La arquitecta Margarita Jover: “Me resisto a que el capital decida la forma del mundo”
La autora del Parque del Agua de Zaragoza ha sido nombrada catedrática en Estados Unidos, un hito sin apenas precedentes para la arquitectura española
Con un pie en la arquitectura y otro en el paisaje, Margarita Jover (París, 53 años) acaba de ser nombrada catedrática (full professor) por la Universidad de Tulane en Nueva Orleans, un hito con contadísimos precedentes para una arquitecta española (solo Beatriz Colomina, que lo es en Princeton desde 2000). “El paso de profesor asociado a catedrático es un camino difícil, pero no imposible”, apunta Colomina. Lo decide un tribunal anónimo. Y Jover lo ha conseguido con su defensa del pensamiento sistémico que relaciona agua, paisaje y arquitectura. Con este cargo vitalicio le llega también reconocimiento como experta internacional y libertad de cátedra para enseñar.
Pregunta. Ha conseguido un reconocimiento y una libertad limitados a muy pocos.
Respuesta. Los números no importan. Me interesan las ideas, su novedad y la posibilidad de compartirlas educando. En la Universidad de Tulane me han encargado dirigir un nuevo programa que mezcla paisajismo e ingeniería que no existe en Estados Unidos.
P. Es una catedrática que no ha dejado de construir con su estudio Alday/Jover.
R. Para enseñar es importante saber cómo funcionan las cosas. Creemos que el diseño tiene que estar al servicio de ambiciones sociales, ecológicas y contemporáneas. Se trata de reaprender a habitar el planeta.
P. Su currículo remite a proyectos transformadores de las márgenes de los ríos.
R. Exacto. Fuimos finalistas en la Bienal de Paisaje de Barcelona con el Parque del Agua que construimos en Zaragoza. Dimos una conferencia. Elizabeth A. Meyer, catedrática de paisajismo en la Universidad de Virginia, la escuchó y nos invitó a presentar una candidatura para dirigir el departamento de Arquitectura. Decidimos que lo hiciera Iñaki [Alday, su socio y pareja] porque yo no sabía inglés.
P. ¿Ni palabra?
R. Hablaba francés, castellano y catalán. Mi padre fue un misionero católico de Barcelona. Tras estudiar teología en Burgos, en los años sesenta, se fue a Camerún. Ejerció como sacerdote ocho años. Luego conoció a mi madre, que tenía un hijo, pero cuando su marido decidió ser polígamo le dijo “ahí te quedas”.
P. Vaya parejaza.
R. Se casaron y se fueron a estudiar a París.
P. ¿Por qué?
R. Mi madre hablaba francés y en España mandaba Franco. Y eso que la familia de mi padre tenía una fábrica textil en Tarrasa. En París mi padre estudió economía, nos tuvieron a mis tres hermanos y a mí y luego nos fuimos a África.
P. ¡Qué educación!
R. Vivíamos como colonos siendo mulatos. Eso me ha marcado. En África era blanca y cuando vinimos (tras la muerte de Franco) era negra.
P. Aprendió que todo es relativo.
R. La identidad creo que la construí con los valores de mi padre, de intentar mejorar el mundo; y la fuerza, de mi madre, que era como un tractor. En Sarrià, cuando vinimos a Barcelona, éramos la única familia negra del barrio.
P. Llegó con nueve años y sin hablar castellano.
R. Enseguida aprendí. Y catalán también.
P. Se fue a Virginia con 40, sin hablar inglés.
R. Por las mañanas iba a clase de inglés con birmanos inmigrantes y por las tardes proyectaba el mayor parque de Barcelona porque habíamos ganado un concurso.
P. Es poco habitual que alguien con una carrera académica sobresaliente haya mantenido un estudio tan activo.
R. Trato de enseñar a diseñar. Para eso es fundamental aprender por prueba y error.
P. Su Parque del Agua en Zaragoza es inundable.
R. Hemos trabajado mucho la cohabitación con la inundación. Parques inundables en márgenes de ríos que funcionan como espacio público. Pero en el Ebro mejoramos la calidad del agua para que la gente pudiera bañarse.
P. ¿Cómo?
R. Un poco antes de llegar al parque, una cisterna capta agua y la oxigena librándola de sedimentos.
P. ¿Mecánicamente?
R. Sí, y por gravedad. Es un proceso natural que, atravesando el parque, limpia el agua. No se hace con una máquina, se hace con ese espacio público. Esa es nuestra aportación: que las infraestructuras que limpian formen parte del espacio público.
P. No que estén alejadas o maquilladas.
R. Eso es: que sea el propio parque el que limpia. Nuestra innovación es diseñar no una máquina para un uso y ocultarlo, sino un artefacto que sirva para muchas más cosas y forme parte del paisaje.
P. Su parque fue el primer concurso internacional de la Expo de Zaragoza.
R. Ganamos. Y gente como Enric Batlle, que había sido mi profesor, se había presentado al concurso del recinto. De él aprendí el pensamiento sistémico. De igual manera que en el cuerpo coexisten el sistema nervioso y la circulación de la sangre y están relacionados, en la arquitectura tienen relación la vegetación, los espacios y las instalaciones. Esa conexión de sistemas la enseñan más los paisajistas que los arquitectos.
P. En Zuera, junto al río Gállego, construyeron una plaza de toros inundable.
R. Sabíamos que el alcalde quería construir una junto al río y le dimos la chapa con que no podía levantarla en el único hueco entre la ciudad y el río. Le hicimos un anteproyecto de recuperación de riberas y diseñamos un anfiteatro abierto al paisaje que puede inundarse y desinundarse y ser a la vez para la gente y para el río. Las infraestructuras del siglo XXI deben tener varias funciones para no ser dañinas. No buscábamos amarrar un proyecto, buscábamos evitar un error. No siempre sabemos lo que hay que hacer, pero tenemos claro lo que no hay que hacer.
P. ¿Es lo que enseña a sus estudiantes?
R. Sí. Ese anfiteatro fue Premio Europeo de Espacio Público. Pero también les explico a los alumnos que cuando ganamos el Parque del Agua las grandes ingenierías nos hicieron una OPA hostil para quitarnos el liderazgo y cobrar un porcentaje más alto. Les forzamos a respetar el contrato y dijeron que no les interesaba. Nosotros queríamos dedicar el presupuesto a hacer el proyecto lo mejor posible, no a hacernos ricos. Fue una batalla. Defendíamos la permeabilidad del parque —para que estuviera preparado frente a las crecidas— y los ingenieros querían compactar e impermeabilizar. Tuvimos que demostrarles que la inundación que llega por debajo de las losas empuja el suelo y lo levanta.
P. ¿Los ingenieros no lo sabían y ustedes sí?
R. Lo intuíamos porque Iñaki se especializó en edificación y cálculo de estructuras. Pero lo vimos en obra.
P. Con todo lo que ha hecho, ¿por qué ha dedicado dos años a convertirse en catedrática?
R. Aunque suene grandilocuente, me interesa formar a ciudadanos del planeta. No basta con alejarse de la basura, hay que asumirla y no enviarla a otro continente. Nadie quiere una planta de tratamiento de aguas fecales cerca de su casa. En el siglo XX se llevaban fuera de la ciudad y se decoraban. En el XXI tenemos que hacer infraestructuras que no haya que tapar. Serán más eficientes, más pequeñas, más cercanas y más caras, pero responderán a más de un uso y no se esconderán. Se nos acaba el tiempo para hacer, por eso urge enseñar a gente para que haga. Me resisto a que el capital decida la forma del mundo. Como no haya gente en la universidad con pensamiento independiente nos quedamos sin mundo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.