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Serrat arranca su adiós a los escenarios españoles con un emotivo concierto en Murcia

“He venido a despedirme de ustedes, uno a uno”, anunció el artista en el primero de los 40 recitales de su última gira por España

Joan Manuel Serrat, durante su concierto en Murcia este martes.
Joan Manuel Serrat, durante su concierto en Murcia este martes.Alfonso Durán

Juan Luis Alegría tiene 10 años, es murciano y conoce a Serrat gracias a su abuelo. “Él me regaló un disco suyo del que me sé todas las canciones; la que más me gusta es la de andar muchos caminos”, decía anoche señalando al abuelo, un hombre de barba blanca y camisa estampada que anda apoyado de pie una fila más adelante, mientras canturrea el estribillo machadiano de Cantares, una de las canciones que se escucharon en el concierto que el artista ofreció este martes en Murcia, junto a otras tantas que ya forman parte del acervo popular.

Juan Luis era, sin duda, una de las personas más jóvenes que había entre las seis mil que esperaban impacientes a que dieran las 10 de la noche para que arrancara que el que sería el penúltimo concierto de Serrat en Murcia —este miércoles hay una segunda fecha en la ciudad, mismo sitio, misma hora, dada la buena acogida que tuvo la primera oleada de entradas—. Bueno, sin contar a su hermana de siete años, que además era la verdadera responsable de que tres generaciones de la misma familia estuvieran ayer ahí. “Venir ha sido decisión de última hora; fue ella la que dijo: ‘Mamá, es ahora o nunca le veremos”, desvelaba Carmen Saura, 35 años, la madre en cuestión, que defiende que a los niños es mejor darles a escuchar música de adultos, “de la que de verdad importa”.

El arranque de la última gira de Serrat por España, la más importante desde aquella de 2005 llamada Serrat 100 × 100, cuando el de Barcelona regresaba tras superar un cáncer, supone el punto final a una trayectoria única por su importancia artística, como compositor y como cantor de poetas y poemas, y por el legado humano que supone una biografía llena de valentía y sentido común en un contexto muy particular de nuestra historia. En febrero pasado, minutos después de recibir de manos del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, el que fuera conocido como el Noi del Poble Sec decía: “Lo único que he hecho en mi vida es hacer lo que he querido, como lo he querido hacer y en la forma que debía hacerlo”. O, lo que es lo mismo, un yo he hecho siempre lo que me ha dado la gana, que le llevó a pasarse del catalán al castellano cuando se estaba convirtiendo en un icono de la Nova Cançó catalana. Y a negarse a participar en Eurovisión si no podía cantar en catalán, cabreando a los franquistas. O a abandonar los escenarios justo ahora, “porque antes de que me despida un virus, la salud o el público prefiero despedirme yo”, como ha declarado en varias ocasiones. Sin embargo, durante el concierto que inauguró anoche su gira por España —la troupe ya viene de triunfar al otro lado del charco— no hubo ninguna referencia a la pandemia o a dramas personales. Porque lo que hoy vamos a vivir, anunció al empezar, “es una fiesta”.

El público de Serrat en la plaza de toros de Murcia
El público de Serrat en la plaza de toros de Murciaalfonso durán

“He venido a Murcia a despedirme de ustedes, uno a uno. Espero que no sea el último concierto, pero si las buenas circunstancias nos son esquivas siempre podrán decir: ‘Qué acontecimiento. Yo estuve allí’. Así que guarden sus entradas, por lo que pueda pasar. Eso sí, no se les devolverá ni un duro. Ah, y se prohíbe toda nostalgia porque todo es futuro”, dice como palabras de bienvenida el maestro de ceremonias. Son las 22.10 en la Plaza de Toros de Murcia, bajo una luna en cuarto creciente que reluce, y Serrat sale al escenario atravesando un grueso telón de terciopelo rojo, mientras los siete músicos que hoy le acompañarán sobre el escenario —Ricardo Miralles inclusive, compañero de faenas desde 1969— dan tres o cuatro vueltas al Dale que dale, canción de aires flamencos con versos del poeta Miguel Hernández, el otro gran protagonista de la noche (“recordarte es un deber de España y un deber de amor”, dirá en uno de los parlamentos entre canción y canción), y a la que seguirá Mi niñez, con pianos y vientos solamente, que Serrat viste con ese característico temblor en el rostro y no solo en la voz, ya desgastada por los años y todo lo demás. Se avecina un concierto de intensidad media en lo sonoro, muy emotivo, y con grandes nombres y amigos que serán mencionados cada poco, de Atahualpa a Neruda, de Cantinflas a García Márquez.

Es el signo de lo humano, que envejezcamos, pero no el de las obras, cuya suerte es distinta si consiguen transformarse en un medio para explorar el mundo, en una escuela de conocimiento. En esos casos, el autor participa en la escritura, sí, pero durante la lectura solo existe un texto y quien lo consume. Justo después de El carrusel del furó, que escribió en 1975 para su abuelo republicano muerto en la Guerra Civil y antes de la trágica coplilla Romance de Curro El Palmo, Serrat llegará a reconocer que, efectivamente, sus canciones no le pertenecen nunca más, “son de ustedes y de los personajes que las habitan, por quienes no pasan los años”, en una poética forma de justificar su marcha y, también, para aliviar el vacío.

Efectivamente, las canciones de Serrat tienen muchas caras, todo depende de quién escucha porque se enganchan a la vida, a viñetas cotidianas de cada cual. Bob Dylan —que tan acertadamente mencionaba Guillem Gisbert del grupo Manel en EL PAÍS en el texto homenaje Serrat desde el cráter—, dejó escrito en sus Crónicas: Volumen uno (2004), que las canciones folk son evasivas porque tratan de la verdad de la vida, y la vida es más o menos mentira para poder sentiros cómodos en ella. “Soy cantor, soy embustero”, reconoce Serrat, en nuestro himno nacional no oficial, Mediterráneo, que se hará esperar hasta casi la medianoche, entre una enorme ovación, hoy en una versión que quizás hubiera pedido algo más de brío, pero con las cuerdas y vientos arropando bien la relevancia de la canción más importante de su carrera.

Cerca del escenario se encuentra también Carlos Segura, 23 años, un músico que ha acudido al concierto junto a su padre. Tiene el pelo alborotado y lleva ropa moderna; casi recuerda al primer Serrat, a aquel joven de mediados de los años 60 que sabía construir melodías perfectas incluso sobre los versos ajenos de autores como Miguel Hernández o Antonio Machado. Segura recuerda cómo Serrat supo evolucionar entonces hacia el pop sin perder profundidad. “Su obra pervivirá, es como un gran cuadro. Es un rockstar absoluto”, dice.

Joan Manuel Serrat terminará su gira en Barcelona, con 79 años de edad, después de 40 conciertos por España.
Joan Manuel Serrat terminará su gira en Barcelona, con 79 años de edad, después de 40 conciertos por España. Alfonso Durán

Se suceden ahora Señora, Lucía y No hago otra cosa que pensar en ti, donde Serrat proclama que “una canción es música que habla y letra que canta”. Para la libertad se lleva una de las grandes ovaciones de la noche, junto a esa nana que dedicara a su madre, Cançó de Bressol. En Hoy por ti, mañana por mí acaricia la guitarra, al igual que en Tu nombre me sabe a yerba. El público se sabe las canciones, pero deja que sea Serrat quien se las recite. A veces se sienta en una banqueta, o en una silla de madera, o se pasea por el escenario. La relevancia de estas canciones que suenan en cascada puede explicarse también por boca de esos jóvenes presentes, pocos pero convencidos —la semilla ha dado frutos—. Pero por si acaso queda alguna duda, Serrat recuerda que Pare, con el arranque más interesante de la noche, unos inspiradísimos teclados folk setenteros de Jose Más, fue escrita en 1973, adelantándose ya a mucho del discurso ecologista. Acto seguido, en ese hacer lo que le da gana y para sorpresa de muchos, Serrat decide implicarse en público con una causa popular (otra vez), la lucha murciana por la protección del Mar Menor que está justo estos días decidiéndose en el Congreso de los Diputados. Gritos y más ovaciones se mezclan con palabras como “maestro” o “artista”.

En De vez en cuando la vida, ya en la recta final, hace una sentida interpretación. “Cuando acaba un concierto, siento que cada vez quedan menos…”, traicionándose a sí mismo en esa prohibición a la nostalgia que hacía hace más de dos horas. Se lo perdonamos y que haga a partir de ahora lo que le dé la gana, de nuevo, como acabar con Penélope y esos versos homéricos “adiós, amor mío, no me esperes, volveré”.

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