Las drogas, la creatividad, el calentamiento global o las tiranías también pueden ser narrados en cómic
Una oleada de ensayos gráficos reivindica el poderío de los tebeos para explicar los asuntos más complejos
Lunes por la mañana, otra vez. El hombre adormecido sabe lo que le espera: la semana debe empezar. Aun así, gana tiempo. Se restrega los ojos, se mantiene al calor del pijama y las pantuflas. Un académico podría aventurar que el tipo está frustrado, el enésimo esclavizado por el trabajo. Pero, en el tebeo La forma de las ideas (Garbuix Books), Grant Snider se ha ahorrado tanta explicación: simplemente, ha dibujado ante su personaje una colosal taza de café. El señor la escala con dificultad, y se lanza a bucear en ella. Sale, una viñeta después, en pose de Superman y trajeado. Aunque, a cada paso, la bebida va dejando atrás una impronta y perdiendo efecto. Cualquiera entiende el mensaje: lo vivimos todos los días.
Durante décadas, los ensayos han ayudado al ser humano a cuestionar y comprender su realidad. Resulta, sin embargo, que también se puede analizar la sociedad con menos palabras. O incluso ninguna, cuando una imagen habla por sí sola. Y de cualquier argumento. Porque una reciente oleada de cómics de no-ficción busca dibujar a fondo todas las siluetas de la vida: en Drogas (Flow Press), artistas independientes retratan las contradicciones del discurso oficial sobre estupefacientes; Extinciones (Garbuix Books, de Jean-Baptiste de Panafieu y Alexandre Franc) diseña la desaparición de especies antiguas para esbozar la amenaza del calentamiento global, un tema que también trata Cambio de clima, de Philippe Squarzoni (Errata Naturae); en Sobre la tiranía (Salamandra Graphic), Nora Krug ilustra el libro homónimo de Timothy Snyder, que alerta de otro peligro muy actual. Liv Strömquist repasa las consecuencias del capitalismo en el amor con No siento nada (Reservoir Books). Y Philippe Amador se propone un desafío extremo: explicar a través de las viñetas de Spinoza. En busca de la verdad y la felicidad (Alianza Editorial) el Tratado de la reforma del entendimiento por el que pasó a la historia el filósofo.
“Creo que los cómics pueden afrontar asuntos muy complicados de maneras que sean más fáciles de entender y, sobre todo, de recordar. Varios estudios han demostrado que se retiene mucho más la información comunicada a través de imágenes. Así que un texto escrito, en sí solo, es menos eficaz”, asegura Matt Madden. Él también es autor de un ensayo gráfico que, de alguna manera, los abarca todos: Ex Libris (Salamandra Graphic) ofrece una reflexión experimental sobre el propio formato del cómic y sus potencialidades. Acuarelas, amor, bocetos y metaficción. Todo a partir de un personaje atrapado en una habitación con una estantería repleta de tebeos, donde descubre un mundo infinito de relatos y estímulos.
“Hay un mercado creciente para la no ficción visual. Los cómics solían ser o altamente comerciales o muy alternativos, hablaban de héroes o antihéroes. Ahora cada vez más novelas gráficas reflexionan sobre la vida tal y como es”, agrega Nora Krug. “Se ha vuelto un sector lucrativo. Muchos dibujantes están viendo que pueden hacer una obra personal que llegará a pocos lectores o una de no ficción que puede ser publicada por un gran sello, recogida por la prensa, enseñada en las aulas e incluso quizás traducida a otras lenguas”, completa Madden. Quizás represente el cierre de un círculo: el tebeo que sirvió durante décadas para escapar de la realidad hoy se siente capaz de estudiarla. Desde luego, supone también una prueba de madurez de un arte que todavía lucha contra algún prejuicio. “El cómic es un medio, como el cine o la danza”, lo resume Grant Snider, que en La forma de las ideas explora con humor el proceso creativo.
“Creo que los tebeos son geniales para darle un sentido más ameno a un tema abstracto”, afirma el creador. En su libro, un chico levanta literalmente un muro de ladrillos ante la mesa donde dibuja: he aquí un autónomo que separa vida y trabajo. Donde el tratado original de Spinoza describe la “idea falsa de que los cuerpos producen la inteligencia por su sola composición”, el cómic de Amador acompaña la cita con una roca que piensa. Y para explicar el concepto de “señalarse” y hacer algo distinto ante las masas, Krug dibuja un rebaño y un hombre que se ha quitado el disfraz de oveja y observa desde el otro lado de la valla.
“El objetivo de un ilustrador no debe ser traducir un texto tal cual, sino crear una capa adicional que permita un acceso emocional distinto a lo que se cuenta. No creo que sea más simple, sino más profundo y complejo. A veces interrumpí los párrafos con imágenes para ralentizar la lectura, obligando a mirar dos veces, a un esfuerzo y compromiso mayor con el libro”, describe la autora de Sobre la tiranía. Curiosamente, Madden también habla de una “capa adicional”, una “alquimia” entre palabras y dibujos que lleva la narración a otro nivel. Y todos los entrevistados coinciden en que un ensayo gráfico puede llegar a un público más amplio del formato tradicional. Entre otras cosas, porque el asunto más sesudo, una vez dibujado, ya suele dar menos miedo.
De ahí que algunos autores se atrevieran a relatar en viñetas la no-ficción más íntima: la de sus familias. María y yo, de Miguel Gallardo, le enseñó al mundo con sonrisas y lágrimas qué significa el autismo, como señala Madden. Y Maus, de Art Spiegelman, o la reciente Chartwell Manor, de Glenn Head, han recordado horrores tan reales como el Holocausto o el abuso sexual a menores en los internados. Aunque, a la vez, Madden es consciente de que el propio cómic también infunde temores o escepticismo: “Hay mucha gente que no se interesa porque cree que son cultura pop superficial, no le gusta el estilo de dibujos o resulta que no sabe exactamente cómo leerlos”. Justo lo que le pasa a la protagonista de su libro. Hasta que empieza a abrirlos.
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