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Ledicia Costas: “Mi fórmula es escribir ocho o 10 horas al día, si alguien tiene otra, ¡que me lo diga!”

La autora se ha convertido este martes en la primera persona en ganar tres veces el Premio Lazarillo de Literatura Infantil y Juvenil

Patricia Gosálvez
La escritora Ledicia Costas.
La escritora Ledicia Costas.INMA FLORES (EL PAIS)

A los 42, Ledicia Costas, lleva, más o menos, 20 años escribiendo, 20 libros publicados y 20 premios ganados. El último se lo han dado este martes en plena Feria del Libro de Madrid: el Premio Lazarillo de Literatura Infantil y Juvenil por La liebre mecánica —una novela en gallego que se publicará en otoño sobre “un desamor entre adolescentes y la sordidez las casas de apuestas”—. Es la primera persona que lo ha ganado tres veces desde que se instauró en 1958. Autora de Escarlatina, la cocinera cadáver (Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2015), La balada de los unicornios o series como Los Mini muertos o La Señorita Bubble, la viguesa se lanzó hace tres años a la novela para adultos con el thriller Infamia y, tras un confinamiento “matando bichos en la consola y comiendo chocolate”, se puso de nuevo con Golpes de luz (Destino, 2021). Precoz e incansable, dejó la abogacía a los dos años de ejercer porque ya ganaba más dinero escribiendo y porque no quería ser “una escritora en precario”, dedicándose a lo que realmente le gusta en sus ratos libres. “Decidí hacer de la literatura mi profesión”, dice, “me pudo haber salido mal”. Pero no.

Pregunta. 20 años, 20 libros, 20 premios. ¿Qué siente?

Respuesta. Dios mío, qué productiva. Cómo he sido capaz de escribir tantísimo, sobre todo en los últimos ocho años. No he parado, necesito un respiro. Aunque... es una pulsión, me va la marcha.

P. ¿Y cómo ha sido capaz?

R. Soy mi peor jefa. Una esclavista. Trabajo de lunes a domingo. Y eso que yo soy disfrutona, adoro viajar, ir al cine, estar con mis amigos, me gusta vivir, pero escribir me encanta. Le dedico entre ocho y 10 horas diarias. Es la única fórmula que tengo, si alguien tiene una mejor ¡que me lo diga! Cuando cuento que soy una escritora muy lenta la gente no se lo cree. ¡Pero si produces mucho! Ya, porque le dedico muchas horas, no hay otra.

P. Defina lenta.

R. Pues en 10 horas puedo sacar 4 folios, cinco un día brillante, que al día siguiente tengo que desechar la mitad.

P. ¿Presentarse a tanto premio es también parte del trabajo?

R. A mí me ayuda a tener un plan impuesto. Sé que me tengo que presentar a tal concurso y para esa fecha tengo que tener una novela escrita. Si no gano, no importa, ya tengo obra para mover en editoriales.

P. Su primer libro que fue una venganza por un suspenso en lengua gallega...

R. Tendría 16 o 17, era una lectura obligatoria del instituto, un rollazo con un prólogo durísimo que me salté. La primera pregunta del examen oral era sobre el prólogo, confesé y me hicieron las otras dos también sobre eso. Saqué un cero. Así que escribí el libro que me habría gustado tener que leer para el examen. Iba sobre un chico al que le dan una puñalada y su pandilla decide vengarse.

P. Y ahora sus libros son de los más demandados en institutos y colegios gallegos... Venganza completada.

R. Desde 2014 he podido dar más de 1.200 charlas en centros educativos. Se me fue un poco de las manos, llegó un momento que tuve que contratar a alguien para que me coordinara la agenda. Hay que acompañar a los libros, hacer promoción, dar charlas, pero me gustaría tener más tiempo para escribir. Me hace especial ilusión que Infamia, un libro para adultos, sea el más leído en los clubes de institutos gallegos porque es una actividad voluntaria, son los chavales que han crecido leyendo mi obra infantil quienes lo piden.

P. ¿Y qué le dicen cuando va?

R. Pues a veces se asustan, como en mis libros hay tantos personajes muertos, no se creen que esté viva. Uno me dijo “en el cole todos pensamos que habías palmado”.

P. Y con razón, Ledicia (alegría en gallego) es un poco Morticia.

R. Pues me pega...Y mira que me han llamado de todo, Leticia, Alicia, ¡una vez un vendedor de móviles me llamó Presbicia!

P. ¿Qué tiene con la muerte?

R. Siempre me han gustado las historias góticas, lo macabro, aunque siempre con humor, los vampiros y fantasmas, de pequeña Angela Sommer-Bodenburg, Bram Stoker, y luego ya el manga, Miyazaki, Phillip Pullman, Neil Gaiman. Entre eso y que soy gallega... Mi abuelo me llevaba al cementerio todos los sábados. A hacer cosas normales de cementerios, cambiar las flores, limpiar la tumbas. Me parecía fascinante, me marcó. Y siempre que puedo, cuando viajo, visito los cementerios. Tengo fotos de unos 30, he ido en Buenos Aires, Brasil, Paris, pero mi favorito es el de San Amaro, en Coruña, que está encima del mar.

P. Y también juega a matar, ¿no?

R. Tendemos a demonizar los videojuegos. Yo era una superlectora y jugaba mogollón de pequeña, al Arkanoid en las máquinas recreativas, al Donkey Kong, en aquella Nintendo enana toda pixelada, al Tetris estuve enganchadísima. Y hoy sigo jugando. Al minigolf con las gafas de realidad virtual, aunque me sienta un poco absurda en el salón de mi casa, al Grindstone que es de matar alimañas y conseguir joyas, tanto que voy por la calle viendo piedras preciosas, al Animal Crossing donde me he hecho en mi casa una biblioteca y un cementerio lleno de tumbas en el sótano, al Kirby y a todos los Mario. Me encantan: avanza, salta, come setas, mata. Juego a diario, como media hora antes de dormir o en los viajes. Cuando me canso de leer, mato.

P. Escribe en gallego y se traduce al castellano. ¿Se pelea consigo misma?

R. He decidido no hacerlo más. Me quita tiempo para escribir y me sentía una intrusa. Hay profesionales que han estudiado años, están precarizados y lo van a hacer extraordinariamente bien. Y también lo dejo porque me daban ganas de cambiar los libros de arriba a abajo, de cargarme personajes enteros. En Golpes de luz la anciana hablaba gallego con palabras en castellano, y le tuve que dar la vuelta entera para que en castellano hablase castrapo (con giros en gallego). Fue un dolor.

P. En esa novela hay una trama muy de niña de los ochenta, los estragos de la heroína.

R. En mi barrio del extrarradio de Vigo surgió el movimiento Madres contra la Droga, mi padrino se murió de una sobredosis de heroína cuando yo tenía 11 años. Lo veíamos todo, las jeringuillas en los parques, las filas de chavales, vecinos de toda la vida, que hacían cola en la casa donde pasaban enfrente de mi balcón. Se colaban en las fincas a robar limones para mezclar la droga cuando la calentaban en la cuchara.

P. Vigo, la ciudad de las luces...

R. Ese asunto también lo visité en el libro Fantasmadas, donde varios autores escribíamos sobre nuestras ciudades. En mi cuento un alcalde quiere convertir Vigo en la ciudad de la luz poniendo un millón de bombillas, pero los fantasmas desean la oscuridad total y provocan un gran apagón para hacer su fiesta. Fue mi homenaje particular. No sé si Abel Caballero lo habrá leído.


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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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