Dávila Miura, torero guadiana, apoderado, ‘coach’ empresarial y cofrade macareno, cuelga, por fin, el traje de luces
La dramática voltereta que sufrió el pasado 27 de julio en Santander ha puesto punto y final a la honesta carrera del diestro sevillano
“Puedo afirmar con rotundidad que la tarde de Santander ha sido la última vestido de luces. Independientemente de la voltereta, tenía claro que debía ser así. Incluso se me pasó por la cabeza cortarme la coleta, pero deseché la idea porque me pareció un exceso de protagonismo”.
Eduardo Dávila Miura (Sevilla, 1974) nació en el seno de una familia de raigambre taurina, estudió peritaje agrícola y un día disgustó a los suyos con el anuncio de que quería ser torero, y lo consiguió. Tomó la alternativa en Sevilla en abril de 1997, y durante una década forjó una carrera de torero valiente y honesto, que dio la cara en las principales ferias, y si bien no alcanzó la vitola de figura, se ganó el respeto y el cariño de los aficionados. Y el 12 de octubre de 2006 dijo adiós a la profesión en el mismo ruedo donde se hizo matador de toros.
Colgado el vestido de torear, diversificó su actividad profesional (coach empresarial, apoderado, comentarista taurino en radio y televisión, y uno de los impulsores del Club de Aficionados Prácticos), y acentuó su protagonismo como sevillano (Rey Mago en la cabalgata de 2013, presidente de la fundación solidaria Costaleros de un Cristo Vivo, teniente de hermano mayor de la Hermandad de la Macarena, y hermano de las hermandades del Amor y San Bernardo).
Pero cuando parecía que su vocación torera estaba amortizada, sorprendió a todos en 2015 -nueve años después de su retirada- con la noticia de una fugaz reaparición en el cartel de Miura de la Feria de Abril para celebrar el 75 aniversario de la presencia continuada del legendario hierro ganadero en Sevilla. “Se le notó la inactividad, como era lógico”, dijeron las crónicas, “pero fue encomiable su disposición para no desmerecer en una ocasión trascendental para su propio prestigio”.
Satisfecho con la experiencia, decidió volver a vestirse de luces en la feria de San Fermín de 2016 para celebrar el 50 aniversario de Miura en Pamplona. Y en la temporada siguiente hizo el paseíllo en la última corrida de San Isidro con motivo de los 175 años de existencia del hierro de su familia.
No acabó ahí su trayectoria como torero guadiana. También en este 2022, Dávila Miura se ha enfrentado a dos toros para conmemorar públicamente sus 25 años como matador de alternativa. José María Garzón, empresario de Santander, con quien mantiene una sólida amistad, le permitió ser anunciado en esta feria del norte; pero la celebración, rodeado de la familia y amigos, ya no fue tan dichosa. Un ejemplar de Puerto de San Lorenzo lo zancadilleó cuando Dávila Miura lo toreaba con la mano izquierda, el torero quedó de rodillas, circunstancia que aprovechó el animal para propinarle una dramática voltereta de la que salió felizmente indemne, pero maltrecho y desmadejado.
“Y esa ha sido la última corrida”, recalca el torero, que se presenta a la cita, en una calurosa mañana sevillana, con las secuelas de la paliza en los labios y con la mandíbula dolorida y pendiente de un estudio médico.
“Cuando estaba debajo del toro”, continúa, “el primer pensamiento que se me vino a la cabeza fue de apuro y vergüenza; con la gente que ha venido a verme, pensé, y ahora va este y me hace pasar un mal rato”.
El traje verde y oro que vestía quedó hecho trizas. Se lo había prestado su hermandad de La Macarena, en cuyo museo se exhibe por deseo del torero, y allí volverá, limpio de sangre y arena, pero roto, como recuerdo de la última experiencia de su antiguo dueño.
Pregunta. Reconozca que sus reapariciones puntuales le han servido para estar en el candelero…
Respuesta. Sí. Aunque procuro ser una persona lo más normal posible, tengo mi ego como torero: volver a ser protagonista, que la gente estuviera pendiente de mí, que hablaran los medios de comunicación… Aunque la base era un homenaje a mi familia, reconozco que han sido situaciones muy halagadoras.
P. También es cierto que las tres primeras apuestas fueron muy fuertes.
R. Sin duda; las tres reapariciones con toros de Miura en Sevilla, Pamplona y Madrid han sido las tardes más importantes, no las mejores, de mi carrera. Y no oculto que, además, era un reto muy bonito: después de nueve años sin torear en público, asumía un desafío que no había hecho nadie.
Eduardo Dávila Miura encaja en el prototipo de sevillano tradicional: de ‘buena familia’, amante de las tradiciones locales, taurino, capillita (implicado y comprometido con el mundo cofrade), solidario y seguidor de uno de los equipos de fútbol de la ciudad (el Sevilla F.C.). Es hombre de verbo fácil y trato familiar, pero también sincero y humilde.
“Me retiré en 2006 porque perdí la ilusión”, confiesa, “noté que había disminuido mi capacidad de riesgo, me había estancado como torero, y me preocupaba que mis compañeros se desenvolvían en la cara del toro con una facilidad de la que yo era incapaz”.
“Como coach empresarial, transmito el mensaje de que el principal escollo que nos encontramos es el miedo a nosotros mismos”
“No alcancé mi sueño de ser figura”, prosigue. “y lo asumo con total naturalidad. Conseguir ese objetivo es lo más grande y difícil que hay, pero yo rebobino la película de mi vida y firmo orgulloso lo que he conseguido. Ser figura del toreo es algo grandioso que no está al alcance de todos”.
Retirado de los ruedos, Dávila Miura ha aprovechado sus dotes como orador y sus experiencias profesionales para trasladar sus vivencias al mundo empresarial. Reconvertido en coach, imparte conferencias a directivos y técnicos que pretenden mejorar su capacidad de gestión. “Creo que he dado un paso importante en la normalización del mundo del toro al introducirlo en diversos sectores productivos”, señala.
Y añade, ufano, que lo llaman “muchísimas empresas” a las que les plantea un mensaje muy claro: “Consigo que cualquier profesional se sienta cercano a un torero, y parto de la base de que el miedo más grande del que se viste de luces es al fracaso, y no a la cornada, como pudiera parecer. Todos buscamos el éxito, y el principal escollo que nos encontramos es el miedo a nosotros mismos; por eso, yo hablo mucho de pasión, vocación, compromiso, trabajo en equipo… Con esos instrumentos el torero no solo es capaz de matar una corrida, sino de triunfar con ella”.
Dávila habla y no para. Cuenta que varios miles de aficionados han pasado por las clases teóricas y prácticas que se imparten en el Club de Aficionados Prácticos; y se le ve feliz con la Fundación Costaleros de un Cristo Vivo, creada en memoria del sacerdote Leonardo Castillo, y en la que los voluntarios se comprometen con personas desfavorecidas o enfermos y con los internos de la cárcel de Sevilla.
P. Por cierto, ¿ha visitado ya la basílica de la Macarena a su vuelta de Santander?
R. Por supuesto; lo primero que hice nada más llegar a Sevilla fue ver a la Virgen.
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