Nadie quiere el cuadro de Goya
Ningún coleccionista quiso pujar en Madrid por la ‘Aparición de la Virgen del Pilar al apóstol y sus discípulos’, que salía con una puja de entrada de dos millones. Tampoco el Estado
La subasta comenzó algo descafeinada, con lotes que, en principio, no suscitaban mucho interés: vinagreras, garrafas de vidrio del siglo XVIII, platos de cerámica o cuberterías de plata de 6.000 euros... Tras dos horas de ver desfilar objetos variopintos por la pantalla, desde recogecortinas a sombrereras de piel, con algo de bazar o tienda de los chinos de lujo, el subastador, que agarraba el mazo de lado, impuso el silencio en la prestigiosa sala de Alcalá Subastas, en el corazón de Madrid. “Ahora se va a subastar este maravilloso cuadro de Francisco de Goya y Lucientes que tengo a la espalda”. Y añadió: “Hay que advertir antes de nada que la obra es inexportable y que ha sido declarada Bien de interés Cultural (BIC). Comienza la puja. El precio de salida son dos millones de euros”. Arrancó. Allá vamos. De pronto el silencio es aún más evidente. Nadie levanta la mano con la paleta de plástico en la sala. Nadie llama por teléfono para pujar. Nadie teclea desde cualquier parte del mundo en la web para ofrecerse. El subastador alza el mazo. “¿Nadie se anima?”, pregunta, algo forzado. Espera unos minutos. Pero nada. Nadie parece querer este goya, Aparición de la Virgen del Pilar al apóstol Santiago y sus discípulos.
Según los especialistas, data de 1775. En esa época, Goya, por entonces de 29 años, comenzaba ya a ser conocido en Madrid. Fue precisamente en ese año cuando Anton Rafael Mengs, primer pintor de cámara de Carlos III, le llama para que se incorpore a la Corte y le encarga los cartones para los tapices que iban a decorar un comedor real de El Escorial. La obra subastada representa la Virgen del Pilar ante un gran halo sobrenatural, rodeada del apóstol Santiago y sus discípulos. Probablemente, se trata de un encargo para un oratorio. Todas las figuras que contemplan a la Virgen, todos hombres, tienen barba y visten ropas supuestamente antiguas, con mantos y túnicas. Pero hay uno, en la esquina izquierda, visto de perfil, que va ataviado a la moda de 1700 y no tiene barba. Algunos expertos han querido ver en el guiño de la indumentaria un aviso, una forma de señalar: la figura de perfil pertenece al joven Goya, al que le gustó siempre autorretratarse en sus obras. Pero no es seguro.
Los minutos pasan. Nadie mueve un dedo. Los operarios que atienden el teléfono miran al subastador y niegan con la cabeza. Tampoco por internet aparece nadie al rescate. El subastador mira por última vez a la sala, llena, repite el precio de salida “dos millones, dos millones...”, como si así animara al público. Pero nada. No pasa nada. El subastador alza la mano por última vez y golpea con el mazo. Se acabó. Nadie ha pujado. Queda la última oportunidad para que el vendedor no se vaya de vacío: que el representante del Estado, en este caso una mujer que se ha sentado en la primera fila, ejerza su derecho de tanteo y reclame el cuadro por los dos millones.
A lo largo de la subasta, esta funcionaria del ministerio de Cultura experta en arte lo ha hecho dos veces. La primera fue para un abanico del siglo XVIII cuyo precio de salida era de 1.800 euros y que nadie quiso. La funcionaria levantó su paleta y el Estado lo adquirió. La segunda fue para una maravillosa colección de cuatro cuadros de los denominados trampantojos, del siglo XVIII, del artista Francisco Gallardo. Salieron por un precio de 90.000 euros. Un coleccionista los quiso adquirir por ese precio. Tras adjudicárselo, la funcionaria levantó la mano con la paleta ejerciendo el derecho de tanteo: el Estado, por ley, puede adquirir, por el precio final, cualquier objeto de la subasta.
Por eso, cuando nadie quiso el goya, todos los ojos se volvieron a la funcionaria. Pero tampoco ella levantó el brazo. Tampoco el Estado quiere esa Aparición de la Virgen del Pilar al apóstol Santiago y sus discípulos. ¿Por qué? “No es que no lo quiera. Es que ningún museo nos ha presentado la solicitud de que lo adquiramos. Eso depende de la oportunidad, del precio, de la representatividad de la obra, de si rellena un hueco en la colección de algún museo estatal en concreto, juegan muchos factores”, explicaba Pilar Corchado, la funcionaria del ministerio de Cultura que había acudido a la subasta. Ellos, los miembros del ministerio que acuden a estos actos, juegan un papel de meros intermediarios entre los distintos museos nacionales que notifican sus peticiones de lotes y los subastadores. Y ningún museo se había puesto en contacto con ellos para que adquirieran el goya.
La subasta, claro, perdió interés. Hubo quien abandonó la sala. La representante del Estado, entre otros. El cuadro, a la espalda del subastador, aún destilaba una luminosidad avasalladora, que se apreciaba mucho más si se mira a distancia, a unos diez metros. Pero, tras la puja, parecía un poquito menos luminoso o resplandeciente. Cuestión de ganar o perder.
No es la primera vez que la casa de subastas Alcalá Subastas ofrece un goya. En 2003, uno de los socios fundadores de la firma, experto en pintura antigua, en una tasación rutinaria en Madrid, se interesó por un cuadro que la dueña de la casa tenía colgado en el pasillo y al que no daba mucha importancia. “Al momento, mi socio supo que era un goya”, recuerda Rogelio Folguerias, presidente de Alcalá Subastas. La dueña de la casa no tenía ni idea del autor ni de la fecha porque la pintura carecía de firma, algo, por otra parte, muy habitual en Goya. El marco, eso sí, era del siglo XIX. Pero no sabía mucho más. Añadió. “Lo único, que en el dormitorio hay otro parecido”. El especialista corrió al dormitorio del piso con otra corazonada que resultó cierta: en efecto, el cuadro del dormitorio —lo supo también al instante, sin ningún tipo de duda— era otro goya. Meses después, se subastaban, convenientemente autentificados por especialistas del Museo del Prado, como dos goyas, titulados Sagrada familia y Tobías y el ángel. Esta vez sí que los compró el Estado por 1,7 millones de euros cada uno. Ahora mismo se encuentran colgados en el Museo del Prado. Esa oportunidad la ha perdido, por ahora, la Aparición de la Virgen del Pilar al apóstol Santiago y sus discípulos.
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