La justa recompensa a un Miura
Dávila Miura reapareció en Sevilla con dos toros de su familia después de nueve años durmiendo como un señor
El Miura recompensado justamente se llama Eduardo, es torero, y reapareció después de nueve años durmiendo como un señor. Le concedieron una oreja y estaba el hombre que irradiaba felicidad; tanto es así que más que una vuelta al ruedo salió a ver a los amigos, y tardó un mundo en recorrer el anillo porque se paró con unos y otros, los llamó por su nombre y compartió con todos su inmensa alegría. No era para menos. La verdad es que lo suyo tiene mérito; reaparecer en Sevilla con dos toros de su familia para celebrar el 75 aniversario de la presencia continuada de este hierro en la Maestranza es una machada. Se le notó la inactividad, como era lógico, pero fue encomiable su disposición para no desmerecer en una ocasión trascendental para su propio prestigio. Se las vio, primero, con un toro muy complicado, impropio para el toreo moderno, y se justificó sobradamente, aunque su pelea no fue la de un aspirante hambriento. Se confió más con el noblón cuarto y porfió muy decidido. La faena no era de premio, pero cobró una estocada de efecto fulminante y se le recompensó justamente el gesto valiente de celebrar de tal manera el aniversario, en lugar de haber organizado una fiesta familiar, que es lo propio en estos casos.
MIURA / DÁVILA, ESCRIBANO, FANDIÑO
Toros de Miura, bien presentados; el segundo, bravo y encastado; mansurrones y sosos los demás; nobles cuarto y quinto; deslucidos, primero y tercero. El sexto, alegre en el caballo y bronco.
Dávila Miura: estocada que asoma, pinchazo y un descabello (ovación), estocada desprendida (oreja).
Manuel Escribano: pinchazo y estocada (ovación); estocada caída (oreja).
Iván Fandiño: estocada, dos descabellos —aviso— un descabello y el toro se echa (silencio); pinchazo y bajonazo (silencio).
Plaza de la Maestranza. 26 de abril. Decimotercera y última corrida de feria. Casi lleno.
Otra oreja paseó Escribano, pero este torero tiene más delito. Le tocó en suerte el único toro de verdad potable de la tarde, Trapero de nombre, que empujó en el caballo, galopó en banderillas y tenía quince muletazos largos en la muleta, y el torero no fue capaz de ligar una sola tanda, ni de ganarle la pelea a su oponente, ni de satisfacer al público, que se sintió con razón decepcionado. Mejoró ante el noble quinto, al que le hizo una labor destemplada, algo embarullada y con poco fondo, pero mató pronto, y ese público, que antes había parecido entendido, pidió las dos orejas y demostró que de esta historia de toros y toreros no tiene ni zorra idea.
El tercero en discordia fue Iván Fandiño, y anda el hombre cabizbajo, o, al menos, esa es la impresión que transmite. Su lote fue infumable, pero evidenció que no está en su mejor momento, que lo aparcó el Domingo de Ramos en Madrid cuando las cosas no le rodaron bien. Es humano y tiene derecho a sufrir baches en su profesión, pero este torero tiene capacidad para superar su tristeza actual, aunque los toros de Miura no le ofrecieran margen alguno para recuperar la confianza perdida.
Por la mañana, se celebró el tradicional festejo de rejoneo en el que, con algo menos de media entrada y tiempo desapacible, se lidiaron toros de Beñítez Cubero, para Fermín Bohórquez (oreja); Joao Moura (vuelta); Leonardo Hernández (ovación); Manuel Manzanares (ovación); Luis Valdenebro (vuelta), y Lea Vicens (vuelta).
A la chita callando, acabó la feria, desbordante de desesperanza y escasa en alegrías. Lo peor, quizá, el cambio que ha dado la plaza de la Maestranza. Desconocida es poco.
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