Guillermo Fesser: “España aún es un país, EE UU es un casino”
El periodista y cocreador de Gomaespuma, que lleva más de 20 años residiendo en Estados Unidos, presenta ‘Marcelo’, un retrato de la emigración hispana en el país a través del barman ecuatoriano del Oyster Bar de la estación Gran Central de Nueva York
Guillermo Fesser (Madrid, 62 años) llega a la redacción de EL PAÍS a la hora más candente de uno de los días más tórridos de la historia en Madrid. Casi se ven pájaros caer a plomo sobre el asfalto del calorazo. Periodista con años de oficio en radio y, ahora, corresponsal alternativo en Estados Unidos para programas como El intermedio, Fesser no escribió, o escribió poco, en periódicos: pasó directamente a la literatura. Como ya vino en mayo a presentar su libro Marcelo, no tenía intención de estar en España con esta calorina, pero el triste e inesperado viaje por la muerte hace días de su hermana Marta, de 60 años, y su deseo de acompañar a su anciana madre, de 99, en el trance, hizo posible esta charla. Empiezo dándole el pésame.
Hoy,mi dulce hermana Maite se ha marchado, según confesó sin darle demasiada importancia,“a pintar de colores la eternidad.” La recordaremos por el enorme cariño que nos regaló durante los 60 años que la disfrutamos y por su inmenso talento de artista traspasado a sus dos hijos. pic.twitter.com/kynn0Yx30B
— GUILLERMO FESSER (@guillermofesser) July 5, 2022
¿Cómo es enterrar a una hermana más joven que uno mismo?
Un agujero enorme, que no sé si se cerrará. Somos nueve hermanos, yo soy el mayor de los cuatro pequeños. Hemos crecido juntos. Era una de la banda. El cariño de la gente es el que hace que no te caigas por ese agujero hasta que eres capaz de salir del duelo y primar la alegría por haberla disfrutado sobre el dolor de perderla. En eso, los funerales americanos son únicos, porque celebran la vida del fallecido. Podría escribir un libro con las frases que he oído en todos los que he presenciado.
¿Tanto le gustan los bares que escribe un libro de un camarero?
Marcelo nos regañaría por llamarle camarero. Siéndolo, es más que eso: un barman. Ha visto a cuatro generaciones pasar por delante de su barra. Ejerce de psicólogo, diplomático, animador, es el alma del lugar. Cuando lo conocí me pareció que me llevaba esperando toda la vida. Te hace sentir importante, en casa. Me fascinó.
¿Cuál es su cóctel favorito?
Digamos que soy un Manhattan, porque refleja la mezcla que soy ahora. Tiene vermú, que me recuerda a Madrid y el aperitivo de los domingos. Y uno de los mejores inventos americanos, el bourbon, y naranja, que me fascina.
¿Es más de vermú o de bourbon?
Digamos que España son mis raíces y Estados Unidos, mis ramas. Llevo años intentando integrar el sueño americano y la siesta española. España es don Quijote, y Estados Unidos, Sancho. Nosotros tenemos la idea brillante, y Estados Unidos la lleva a la tierra. La mezcla, de darse, es explosiva.
Marcelo, su protagonista, emigró desde Ecuador a Nueva York hace décadas. ¿Le contó si se siente discriminado a estas alturas?
Marcelo tiene 78 años y es un caballero elegantísimo. Su sueño era ser barman en Nueva York y ahora es el rey del gremio. Está muy agradecido por haber vivido el sueño americano, pero también muy preocupado por sus hijos y nietos porque él también ha vivido el Make America Great Again y ha oído decirle por la calle “vete a tu mierda de país”. De eso no me he librado ni yo, que, a veces, oyéndome hablar en español, me han pedido que hablara inglés. Yo les respondo que digan en inglés “San Diego”. Se quedan parados.
¿Cómo nos ven de verdad los americanos a los españoles?
Les encantamos. En cuanto dices que eres español te abrazan. Allí todo el mundo quiere comprar España, aunque no lo sepan, pero, cuando se enteran, resulta que España no tiene taquilla, no tiene business plan. No sabemos vendernos en conjunto, solo por partes: no nos lo creemos, no tenemos confianza en nosotros mismos. Es como cuando hacía radio, y el locutor, en verano, ponía de sustituto al peor para que no le hiciera sombra. No hace falta. La Sagrada Familia no va a quitarle público a la Alhambra. Hay para todos, señores. Todos lo valemos.
Hasta Biden flipó con el Palacio Real. ¿Cómo ve al presidente un madrileño estadounidense?
Como un alivio. Es un señor mayor, como un Leopoldo Calvo-Sotelo americano: no ilusiona, pero no molesta. Defiende cosas que hasta ahora eran normales, como la democracia, los derechos reproductivos de las mujeres, el matrimonio igualitario, que ahora peligran. Comparado con Trump, Biden es el niño Jesús. Hace lo que puede, pero no le dejan. Estados Unidos necesita una regeneración, y llegará cuando voten los jóvenes que ahora no votan porque desconfían. Ahora, además, Putin les viene muy bien a los populistas, tienen excusa. Tienen los días contados, pero van a morir matando.
¿Hay más desigualdad en Times Square o en la Puerta del Sol?
Nada que ver. España aún es un país. Estados Unidos es un casino. Un país es la comunidad, no un club privado. Estados Unidos es la primera potencia, pero del tercer mundo. Tú vas a Penn Station, en Nueva York, y hay más homeless [sin techo] que viajeros. O a Seattle, donde están empresas tan potentes como Amazon, y Starbucks, y está lleno de tiendas de campaña con gente que trabaja y no tiene donde vivir. No hay ningún soporte social. En España, se tiene acceso a la educación, a la sanidad, a una comida decente, a un transporte público. Allí, lo contrario de la pobreza no es la riqueza sino, simplemente, la dignidad. Y no se les cae la cara de vergüenza.
¿Qué une a su madre, María, una señora de toda la vida, con Cándida, su célebre asistenta y musa?
Que han sido mujeres y madres en una época muy determinada de España, que han currado muchísimo para sacar a la familia adelante, pero siempre han estado en segundo plano, han sido un cero a la izquierda, máquinas de tener hijos. Las mujeres han sufrido mucho en este país, y entre mi madre y ella hay una complicidad preciosa, sin ningún interés de por medio, de mujer a mujer. Cándida, que tiene una vida dificilísima, me enseñó el valor de las emociones, por encima de todo. La felicidad no está en el dinero, ni en la ópera, ni en las redes. La felicidad es analógica y está en el abrazo de quienes quieres.
Juan Luis Cano es de Carabanchel. Usted, de Retiro. ¿Era usted el pijo de Gomaespuma?
Nunca me he considerado pijo. En los sesenta, el barrio de Salamanca era bastante clase media. Jugábamos al fútbol en la calle y solo había dos coches. Luego sí se fue haciendo más pijo, hay gente con dinero, pero también trabaja gente normal, y eso hace que haya bares normales, como en Carabanchel, y eso mola.
¿Cómo se llevan ahora?
Ahí hay una cosa preciosa, que es que Juan Luis y yo hablamos el mismo idioma, y no es el español. Llevamos sin vernos tres años, hablamos y clac, salta la chispa y nos seguimos el rollo como si estuviéramos en la radio hace 20 años.
Pues muchas gracias, Juan Luis, digo Guillermo. Perdone el lapsus.
Para nada, eso mola. Eso quiere decir que Gomaespuma sigue existiendo 20 años después. Gracias.
GUILLERMO Y 'MARCELO'
Un día, hace años, Guillermo Fesser se plantó en el Oyster Bar de la estación Gran Central Terminal de Nueva York y pidió su célebre sándwich de ostras fritas. Allí conoció a Marcelo, el barman, y se quedó fascinado. "Fue como llegar a casa". De ese encuentro, y los muchos posteriores, Fesser, periodista y cocreador de Gomaespuma, ha cosechado el libro Marcelo, en el que homenajea la aventura de los emigrantes hispanos en Estados Unidos. El escritor, que lleva 20 años residiendo en Estados Unidos con su esposa y sus hijos “guiris”, ejerce de corresponsal para algunos medios españoles, para los que interpreta la trastienda de la política y la sociedad estadounidense desde su doble prisma de español y, casi, nativo. A pesar de todo, sigue "flipando" con su país de acogida. "¿Bilingüe? Digamos que a los que hablan, les entiendo el 80% y el otro 20% me lo imagino", confiesa.
Babelia
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