La pintora Carmen Álvarez-Coto acaba con el misterio y vuelve después de tres décadas de retiro voluntario
La artista madrileña, que triunfó en los años ochenta con cuadros de gran formato y mucho color, convierte el monasterio del Paular en un gigantesco mural expresionista en el que repasa su obra
A finales de la década de los ochenta, Carmen Álvarez-Coto (Madrid, 64 años) era una pintora cotizada y aplaudida por los especialistas. El crítico Francisco Calvo Serraller exaltaba en un suplemento Artes de 1986 la atmósfera expresionista y la misteriosa belleza de su obra, así como la inusual calidad artística de su colorista forma de entender el expresionismo abstracto. Por entonces había expuesto en la Fundación Joan Miró (Barcelona) o en el Museo Español de Arte Contemporáneo (Madrid). Fuera, había participado en colectivas en Toulouse, Ámsterdam, Niza, Nápoles, Viena o París. Con sus galeristas, primero Fúcares y luego Gamarra y Garrigues, asistió a Arco y a otras ferias internacionales donde sus cuadros de grandes formatos y a todo color recibieron la atención de los coleccionistas.
Pero al igual que ha ocurrido con muchos otros artistas a lo largo de la historia, llegó un momento en el que Carmen Álvarez-Coto decidió parar en seco. Resolvió los compromisos profesionales que la vinculaban a su aún galerista, Gamarra y Garrigues, y se marchó a vivir a un pequeño pueblo de Almería. Nunca más se volvieron a tener noticias de la joven pintora y profesora que se había dado a conocer en Cuenca codeándose con Fernando Zóbel, Antonio Saura, Lucio Muñoz, Gerardo Rueda, José Guerrero o Gustavo Torner, entre otros. El misterio sobre la artista se ha roto ahora con la muestra que este viernes se abre al público en las salas de exposiciones temporales del monasterio de El Paular en Rascafría (Madrid). Han sido tres décadas de seguir trabajando, y mucho, y como resultado aquí se exhiben a lo largo de un año medio centenar de piezas de gran formato en las que los colores de la naturaleza ahondan en la abstracción más pura.
En las vísperas de la apertura al público de la exposición con la que retorna, Carmen Alvarez-Coto asegura sentirse contenta y reconciliada con el mundo del arte que abandonó. A ese relajo contribuye el hecho de que el espacio sea un tranquilo ámbito monacal situado a cien kilómetros del bullicio madrileño, en el bello y tranquilo monasterio habitado por solo siete monjes benedictinos.
La obra de Carmen Alvarez-Coto se extiende por dos grandes salas del monasterio. El comisario, Eduardo Barceló, ha agrupado las piezas en función del predominio de sus colores. Azules y verdes marinos, amarillos y rojos tierra se miran entre sí atravesados por armónicos brochazos en negro. Las obras juegan entre ellas, pero también con el verde de los jardines exteriores y las maderas de puertas y ventanas.
Ante esa exhibición de color, la artista explica que en este medio centenar de obras está resumida su trayectoria artística. Desde los minúsculos dibujos con los que empezó a experimentar al llegar a Cuenca como profesora de dibujo con veintipocos años, hasta la abstracción en la que se sumergió con los artistas que conoció por entonces y que, siendo mucho más joven, la trataron como a una más y, finalmente, lo que ella considera el producto de su crecimiento artístico creado en la costa de Almería en el refugio que compartió con sus dos hijos y su marido, el también artista Florencio Garrido.
Decepciones
Cuando se le pide que explique las causas por las que decidió abandonar un mundo del arte que, al menos en teoría, le era más que propicio, Carmen Alvarez-Coto alude a un combinado de causas. No hay una sola razón como en su momento ocurrió con la pintora sueca Hilma af Klint, quien pidió que su obra no se conociera hasta dos décadas después de su muerte porque estaba segura de que su visión de la abstracción sería incomprendida. “De repente me decepcioné con todo. Mis galeristas preparaban una exposición en la que yo no me reconocía y pedí que suspendieran el proyecto”.
No considera la artista que lo suyo fuera un caso de desbordamiento por la atención mediática, como ha ocurrido en ocasiones. “No creo que me afectara mucho aquello. O puede que sí. Yo vivía de manera sencilla, con mi sueldo como profesora de dibujo en el instituto en Cuenca y pedí la excedencia. Mi marido, también profesor, estuvo viajando mucho tiempo entre Cuenca y Almería, pero nos apañábamos bien”.
A lo largo de estas tres décadas de alejamiento, Alvarez-Coto no ha dejado de pintar ni un solo día, aunque confiesa que ha compatibilizado el arte con el buceo a pulmón, sin bombonas. “En esos fondos marinos del cabo de Gata encuentro los azules, verdes y violetas que son imposibles de descubrir en la superficie. Ahí también están los negros que podrían ser pulpos buscando escondrijo”.
Aquí, en las cinco grandes salas por las que se extiende la exposición, están los referentes creativos de la artista: sus compañeros de Cuenca y los maestros del Prado que desde muy pequeña pudo estudiar y admirar a fondo. Barceló, comisario de la muestra, señala que los colores de Velázquez y de Goya son plenamente reconocibles, “ves pintura española en cada uno de sus lienzos”.
¿Está preparada para el reencuentro con aquel mundo que abandonó hace tanto tiempo?: “Aquello ya no existe. Esta exposición está muy alejada del circuito. Me han animado a exponer mis amigos y familiares que de vez en cuando venían a visitarme para comprobar cómo crecía mi obra. Mi amigo Antonio López ha sido uno de los que más me ha animado y me alegro de haberle hecho caso. Pero en cuanto inaugure la exposición, me vuelvo al cabo de Gata, a seguir pintando”.
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