ciudadano Kane en las imágenes de Blade Runner, una estilización extrema audiovisual de géneros como el melodrama y la fábula, y, sin embargo, se produce al mismo tiempo la magia de que todo parezca nuevo, nunca visto, la magia de la cultura popular”. Para el profesor universitario, “desde su estreno, ha sido la película de ciencia ficción más influyente para las siguientes generaciones, que perciben, por ejemplo, el cóctel de humanismo y nihilismo. Un cine conflictivo y adulto para una joven generación”.
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